Capítulo 46

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No llegaba a caber en mi cabeza como es que podían mantener esa postura e impunidad ante la muerte de una persona con la que compartían tantas cosas.

No entendía como podían festejar alimentarse del cuerpo de una persona, independientemente quién haya sido en vida.

No fui parte de la celebración; ni de aquellos que felicitaban al Carnicero por una nueva hazaña.

Di media vuelta, y me dirigí nuevamente al vestuario. Los zombies seguían más allá del ventanal, deambulando sin sentido por las calles.

De pronto, no me parecieron tan espeluznantes.

Me dejé caer en el colchón, abatido. Las náuseas les daban lugar a los retorcijones en mi estómago vacío. Tanto hambre y stress acumulados me abrían la cabeza al medio.

El muñón pasó a segundo plano por primera vez. Ya casi no me dolía. Era mayor la molestia casual del engaño que causaba mi cerebro, con la falsa sensación de tenerlo todavía.

Sin embargo, de seguir así, moriría de inanición antes que de otra cosa.

O hasta podría agarrarme una recaída en la infección al tener las defensas bajas.

Unos pasos se aproximaron al vestuario, pero no les di importancia. Permanecí recostado, boca arriba, con los ojos cerrados, aplastado en la improvisada cama que aquellos sujetos me habían cedido.

—¿Estás dormido, Eze? —preguntó la amable voz de Benicio.

—No. —respondí, fríamente.

—¿Vas a bajar a comer después?

—No pienso comer un pedazo de carne del Enano. Todavía no se enfrió su cadáver y ya estaban pensando en cómo cocinarlo —dije, exasperado, incorporándome un poco en el colchón, para ver mejor el colorado y perplejo rostro de Benicio—. ¿No te parece... asqueroso?

Se quedó pensativo, con una mezcla de ensimismamiento y tristeza,

—No me mires así, como si fuera un monstruo. Ya te dije, llega un punto en el que te acostumbras. O lo aceptás. O las dos, no sé.

—Todavía no me pasó. Y no me va a pasar.

—¿Qué vas a hacer entonces? —preguntó, aun sabiendo que no hallaría respuesta—. ¿Morirte de hambre?

—No sé.

—Comé, boludo —dijo, susurrando las últimas palabras—. Vas a poder saber lo que te dije; pero tenés que comer.

La curiosidad no sería más fuerte que mi voluntad. O mi moral. Hice oídos sordos al secreto con el que quería hacerme cavilar.

—Vas a perderte una buena comida. No es el asado que alguno preferiría, pero es lo mejor que podemos conseguir hoy por hoy.

Sin esperar algún comentario de mi parte, abandonó el vestuario en silencio.

Quedé solo nuevamente, con el calor y los mosquitos acechando sin piedad. Me sentía débil. La falta de alimento me estaba asesinando lentamente, mientras me empujaba a dormitar de manera incómoda, y hasta dolorosa.

Se hizo de noche, y el olor a carne asada llegó hasta mí. Incluso llegó acompañado con rumores de risas y gritos. Me odié al sentir la boca llena de saliva, y el estómago queriéndose salir, rajándome a la mitad.

Entre toda esa vorágine, creí desfallecer. Quebré emocionalmente.

Quería morir, por primera vez en mucho tiempo.

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