37. Al grano, princesa.

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Dedicaciones: brencents10, independiente6 y Darkysolis

Despierto con un gran dolor de espalda al escuchar el molesto timbre de casa y me giro preocupada al no saber dónde he dormido esta noche. Estoy en mi habitación sí, pero veo la cama sin deshacer a mi derecha. Eso significa que he dormido apoyada en una pared. Fantástico...

El timbre no deja de sonar así que me levanto como puedo y me preparo para salir, no sin antes coger algo que me pueda servir de arma por si el loco de Mike sigue en la casa. Dios, espero que no... Rebusco en el armario hasta que encuentro un bate de béisbol de Mike, seguramente ni sabe que lo tiene aquí. Aparto el escritorio de delante de la puerta y tomo con fuerza el bate antes de abrirla. De momento no escucho ni veo a nadie por aquí. Camino sigilosamente hasta el salón y me encuentro un estropicio mayor al que tenían Pitt y Helen en su apartamento hace unos días. Cruzo la destrozada habitación y me acerco a la puerta de entrada, viendo como un montón de rasguños malgastan la pintura de esta.

Respiro profundamente mientras mantengo con fuerza el bate en una mano y con la otra tomo el pomo, pensando detenidamente lo que estoy por hacer y todas las posibilidades que pueden haber. Concluyo que esto no va a acabar bien en ninguno de los finales posibles. Abro rápidamente la puerta y cojo el bate con las dos manos, preparada para hacer un home-run con la cabeza de la persona que esté detrás de la puerta. Grito con fuerza y me pongo delante de la puerta, lista para cualquier cosa.

Pero ocurre algo que no me esperaba.

-¿Qué demonios haces aquí, Helen? –pregunto observando el resto del pasillo, en busca de algo más... ¿agresivo?, solo encontrándome con un chico asustado que no deja de mirar el bate que llevo, mientras tiembla y se protege la cabeza con los brazos. Bajo el bate lentamente y me apoyo en un lateral de la puerta, observando a mi vecino.

-¿Ibas a golpearme con el bate? ¿Qué puta clase de amiga eres? –pregunta en un grito entre asustado y enfadado, mientras baja los brazos y los cruza a la altura de su pecho. No es la mejor recepción que uno espera cuando va a hablar con alguien.

-¿Qué? Oh, no. No era para ti, creía que eras otra persona. –y veo en su cara como la confusión crece.

-¿A quién demonios esperabas? Joder, Leena... ¡Y luego los vecinos raros somos nosotros! –grita exasperado, apartando los brazos de su pecho y alzándolos al cielo.

Hay unos segundos de silencio antes de que estalle en una carcajada y me aparte de la puerta, dejándole pasar. Se dirige al salón aún mosqueado, molestia que detiene al mirar la habitación. Mueve la vista por toda la primera zona del apartamento y acaba mirándome a mí.

-No preguntes. A Mike se le fue la olla ayer, no sé si te suena de algo... -veo cómo se sonroja levemente a lo que sonrío divertida y victoriosa. -Oye, ¿sabes qué? Tenía pensado recoger un poco antes de ir a comer con Ed, pero que le den. Si Mike la lía, que recoja también. Vámonos a tomar algo a tu piso, ¿quieres?


Ambos estamos en la cocina de su apartamento, sentados en los taburetes de la barra mientras tomamos una bebida caliente para pasar mejor el frío. Hace nada que hemos llegado, así que solo ha tenido tiempo para decirme que necesita hablar conmigo, ahora que Pitt no está en casa. Creo que ya sé por dónde van los tiros.

-¿Y bien? –pregunto tomando con mis dos manos la taza, calentándolas al instante.

-Me gustaría que me contases primero lo que pasó ayer con Mike, si te digo la verdad... -dice apartando su mirada de la mía para observar el bate de béisbol que está en el sofá. Hasta que Mike no me demuestre que todo está bien dentro de esa cabeza suya, no pienso soltar el arma.

Recuérdame en InviernoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora