Capítulo 26

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—Perdóname por haber aceptado, no tenía idea de que ibas a llegar —se disculpaba Susana por tercera vez.

Recién iban llegando a la universidad. Habían ido en autos distintos, pero llegaron al mismo tiempo.

—Ya te dije que no te preocupes.

—Lo sé, pero después de lo que pasó en tu apartamento sinceramente me siento mal y no quisiera ocasionar problemas.

—No habrá ninguno, si te mantienes al margen como hasta hoy. Amo a Fernanda, y quiero que quede claro que ella es mi prioridad, que hayas dormido en mi caso no significa nada.

***

—¿Cómo te fue? —preguntaba doña Zoila.

Su hija recién regresaba.

—Al parecer está casado.

—¿Así? ¿por qué lo dices?

—Lo vi salir de la hacienda en compañía de una mujer, y conociendo a Mauricio sería incapaz de tener a alguien viviendo en su casa y conviviendo con sus papás sin ser nada. Igual, tampoco quiero hacerme ideas en la cabeza hasta no estar segura. Por cierto, me encontré con Francisco Monteros ¿Lo recuerdas? —doña Zoila acentuó la cabeza—. Le pregunté por él, y me dijo que son Socios. Como sabes, don Gonzalo y don Ernesto siempre han sido socios, y al parecer él está trabajando también en la empresa.

—¡Qué! hasta donde recuerdo, Mauricio era abogado. Y no tenía nada que ver en la empresa, por eso tú esposo en paz descanse quería invertir con ellos.

—Y para mi beneficio, Francisco lo recuerda y está interesado en proponerme algo. Seré una mujer de negocios —sonrió.

Una carcajada inundó la habitación.

—No te burles, sabes que por volver a tener una sola oportunidad sería capaz de todo, mamá.

—Lo sé, lo sé hija, pero... —se contuvo la risa—, es gracioso imaginarte a ti en negocios.

—No me importa. Estoy segura de que Francisco no ha cambiado en nada y si le doy buen dinero me ayudará mucho.

—¿A qué te refieres?

—A nada mamá, olvídalo.

***

—No puedo creer que seas tan insensato, ¡Esa mujer te teniente cegado! —decía Lorena, exaltada.

—Lorena, por favor, estoy muy ocupado, ya hemos tenido está conversación muchas veces y ya te he dicho que no me importa lo que pienses.

—Siempre estás ocupado cuando se trata de tu hijo, pero... si fuera atención para la mujerzuela esa que tienes, ¡seguramente habría todo el tiempo del mundo!

—Por supuesto —respondió don Sebastián sin dudar.

—¡Ajá! sólo eso me falta. Que seas un cínico.

—Por favor, Lorena, sabes perfectamente que no hay nadie mejor que yo, que sepa las necesidades de Jeremy. Por si no lo recuerdas, tú fuiste la que nos dejaste.

—No estoy hablando de eso

—Pero yo sí. Jeremy ya es un adulto, tiene veintiún años, y sé muy bien que si necesitara lo que estás diciendo ya me lo hubiera dicho. Lorena, tú y yo ya no tenemos nada de qué hablar, nuestro hijo es un adulto y no necesita una vocera.

Lorena salió echando chispas. Últimamente había fastidiado más que de costumbre, cosa que don Sebastián no terminada de comprender, especialmente cuando ella había sido quién lo abandonó. Y sobre su relación con Mónica, si bien, se sentía feliz, deseaba poder ayudarla con la relación con su hermana, pero le preocupaba que todo se debiera a que en el pasado Mónica hubiese tenido amoríos con don Gonzalo, idea que descartaba de inmediato por la diferencia de edad entre Mónica e Irene.

Para EnamorarteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora