—¿Cómo? —Le pregunté, confundido, asombrado y nervioso.
—Tengo un plan. Pero que salga bien o no, va a depender de vos. Yo te voy a tirar una punta nomás.
Mi cara de perplejidad era suficiente para mantenerle la sonrisa en el rostro, e incitarlo a seguir hablando.
—No pudimos hacer mucho charqui del Enano; en cualquier momento vamos a tener que tirar los reyes de nuevo. Y ahí entrás vos.
—No entiendo.
—¿Querés matar a Chinchulín?
Asentí, con el corazón en la boca.
—¿Te van a dar los huevos?
—Creo que sí. Pero no sé qué esperas que haga.
—Vas a pelear con él. Les van a salir los reyes a los dos.
—¿Cómo vas a hacer para que nos toque a los dos?
—Meto uña —dijo el Carnicero, bajando el susurro todavía más, observando con detenimiento cada rincón—. Puedo acomodar las cartas. ¿Por qué te pensás que elegí ese sistema? No soy boludo; no voy a arriesgarme a pelear contra uno picante, onda el gordo Luis. Pero cada tanto me toca a mí, para disimular. Y ya que se me hacía que el Enano estaba tramando algo en contra mío con el gordo y el Negro, aproveche para hacerlo cagar.
—¿Por qué me vas a ayudar a mí?
El Carnicero se rascó la barbilla, pensativo.
—Por varias razones. Primero, porque tengo que resolver esto, y prefiero ayudarte a vos que al otro boludo; pareces de mejor madera que él. Desde que Chinchulín llegó que lo vengo protegiendo, pero es un idiota. Segundo, porque odio a los traidores, y el hijo de puta de Chinchulín con lo que te hizo me demostró ser un traidor y un cagón. Y tercero, porque ya estás acá. Pero esto es un secreto entre nosotros. Si Chinchulín no se entera, corres con una ventaja.
—¿Vos decís que pueda llegar a ganarle?
—Te voy a ayudar con eso. Te puedo a enseñar algunos golpes útiles que cualquiera puede aprender en poco tiempo. Chinchulín no sabe pelear mucho tampoco. Pero bueno, de ahí en más, depende de vos.
—¿Y qué pasa si yo le cuento a los demás lo que haces con las cartas?
—Te vuelo la cabeza de un escopetazo —dijo, fríamente y sin cavilar—. A vos, y a todos los que les hayas dicho. No me importa mucho, la verdad. No le tengo miedo a ninguno.
Intenté sostenerle la mirada, sopesando lo que había dicho, pero no pude.
Era mucho para asimilarlo directamente.
El corazón me latía a mil, a pesar de estar en la tranquilidad de la noche.
—¿Cuándo me enseñarías esos trucos? —Le pregunté, para tratar de cortar con tanta tensión.
—Mañana mismo, si querés. Atrás de donde tenemos las plantas hay un galpón vacío. Es chiquito, pero nos va a alcanzar el lugar para practicar.
Terminamos la guardia sin decir mucho más. La noche sucedió sin novedades o sorpresas para el grupo, solo para mí.
Fuimos a dormir, el Carnicero por su lado, yo por el mío. Aun sin poder concebir todo lo que habíamos platicado.
Su estrategia con las cartas le había valido para llegar hasta donde estaba. Y me confiaba la posibilidad de obtener la venganza que tanto ansiaba.
Sin embargo, una cosa era pensarlo, desearlo; y otra muy diferente hacerlo.
No era lo mismo reventar de un martillazo la cabeza de un inerte zombie, que arrancar a golpes la vida de una persona.
Había mucho más allá que mis fuerzas o capacidades en juego. Estaba mi moral, mi voluntad. Mi valor.
Y todo lo que acaecería luego.
Debía luchar a muerte contra una persona que se jugaba todo por un segundo más de vida.
Me acosté con un nudo en la garganta, e incertidumbre en el estómago, cargado de carne humana y verduras. Y aunque no me costó dormirme, mantuve pesadillas a lo largo de toda la mañana calurosa que me tocaba para el descanso.
Ya no tenía vuelta atrás.
Unos gritos provenientes del pasillo me despertaron.
Me levanté rápido, asustado y en alerta, con el martillo en mano. Salí a toda prisa del vestuario en el que ya no quedaba nadie.
Pero me topé con todos mirando hacia el otro lado del ventanal, en las escaleras; Matías llamaba a gritos a los que aún no habían llegado.
—¿Qué pasa? —dije, entre confundido y adormilado.
—Los zombies —contestó el mismo Matías—. No están más.
Miré hacia fuera para comprender de lo que hablaba. Y, en efecto, no se veían zombies atravesando las calles.
—Se fueron —dijo Orlando, entusiasmado—. Se habrán ido a esconder en algún lugar.
—Sí hay —replicó el gordo Luis, malhumorado—. Fíjense bien.
Algunos aparecieron en escena, cortando la ilusión. Pero eran muy pocos.
—Son pocos —dijo el Carnicero—. Capaz siguen yéndose, y en unos días ya no quedan más dando vueltas.
—En unos días ya no vamos a tener más charqui. De nuevo. —volvió a atacar el gordo Luis.
—¿Y qué vamos a hacer? —intervino Matías, al ver la expresión furiosa que estaba dibujándose en el rostro del Carnicero—. Si salimos de nuevo, puede ser que los zombies se vuelvan a agrupar afuera, y perdamos más tiempo. Hay que esperar.
—En cualquier momento no queda ninguno, gordo —dijo Orlando, palmeando la espalda de Luis—. O los suficientes como para poder salir. No decaigas.
Luego de la noticia que pareció reconfortar a algunos, y hacer refunfuñar a otros, cada uno siguió por su camino.
Solo Matías y Orlando se quedaron a contemplar un poco más el perezoso andar de los muertos vivos que deambulaban por fuera.
El sueño y el cansancio seguían en mí, asique volví al vestuario para dormir otro rato.
El sol ya pegaba fuerte, a pesar de que todavía no había de ser mediodía. La garganta reseca me pedía agua, pero no tenía ganas de ir a buscarla.
Antes de acostarme me observé el brazo. O lo que quedaba de él. Ya casi no me dolía, ni supuraba. Pronto no tendía que usar más las vendas. Solo las mantenía por el calor y los bichos.
Qué vida de mierda. Extrañaba mi brazo. Tal vez no era lo que más extrañaba en el mundo, pero sí cada vez que me hacía falta.
Me recosté, haciendo oídos sordos a la necesidad de agua; luego iría por ella. Ya había pasado la prueba de la carne sin vomitarla. Ni sentir tanta culpa.
Incluso sentía más culpa por el hecho de no sentirme culpable al comer carne humana.
Pero, pensándolo bien, también me resultó más sencillo gracias a que sabía que la carne procedía de un ser despreciable y vil que merecía la muerte; no de una persona inocente cuyo único pecado fue caer en las manos de esos criminales.
Varios sentimientos se encontraban y colapsaban en mi cabeza.
Lo mejor sería esforzarme por dormir. Tendría un día largo por delante.
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Buenos Aires Zombie
FantasyLa plaga zombie se desató en el mundo, y Argentina no fue la excepción. Todo el territorio fue desolado, las comunicaciones se cortaron, y los pocos sobrevivientes quedaron aislados, intentando mantenerse con vida como les fuera posible. ...