La cena duró poco, pero fue un momento agradable.
O al menos, lo más agradable que pude experimentar en bastante tiempo.
Las risas, las confidencias; el chapuceo de un bebé.
La joven pareja se fue para su pieza, junto a su hijo, y dejaron el living a mi disposición, con absoluta confianza. Me quedé sentado un rato en el sillón, en el medio de la oscuridad, mientras uno de los cigarros que habíamos encontrado por la tarde se consumía en mi mano.
Le di unas profundas bocanadas, con los ojos cerrados, pero viendo innumerables imágenes que proyectaba mi mente.
Me recosté, y recién ahí me pude percatar de lo cansado que estaba. Me dolían las piernas, los brazos y la cintura.
La cabeza parecía a punto de estallarme, y tenía la piel afiebrada.
El corazón se había acostumbrado a latir fuerte, a causa de los nervios.
Y todo eso, mientras pensaba en los sucesos acarreados en el día. En la Iglesia plagada de zombies, en la Rural, y la estación de subte.
Recordaba la cara derrotada de Mariana, mientras los muertos le arrancaban jirones de piel y carne.
Temí que ese rostro opacase el recuerdo de su sonrisa, y que jamás pudiese volver ni siquiera a soñarlo.
Pero las imágenes eran tapadas por sonidos igual de funestos. Gritos de terror, de auxilio, que se dejaban escapar por las comisuras de los labios de Alejandra.
Me tuve que obligar a pensar en que no fue mi culpa, fue del otro hijo de puta. Yo la hubiese ayudado, pero ya era tarde. Ya la habían mordido. Así como llegué tarde para ayudar a Mariana.
Siempre llegaba tarde. Siempre dudaba, y por eso llegaba tarde.
Me dormitaba, entre pesadillas y mosquitos torturadores; entre manos pintadas con rojo sangre en un sillón en medio de la avenida, y el calor agobiante de la ciudad; entre gargantas desgarradas aullando de dolor, y mi garganta seca por la fiebre.
Y en medio de ese sueño liviano que no me dejaba descansar, un gritito cercano me despabiló.
Primero me puse en alerta. Pero luego la repetición del sonido me quitó de un brinco del sillón.
Venía del cuarto de los chicos. Sin acercarme a la puerta de la habitación, me concentré prestando más atención.
Eran gemidos.
Pero no de zombie.
Volví a recostarme, riéndome para mis adentros.
Entre la nebulosa confusa del calor, los mosquitos, el olor putrefacto proveniente de la calle, el silencio y la paz nocturna solo rota por los grititos femeninos, y el dolor muscular, logré despejar la cabeza por un instante hasta dormirme.
El sol que entraba por el balcón me perforó los párpados, y el ruido de la cocina terminó por arrebatarme del abrazo del sueño.
Ignacio y Vanesa estaban de pie junto a la cocina, mientras el chico volcaba agua dentro un termo, y la muchacha agitaba la yerba en el interior del mate.
Me refregué los ojos con los puños, y los saludé.
Un gesto del chico me invitó a sumarme al desayuno, y apenas llegué a su lado, tendió la mano ofreciéndome el mate servido.
No recordaba el buen sabor amargo de aquella infusión por la mañana. Me retrajo años atrás con un solo sorbo.
—¿Cómo dormiste? —Me preguntó Vanesa, ocasional, mientras se estiraba, desperezándose.
Unas ojeras le marcaban los ojos, pero no hice ningún comentario jocoso al respecto.
—Bien —dije—. Gracias por todo, por la comida de ayer y el lugar donde dormir.
—¿Te vas? —volvió a preguntar la chica— ¿Qué pensás hacer?
Resolví en el momento que podía ser franco con aquellos chicos que tanta confianza habían depositado en mí.
—Voy a ir a Tigre —Les dije, mientras me escuchaban atentos—. A una isla del Delta.
—No es mala idea —comentó Ignacio—. Pero es un tirón hasta allá...
—Para nosotros sí —remató Vanesa—. Pero para él capaz que no; no sé cuánto hay desde acá.
—Tanto no —les dije—. Si llegó a algún lugar más o menos abierto, y puedo conseguir un auto con nafta, en un rato estoy.
—No te conviene agarrar un auto —sugirió Ignacio—, Son muy ruidosos. Si querés un transporte, lo mejor hoy en día es una bicicleta. Para mí, al menos.
No lo había pensado. Tenía cierta lógica; y era un poco más probable encontrar una bicicleta en buen estado.
Entre mate y mate, y alguna galletita de agua que me ofrecieron, nos quedamos en silencio, cada uno luchando con sus pensamientos internos.
—Eze... —dijo Vanesa—. Anoche estuvimos hablando hasta tarde con Nacho...
—¿Sobre qué? —pregunté, consciente de que no solo habían estado charlando.
—Que pareces un buen tipo —siguió la chica—, pero no podemos tampoco darte cosas para que te lleves. Nosotros las necesitamos.
—En ningún momento pensé en llevarme nada de lo de ustedes. —Les dije, sorprendido.
—Ya sé —dijo Vanesa—. A ver, a lo que voy es que capaz te querés quedar con nosotros un tiempo, hasta que consigas algunas provisiones como para seguir el viaje.
—Vamos mitad y mitad con lo que encontremos —agregó Ignacio—. Y si pegamos una bici te la quedás vos.
—¿Pero por qué? —Les pregunté— ¿Para qué quieren que me quede?
—Hace rato no encontramos a nadie que parezca buena persona —dijo Ignacio—. Ya te lo dije ayer. Y te dije que solo no puedo revisar por todos lados, me viene bien tu ayuda.
—Si querés... —dijo sonriendo Vanesa.
—¿Cuánto tiempo creen que llevará todo eso?
Ambos se encogieron de hombros.
—El que haga falta, no hay problema. —sentenció el chico.
Sopesé mis opciones. Y, por lejos, lo mejor que pudo haberme pasado fue esa propuesta.
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Buenos Aires Zombie
FantasyLa plaga zombie se desató en el mundo, y Argentina no fue la excepción. Todo el territorio fue desolado, las comunicaciones se cortaron, y los pocos sobrevivientes quedaron aislados, intentando mantenerse con vida como les fuera posible. ...