Volví a respirar. Más profundo esa vez.
Con el corazón latiendo a mil. Sin pausa.
¿Por qué te metiste ahí, Mariana?
No tenía otra opción que ir a buscarla. Intentar ayudarla. Ver si podía rescatarla con vida.
Los zombies estaban a pocos metros míos. A menos metros aún de la boca del subte.
Me apuré lo más que pude, sin pensarlo, y bajé de un salto los últimos escalones que daban acceso a la entrada del subterráneo.
Ya dentro, reinaba la oscuridad. La incandescente luz solar no llegaba hasta allí. Apenas describía un pequeño arco dentro, y luego, absoluta oscuridad. Y humedad.
Me desprendí la mochila de la espalda, y busqué a tientas en su interior; si no estaba equivocado, había guardado una linterna en ella. Una vez que mi tacto la rozó, volví a colgarme la mochila, y con la linterna iluminando desde mi mano, me adentré más en la estación.
En una mano, la linterna. En la otra, el martillo.
—¡Mariana! —grité, aunque no muy fuerte, sugestionado por la necesidad de ocultarnos en las últimas horas.
Alumbré el hall de la estación, y el mismo panorama de abandono y desolación de las calles se repetía allí dentro.
La puta madre... ¿Dónde se metió?
No había rastros de Mariana en las cercanías. Se había escurrido más adentro todavía.
Me armé de coraje, de nuevo.
—¡Mariana! ¿Dónde estás? —insistí.
Avancé lentamente, mientras las gotas de transpiración me recorrían el rostro, y el sudor del pecho me pegaba la remera a la piel.
Estaba empapado, fruto de las corridas bajo el sol veraniego; y del terror.
La atmósfera ahí debajo era densa, pesada, abrumadora. Cargada de tensión. Viciada de muerte.
Seguí caminando, y llegué hasta los molinetes.
Giraba sin cesar la linterna, apuntando su luz en todas direcciones.
Buscaba algún signo de la presencia de Mariana, o de los zombies que solían aparecer sin previo aviso, pero ninguno de los casos se sucedió.
De pronto, un sonido. Agudicé el oído, prestando atención.
Era un sollozo. Más adelante mío.
Guie la linterna hacia el frente, y en medio de su luz distinguí la silueta de Mariana, sentada en el suelo, abrazando sus rodillas, con la espalda reclinada contra un vagón amarillo estacionado en el andén, inmutable, apenas descuidado y con las puertas abiertas de par a par.
Tragué saliva ante lo lúgubre de la secuencia.
Podía escuchar el llanto apagado de Mariana, quién ni siquiera levantó la cabeza al sentirse iluminada. Estaba totalmente shockeada.
Otro sonido me sobresaltó, pero esa vez un golpe sordo a mis espaldas.
Me giré, y vi como una enorme cantidad de muertos rodaban por las escaleras de la entrada, gimiendo y gritando, aplastando a los que caían primero, y que intentaban levantarse, presurosos por internarse en la oscuridad que nos albergaba a Mariana y a mí.
Salté el molinete que tenía enfrente. Aún contaba con tiempo para agarrar a Mariana, aunque sea a la fuerza, y buscar una forma de escaparnos.
—Levantáte, Mariana! —Le grité, mientras iba hacia ella— Hay que irnos.
Unos gemidos en el interior del vagón me hicieron recular.
Desde allí dentro, de la puerta más cercana a Mariana, unos cuantos zombies salieron, arrastrando los pies putrefactos, gimiendo, enseñando los dientes.
Los primeros, sin dudarlo, se abalanzaron sobre la chica, que apenas les echó un breve vistazo mientras la tomaban del pelo y los brazos, para caer sobre ella furiosos, mordiéndola con pasión y gula.
Mariana gritó de dolor, y lloró todavía más fuerte, pero no hizo ningún intento de defenderse.
Quizás por el miedo, que la paralizó. O la situación desbordante, que ya la había vencido previamente. O el recuerdo de sus padres y su hermana, convertidos en aquellas criaturas, fue más pesado que sus ganas de sobrevivir.
No podía saber por qué hizo lo que hizo, ni nunca lo sabría. Ni por qué se quedó allí tendida, ni porque tomó la decisión de correr hasta la boca del subte; ni por qué se aferró a mí, siendo que era incapaz de protegerla.
Pero ahí, en esa plataforma, encontró una muerte lenta, dolorosa, que avanzó de a poco sobre su cuerpo mutilado, arrancándole la vida en cada mordisco.
Y yo, me quedé quieto, alumbrándola mientras sufría, con la mente en blanco. La sangre se le mezclaba en el rostro con las lágrimas.
Por suerte no alzó la vista hacia mí. No me regaló una última mirada. Ni de reproche, ni de amor. Se limitó a sufrir en soledad.
Dejó sus alientos finales entre gritos de dolor, angustia y terror.
Ya no serviría de nada, reaccioné muy tarde, pero un impulso regurgitó de mis profundidades y me arrojé a toda velocidad contra los zombies, que seguían arrancando pedazos de Mariana, hambrientos.
El primero, rodó hacia un costado luego de que le destrocé la cabeza de un martillazo.
De una patada quité a otro de en medio.
Enloquecí. Bajo la luz de la linterna, los monstruos tenían un aspecto aún más aterrador, pero no me importó. No había brillo en sus ojos. Arremetí una vez. Un golpe tras otro.
Golpeaba con el martillo. Con el puño que sostenía la linterna. Peleaba en la luz, y en la oscuridad. Peleaba pesado, llorando, con calor, transpirado. Golpeé y golpeé, a pesar de la humedad, de la sangre y del olor a muerte, que calaba hasta lo más profundo de la nariz.
Nada me importaba a esa altura.
Sentía un vacío en mi interior. Un vacío que no se llenaba, por más cráneos que rompiese.
Sin embargo, cada vez más zombies estaban a mi acecho. Más y más salían del vagón. Apunté con la linterna hacia el molinete, y algunos ya lograban salvarlo.
Pronto estaría rodeado.
—Perdonáme, Mariana. —alcancé a susurrar. Más para mí, que para ella.
La miré por última vez. Seguían engullendo partes de su tibio cuerpo, aunque era probable que en cualquier momento se incorporáse para sumarse a la legión de muertos que merodeaban incansablemente la estación.
Esa visión se cruzó repentina ante mis ojos, y aumentó el vacío de mi ser.
Di media vuelta, y comencé a correr hacia el lado contrario.
Dirigí la luz por delante, hasta llegar al final del andén.
Bajé de un salto a las vías, dejando a mis espaldas la formación de la máquina, y continué corriendo.
Pude escuchar como algunos muertos caían a las vías también, detrás mío, pero ya no podrían alcanzarme.
Los dejaría atrás.
Como había quedado atrás todo el grupo.
Como quedaron atrás Alejandra y Mariana.
Para siempre.
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Buenos Aires Zombie
FantasyLa plaga zombie se desató en el mundo, y Argentina no fue la excepción. Todo el territorio fue desolado, las comunicaciones se cortaron, y los pocos sobrevivientes quedaron aislados, intentando mantenerse con vida como les fuera posible. ...