Capítulo 32

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Nos acomodamos uno al lado del otro, quedando lo más enfrentados posible con el Carnicero.

Dejé mi mochila en la silla contigua, y hasta entonces no me había percatado de que nadie me la había intentado sacar.

—Qué calor, la puta madre —dijo Sergio, secándose la frente con el dorso de la mano—. Está insoportable.

El resto lo acompañó con algunos murmullos; pero yo no. No lograba comprender de qué se trataba todo aquello. Quiénes eran esos sujetos, y qué intenciones tenían.

Cada segundo que pasaba, la incertidumbre me carcomía por dentro.

En algún momento, el tipo que había salido corriendo de la oficina, tras la orden del Carnicero, volvió con una botella de agua, y un bol lleno de algo que no distinguía.

Eran unos bastones irregulares, marrones y viscosos.

—Comé, curepí. —Me dijo, acercándome el bol.

Le agradecí, sin tomar ninguno. Pero insistió.

—¿Qué es?

El grupo dejó escapar una sonrisa burlona.

—Es charqui, amiguito. —respondió el sujeto—. Carne. Salada, secada al sol.

Les fue pasando uno a uno el recipiente, y todos tomaron un bastón, mordisqueándolo.

Sin dejar de dudar, tomé uno a la fuerza, y lo olí.

—Es lo que hay. —dijo el Enano, encogiéndose de hombros.

—¿Carne de qué es?

El tipo del bol se rió nuevamente.

—Vos comé, no preguntés. ¿Qué importa de qué bicho es? Es comida.

Le pegué un mordisco. Sabía raro. No muy desagradable, pero si salado y rancio. El tipo me tendió la botella con agua y bebí unos sorbos para bajarlo.

Sin embargo, no volví a llevar aquella cosa a mi boca.

—Y bueno... —comenzó el Carnicero, reclinándose en su silla— ¿Qué hacías por la General Paz, manquito?

Inspiré, antes de contestar.

—Estoy yendo a Tigre.

—¿Por qué? ¿Qué hay ahí?

—No sé —respondí, alternando la mirada entre todos los presentes—. Pero quería cruzarme hasta alguna isla... o algo parecido.

Otra vez, todos dejaron escapar esas sonrisas burlonas que ya comenzaban a fastidiarme.

—¿Y de dónde venís? —prosiguió el Carnicero.

—De Palermo.

—¿Te arriesgaste a cruzar el cordón de zombies, solo para ver si podías meterte en una isla de Tigre?

—No sé qué es eso del cordón de zombies que dicen ustedes —Les dije, y el gesto les cambió, de uno divertido, a uno extrañado—. Tenía entendido que se agrupaban en lugares cerrados, no así como estaban en General Paz.

—¿Cómo no sabías? —preguntó el Enano— ¿Dónde vivías? ¿En una nube de pedos?

—Aparte de encerrarse, los muertos también se juntan formando hileras —explicó el Carnicero—. Hay un montón de cordones, por todos lados. El de la General Paz es larguísimo; va todo por Lugones, incluso por colectora.

—Todos saben eso, man. —dijo Sergio.

—Yo no.

—¿Dónde estabas viviendo? —preguntó el Carnicero—. Ya sé que en Palermo, pero ¿en qué parte?

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