Capítulo 31

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—Te he visto muy pensativo hoy —decía Mónica abrazando a don Sebastián—. ¿Pasa algo con Jeremy?

—No, no todo está bien, solamente estoy un poco cansado.

—¿Seguro?

—Completamente —sonrió él, dándole un beso.

—Bueno, entonces eso me tranquiliza bastante. Una pregunta.

—Sí dime.

—¿Cómo está Beatriz? Irene me llamó y la escuché un poco preocupada por ella, y siendo sincera, me dejó un poco preocupada a mí también.

—¿La quieres mucho cierto?

—Sí, prácticamente más que sobrina es como mi amiga, tenía diez años cuando nació, así que recuerdo perfectamente cuando nació y que todavía jugué con ella. Incluso Isabel también lo hizo.

—Creo que es la primera vez que escucho que mencionas a tú hermana. Tú familia habla tan poco de ella, que a veces lo olvido, pese a que cuando murió prácticamente todo el pueblo fue a su entierro. Recuerdo que recién me habían enviado para acá cuando sucedió, y aproveché la oportunidad porque Lorena se acababa de ir. Necesitaba cambiar de aires, especialmente para Jeremy. Eso sí, te lo dije desde la primera vez, no recordaba haberte visto antes.

—Porque para ese entonces ya estudiaba en la capital y las veces que venía no solía salir mucho.

—Sabes qué es lo que nunca he entendido.

—¿Qué cosa?

—Por qué hablan muy poco de tú hermana? la conocí muy poco tiempo, pero quizás la única vez que logré conversar con ella, me dejó la sensación de ser una mujer muy agradable.

—Digamos que ha sido muy difícil desde que murió, justamente por ser esa mujer agradable que recuerdas y hasta hoy no sigue siendo un tema fácil. Realmente no me gustaría seguir hablando sobre eso, es un tema delicado para mí.

—Discúlpame, no era mi intención incomodarte —la abrazó.

No hacía falta que Mónica lo dijera, era claro que hablar de Isabel seguía siendo un tema delicado y que seguía prohibido para los Monteros. Después que Irene había fallecido, quitaron cualquier recuerdo sobre ella.

Tal y como decía Mónica, el hablar de Isabel era un tema que prácticamente estaba prohibido para los Monteros, después que murió quitaron cualquier recuerdo que había sobre ella, y simplemente dejaron de mencionarla. No le dieron más explicaciones a nadie sobre la razón, y las personas solamente sabían que había enfermado y no se recuperó. Tenía veintitrés años cuando falleció y habían pasado quince años de su partida.

***

—Hola, ¿Cómo estás? —saludaba Johanna.

Recién se lo encontraba en la universidad.

—Hola, bien gracias —respondió con fastidio.

—Yo no tengo la culpa de que hayas terminado con Fernanda, solamente quería saludar, pero ya veo que no estás de humor.

—No comiences con lo mismo por favor. Johanna, no me interesa siquiera que me saludes, ya te lo he dicho miles de veces, no quiero que Fernanda me vea contigo.

—¿Realmente ya olvidaste lo que tuvimos?

—Fue un error, lo sabes muy bien y créeme que lo estoy pagando muy caro.

—¿Un error? ¿Eso fui para ti? —preguntó con su voz quebrada.

—Lo siento, no quise lastimarte. Johanna, eres hermosa y sí, la pasamos bien, pero... yo amo a Fernanda, lamento no haberme dado cuenta antes y haberte lastimado. Lo nuestro fue algo pasajero, realmente espero que lo puedas entender en algún momento.

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