Estados Unidos

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Aclaración: acá no especificaron qué país, así que elegí uno al azar, espero que no importe :B

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Alfred abrió los ojos despacio, parpadeando para acostumbrarse a aquella molesta y fuerte luz.

Notó que estaba acostado en el piso, la cabeza le daba vueltas, y con un poco de esfuerzo se puso de pie. Frunció el entrecejo, miró para todos lados, se miró las manos y se tocó el rostro, nada encajaba.

Era todo blanco, hasta dónde llegaba su vista se extendía aquel blanco puro que llegaba a enceguecer. Él, en cambio, llevaba su ropa normal, con su cómoda chaqueta de aviador.

Sólo comenzó a caminar, dubitativo, preguntándose cómo demonios haría para salir de allí.

—¡¿Hay alguien aquí o ya me volví loco?! —gritó a los cinco minutos, ya que se estaba desesperando. Pero una silueta hizo que parara de golpe por la impresión, estaba a lo lejos y parecía querer llamar su atención con los brazos, cosa completamente inútil ya que era llamativo el contraste con el ambiente.

Sin pensarlo demasiado se encaminó hacia allí, oyendo sus pasos en aquel material no identificado y viendo cómo la persona se hacía cada vez más visible.

Entonces ahogó un grito.

No había cambiado en nada desde la última vez que la vió, sólo que ahora lloraba de felicidad y tenía una sonrisa radiante, dedicada a él como en los viejos tiempos.

Sintió un nudo en la garganta cuando oyó a la mujer pronunciar su nombre, y sin esperar más, corrió hacia ella, con las lágrimas también saltando de sus ojos.

Sintió que el recorrido era eterno, pero entonces se fundieron en un abrazo profundo y fuerte, casi cayendo al suelo. El rubio pensó que si sólo era un sueño prefería no despertar.

Apretujados cuanto podían, no paraban de llorar, Alfred se separó sólo un poco para llenarle la cara a besos, haciendo que la (C/P) riera un poco.

—¿Eres real? Tienes que serlo... —no atinaba a decir otra cosa.

—Lo soy, estoy contigo. —le susurraba, acariciándole la cabeza, sabiendo el profundo efecto calmante que tenía eso para el estadounidense.

No había palabras en qué poner la felicidad que sentía, las ganas de nunca dejarla ir de nuevo.

—¿Cómo es posible que estés aquí? —dijo luego de un momento de silencio en el que se habían dedicado a calmarse un poco.

—En realidad, tú estás aquí —dijo ella mirándolo sería, con sus ojos (C/O) aún rojos, separándolo un poco. Alfred se sorprendió.

—¿Acaso yo...? —no se atrevió a terminar la oración.

—No. Pero estás en riesgo — bajó la vista. —Y tienes que volver.

—¡No! —(T/N) alzó la vista, sorprendida ante la negativa. —¡No volveré a alejarme de tí, (T/N).

—Alfred, tienes que entender...

—¡No quiero hacerlo! No quiero volver si tú no estás conmigo... Duele demasiado no encontrarte cuando despierto en la mañana y saber que el causante de todo esto soy yo. —se tapó el rostro con dolor. —Perdóname.

—No lo voy a hacer — le destapó la cara. —Tu no tienes la culpa de nada.

—Si la tengo, es mi culpa que estés aquí. Yo... ¡Yo te maté! —gritó y se alejó de ella, como si temiera lastimarla.

—No lo hiciste, no pudiste hacer nada para evitar la guerra... Yo tampoco.

—Debí resistirme más... —se tiró al suelo y se abrazó a sí mismo.

La mujer lo miró con lástima y se volvió a acercar, despacio para no alertarlo. Una vez frente a él se agachó, lo estrechó contra su pecho y como si de una madre se tratara, dejó que llorara allí, en aquel rincón que parecía ser el más seguro del mundo.

—La gente como nosotros no maneja su futuro, Al. —pasaba su mano entre las hebras rubias. —No tenemos control de nuestras vidas y nunca sabremos lo que pasará...

Cerró los ojos cuándo sus últimos recuerdos en vida, quizá los más dolorosos, pasaron por su mente.

Los jefes de los dos reclamaban un pequeño territorio en el que se había descubierto petróleo. Aquella disputa desembocó en un resultado muy sangriento y la disolución de (T/P). Y aunque ya había pasado hace más de 100 años, las heridas seguían abiertas.

—Escucha —levantó su cabeza y le sonrió levemente. —Quiero que vuelvas ahí y les demuestres a todos que un héroe siempre puede volver a levantarse.

—Pero tú... —iba a comenzar otra vez pero la otra le chistó.

—Alfred, debes ser feliz por los dos — el rubio notó que empezaba a desvanecerse. —No te preocupes por mí, no estoy sola.

Detrás de ella vió a algunos desconocidos que sonreían ante la escena, pero su apariencia parecía coincidir con los antepasados de ellos y algunas representaciones que figuraban en el libro de historia.

Sin poder decir nada, se apoderó de los labios ajenos en un beso lleno de sentimientos.

—Te amo —murmuró sobre sus labios antes de desaparecer por completo.

—Te amo y te amaré siempre... Alfred...

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Alfred pegó un respingo y al segundo instante soltó un quejido de dolor mientras se llevaba la mano a su costado.

Oyó un sollozo a su lado y al voltear se encontró con Matthew llorando de alivio.

—¡Alfred, gracias al cielo! No vuelvas a hacer eso maldita sea.

—Lo siento —esbozó una sonrisa de disculpa pero en ese instante una explosión los hizo tambalearse un poco. —¿Dónde estamos?

—En el campamento, acabo de venir, desde hace dos días estás ahí postrado. —dijo secándose las lágrimas.

—Entonces vamos —se incorporó de la manta en el suelo, alrededor de ellos había varios heridos, pero eso no lo hizo dudar.

—¿A dónde se supone que vas? Tienes que descansar. —intentó detenerlo su hermano.

—¿Qué no escuchaste? Un héroe siempre puede volver a levantarse —dijo con un extraño brillo de motivación en sus ojos, confundiendo al canadiense. —Vamos hermano, no podemos morir, hay que volver a casa.
















Hetalia y TúDonde viven las historias. Descúbrelo ahora