Inglaterra

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Imagina a Arthur consolandote.

Una vez más, una larga reunión en dónde nadie llegó a ningún acuerdo, había terminado, pero a cierto rubio no parecía importarle demasiado; al menos no después de divisar a lo lejos una cabellera (C/P) escabulléndose por una esquina.

(T/N) era una chica bastante amistosa y enérgica, por lo que era raro que perdiera la oportunidad de pasar su brazo amistosamente sobre algún amigo e invitarlo a tomar algo antes de seguir su camino. Arthur no lo pensó mucho y la siguió ¿Parecía un metido? Sí, pero no podía ignorar en su pecho la sensación de que algo andaba muy mal.

La joven nación parecía no notar la presencia detrás suyo, tenía la cabeza llena de cosas para preocuparse por algo así. Tampoco sabía muy bien a dónde se dirigía, solo dejaba que sus pies la llevarán a dónde ellos quisieran a través de largos y largos pasillos en donde sus fuertes y nerviosas pisadas hacían cada vez más y más eco.

No pudiendo aguantar más el nudo en la garganta se metió en la primera puerta que vió abierta, para llegar a una gran y majestuosa biblioteca, probablemente llena de ejemplares viejísimos e irreemplazables, aunque lo único que ella notó fue que estaba vacía y agradeció en silencio aquel hecho.

Se sentó en la primera silla de madera que vio frente a ella y se tomó la cabeza entre las manos, intentando tranquilizarse y negándose a soltar ni una lágrima. Toda la situación se sentía tan irreal que ni sé sobresaltó cuando su compañero inglés tomó asiento silenciosamente junto a ella.

Lo único que podía escuchar era el sonido de su respiración agitada y su corazón latiendo en sus oídos.

—Ya no sé qué hacer —. Soltó con la voz quebrada, hablando más para sí misma que a su compañero —Es como si con cada año que pasara, mi gente me odiara cada vez más.

Arthur miró a (T/N) y no pudo evitar que se le apretujara su corazón, acercó su mano a ella, en un intento por tranquilizarla, pero la retiró inmediatamente, no era lo más prudente. No por el momento. Sólo se limitó a mirarla con un deje de dolor y comprensión en sus ojos.

—Y no es solo mi pueblo a este punto —. Volvió a romper el silencio con una amarga risa. — No puedo soportar verme, no puedo soportar saber que existo cuando tantos hombres, tantas mujeres y tantos niños murieron por esa estúpida guerra. —soltó un pequeño sollozo, temblando levemente. —Sé que tuve otras opciones, sé que pude optar por hacer el bien, por la paz...

"No estés triste" quería decirle Arthur y que mágicamente volviera todo a la normalidad, pero no lo hizo, porque una vez más volvían recuerdos de su juventud en donde sentía el peso de sus errores una y otra y otra vez hasta el punto en el que deseaba simplemente tener la capacidad de desintegrarse y volverse uno con la tierra. Pero lamentablemente la gente como ellos no tenían aquella bendición.

—Extraño a mi mamá, extraño cuando mis hermanos y yo no nos metíamos en guerras estúpidas —. Confesó la chica finalmente antes de romper en lágrimas como una niña pequeña.

Arthur consideró que era el momento apropiado para acariciarle suavemente el hombro a la jóven, sólo para que ella le tirara los brazos al cuello y llorara libremente en aquel inesperado, pero seguro lugar. El hombre sonrió suavemente y la rodeó con sus brazos, acariciando casi maternalmente sus despeinados cabellos.

Él sabía cómo se sentía y en vez de optar por palabras sin efecto, decidió hacer lo que hubiera querido que hicieran por él hace mucho tiempo. Estar allí para ella y escuchar en silencio.

Hetalia y TúDonde viven las historias. Descúbrelo ahora