España

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(T/N) estaba pasando uno de sus peores momentos como país: Una cruel guerra había sobrevenido dejándola devastada y traumada. Pero España nunca dejó de apoyar a su "niña", ya sea traficando armas de forma clandestina o ayudándola a reconstruir las ruinas que habían quedado de su hogar y de ella misma, y decidió que lo mejor para su salud mental era llevándosela con él durante un tiempo corto.

Ya era más de medianoche y Antonio se encontraba ordenando algunos papeles. Deudas, estrategias comerciales. Tenía que arreglar algo con los desempleos... Un libro cayó por detrás del escritorio y con un suspiro se levantó. 

Se sorprendió un poco, era un libro de poesía.

—Federico García Lorca... —musitó.

No quise.
No quise decirte nada.

Vi en tus ojos
dos arbolitos locos.
De brisa, de risa y de oro.
Se meneaban.
No quise.
No quise decirte nada.

Antonio no pudo evitar recordar a sus ex colonias y cómo había evitado que supieran acerca de las injusticias del mundo. Especialmente a (T/N). Y todo desde aquella noche...

—Romano, por favor. Prométeme que no le dirás nada de esto a nadie ¿Si? —decía el español jadeando mientras intentaba parar la hemorragia con su mano.

—P-pero... —decía el pequeño temblando. —¿Y tu herida?

—No hace falta, se ve peor de lo que es —sonrió para afirmar su confianza—.Si mañana sigue así le pediré a Bélgica que me ayude, no te preocupes y ve a dormir.

—Bueno... —dijo encaminándose, vacilante hacia su habitación.

Antonio llegó a duras penas a su habitación. No pensaba salir en varios días, no quería que nadie lo viera en un estado tan deplorable, ni mucho menos sus pequeños "hermanos". Los únicos que sabían sobre eso eran Romano y Bélgica, que hacían lo posible para calmar a las pequeñas colonias.

Fue en la quinta noche cuando alguien tocó la puerta.

—Pase —dijo España, pensando que era Bélgica que le traía la cena, pero no era ella, ni Romano tampoco.

—¡(T/N)!... ¿Qué...? —Antonio se alteró al verla llorar.

—Tuve... una... Pesadilla. —dijo entre sollozos. Antonio suspiró de alivio y luego se rió—. Pobre e inocente criatura. ¿Quieres dormir aquí?

(T/N) asintió y se acomodó al lado de Antonio, quien le acarició la cabeza suavemente.

—Soñé que te lastimaban... Y no volvías a casa. —dijo la pequeña antes de dormirse.

Antonio no pudo hacer más que maldecirse. De alguna forma se habían enterado, aunque no supieran bien de qué se trataba.

No volvería a dejar que sufrieran de nuevo... Pero luego de las revoluciones él ya no tenía poder sobre ellos. No más familia. Y esa forma de aislamiento tuvo sus consecuencias más tarde. Delincuencia, pobreza, malos gobiernos, todo eso era culpa suya.

Una presencia en la puerta lo alteró un poco. (T/N) observaba el suelo sin ninguna emoción.

—Tuve una pesadilla —lo dijo de forma natural, aunque temblaba, sus ojos no tenían el brillo de hace un par de años, estaba pálida y su sonrisa permanente había desaparecido. Tampoco sus pesadillas eran las mismas ya que imágenes de personas morir pasaban una y otra vez por su mente.

Y a pesar de todas esas diferencias, Antonio no dejó de pasar sus dedos una y otra vez por los cabellos de la muchacha toda la noche, hasta que se quede dormida en sus brazos.

Hetalia y TúDonde viven las historias. Descúbrelo ahora