Capítulo 43

1.2K 82 6
                                    

La tensión en la casa de los Monteros era inexplicable.

—¿En dónde están? —preguntó Mónica recién llegó.

Estaba muy pálida.

—En el despacho, mi papá me envió por esto. Es mejor que se los des tú —dijo Paco, quién también se veía un poco afectado—. Los abuelos ya vienen para acá.

—Gracias —respondió Mónica, tomando con ella los documentos y se dirigió al despacho.

Don Sebastián se preocupó al ver a Beatriz mal, no tenía claro lo que estaba sucediendo.

—¿Qué es lo que está pasando? —preguntaba Johanna.

Miraba con cierta burla a Fernanda, quién estaba sentada en el sofá, sin poder contener las lágrimas.

—Aquí está esto —dijo Mónica recién entró al despacho.

—¿Me van a explicar de una vez, ¿qué es todo esto? —preguntó Fernanda.

—Lo que yo quiero saber, es qué es lo que yo estoy haciendo aquí. Yo no tengo nada que ver en que Fernanda sea adoptada. Al contrario, que bueno que por fin se sabe todo —dijo Johanna.

Pese a que estaba un poco asustada.

—Mi amor, te juro que daría lo que fuera por evitarte este sufrimiento —se acercó don Gonzalo—. Esto que está aquí, es la respuesta a todo —agregó, colocando los documentos en sus manos.

—Fernanda, solo quiero que sepas que, aunque leas lo que leas en esos papeles, tú eres mi hija —dijo doña Irene.

—Yo lo puedo entender, pero en esto momento yo quiero que me lo digan ustedes ¿Por qué no me lo dijeron antes?

—Es que no sé cómo empezar —lloró don Gonzalo.

—Hace casi diecinueve años, los mismos que ustedes van a cumplir. Yo perdí al bebé que estaba esperando, era una niña y nació muerta. Me estaba volviendo loca del dolor —dijo entre sollozos doña Irene.

—¿Qué dices? —preguntó Johanna asombrada.

—Su mamá era una mujer maravillosa, su carácter era muy parecido al de Beatriz. Era muy soñadora, pero también ingenua, tanto que se enamoró de un hombre mayor que ella. El mismo día que se enteró que él era casado, tuvo un accidente automovilístico y se enteró que estaba embarazada. El accidente le ocasionó un coágulo en la cabeza inoperable y los pronósticos de vida no fueron alentadores. Sin embargo, por el amor a esos bebés que esperaba luchó, y esos días se convirtieron en meses, hasta que nacieron. Justo yo estaba atravesando la pérdida de mi bebé y ella, en su inmenso amor de madre, puso en mis brazos a una de sus pequeñas, porque la otra había nacido con complicaciones —lloraba doña Irene—. En ese momento fue como si me regresaran el alma al cuerpo. Johanna, entre mi dolor, fue como si olvidara todo y la vida me recompensara por la bebé que había perdido.

—¿Dijiste dos bebes?

Lloraba Johanna.

—Sí, hija. Yo no soy su mamá, si no que su tía.

—¿Mi tía? ¿Quién es mi mamá entonces? —preguntaba Fernanda.

—Isabel, Isabel hija, Isabel era su mamá —respondió don Gonzalo mirando al techo.

—¿Isabel? No, no, no es cierto.

—Y yo, ¿En qué momento llegué a sus vidas?

—Naciste débil, así que estuviste hospitalizada varias semanas. Recuerdo que te iba a ver todos los días y eras tan pequeña. Desde el primer momento en que Isabel entregó a Johanna, me dijo que las dos bebés tenían que estar juntas y que yo sería el mejor padre que podrían tener —dijo don Gonzalo—. Así que cuando estuviste bien., desde el primer día que te sacaron de la incubadora viniste con nosotros. Siempre han sido mis hijas, y esto no cambia nada.

Para EnamorarteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora