Capítulo 45

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—¿Cómo venís con la comida? —preguntó el grandulón.

—La verdad... mal.

—Comé del charqui, Eze. No seas boludo. Cuando comas, vas a enterarte de algo bueno. Pero tenés que comer.

Benicio me miró, casi con lástima, y siguió su camino hacia el vestuario, dejándome junto a mi soledad, para seguir contemplando el horizonte plagado de zombies por unos minutos más.

Apenas iba cayendo el sol, el gordo Luis pasó convocando a uno por uno para la reunión en la oficina.

El miedo y la ansiedad amenazaban con paralizarme en cualquier momento.

Una vez que estuvimos todos juntos, nos quedamos de pie al borde de la mesa, con las sillas a nuestras espaldas.

El tiempo pareció detenerse.

No había cuchicheos ni bromas.

Nadie se animaba a romper la tensión contenida.

A mi derecha se había posicionado el Negro. A mi izquierda, Cogollo.

Y el Carnicero quedó justo frente a mí, con el mazo de naipes en la mano.

—¿Se quedan así? —preguntó, mientras empezaba a barajar.

—Te cambio —Le dijo Orlando a Matías, sonriendo—. Dale, curepa, no seas cagón.

Los tipos intercambiaron lugar, pero luego nadie más hizo ademán de moverse.

—Te lo explico rápido, Manquito, para que no haya confusiones. Mezclo, y el que está a mi izquierda, en este caso el Enano, corta; después, reparto una carta para cada uno, yendo para la derecha. A los dos primeros que le cae un rey... les cabe. ¿Se entendió?

Asentí, con un ligero movimiento de cabeza, y una fuerte sacudida en el estómago. No había probado un bocado en todo el día, solo tenía agua en mi interior. Los nervios me dieron muchas ganas de orinar, y un ácido me subía por la garganta. Me dolía la frente y la nuca. Sentía la espalda rígida.

Me preocupaba que notasen mi cuerpo temblar, o mis ojos llorosos del miedo.

No quería que notasen mi debilidad. Allí, todos eran el enemigo.

El Carnicero detuvo sus manos. Y el Enano cortó.

De manera lenta, aproximó la primera carta, dándola vuelta muy suave.

La cuarta sería mía.

Tres de copas.

Diez de basto.

Dos de oro.

Contuve la respiración, al límite.

Seis de basto.

Alivio.

Pasó una ronda completa, y los doce se resistían a salir. Se venía la segunda vuelta, nuevamente junto al nerviosismo.

Uno de oro.

—Culo sucio. —dijo alguien, en un susurro, pero nadie rió.

Tres de espada.

Once de copas.

Me bajó la presión.

Ocho de espada. Otra vez solté la respiración, suspirando, aliviado. Una ronda más de vida.

Seguían sin salir los doce, y solo quedaban el Enano y el Carnicero.

Doce de oro.

Unos murmullos recorrieron la oficina, tapados por los gritos de fastidio y decepción del Enano al ver la carta del rey en su lugar.

—El Enano con... —dijo el Carnicero, preparando el ambiente para seguir con el macabro juego.

Doce de espadas.

—...conmigo. —terminó la frase.

Mientras la conmoción y el miedo comenzaban el éxodo fuera de mi cuerpo, al quedar libre de la competencia, las palabras danzaban por la oficina, pero inentendibles.

Ya estaba decidido quien se batiría a duelo. Y la perspectiva no favorecía al Enano.

—Bueno, muchachos —comentó el líder, juntando las cartas desparramadas—. Vamos a terminar con esto.

El gordo Luis palmeó la espalda del pequeño, dándole ánimos. Pero otros se limitaron a mirarlo con tristeza.

Para mí, cualquiera de los dos merecía la muerte. Ese día saldría ganando yo. Uno menos que me perseguiría cuando pudiese escapar.

Salimos de la habitación, y a mitad de camino entre ésta y los vestuarios, el grupo de detuvo, escoltados por los racks.

Formaron un círculo, y me quedé allí, junto a ellos.

Algunos vociferaban cosas, ansiosos por el espectáculo que pronto darían los dos luchadores.

Sin embargo, Benicio y el Negro estaban especialmente apesadumbrados.

Los combatientes se aproximaron al centro del círculo humano, y realizaron algunos movimientos para calentar los músculos.

—Se te acabó la racha, Carnicero —dijo el Enano, sonriendo—. Pero voy a tratar de matarte lo más rápido posible, así no sufrís.

Casi todos rieron ante las palabras del sujeto.

Casi.

Una vez entrados en calor, se abrazaron fraternalmente unos segundos, mientras se dijeron algo al oído, que no llegamos a escuchar.

Se posicionaron en guardia, preparados, mientras la tensión volvía a cargar aquellos enormes pasillos.

Quizá el Enano pudiese dar el gran batacazo.

El gordo Luis se paró en medio de ellos, mirando a uno, luego al otro.

—¿Listos?

—Listo. —respondió el Carnicero.

El Enano solo asintió, concentrado en su rival.

—¡A pelear, mierda! —gritó el gordo.

El pequeño se arrojó desesperado, con los puños en alto y un grito de guerra perforando su garganta.

Sin embargo, inmutable ante tal gesto de valentía, el Carnicero reclinó ligeramente su torso hacia atrás, manteniendo el centro de gravedad, y en cuando el Enano estuvo al alcance, elevó lo suficiente su pierna como para que el talón impactase de lleno en la rodilla del otro.

Precisión de cirujano.

El sonido de la pierna barrida y quebrada solo fue tapado por el grito desgarrador de dolor que emitió el Enano.

Cayó de fauces al piso, sujetándose la pierna con ambas manos, mientras el líder alzaba los brazos buscando una ovación.

Hubo aplausos y alaridos de satisfacción de los que disfrutaban del combate.

Acto seguido, sin un dejo de piedad, el Carnicero se abalanzó sobre el rival, hundiendo su rodilla en el pecho, para inmovilizarlo, mientras descargaba puñetazo tras puñetazo directo al rostro surcado de pozos y cicatrices del Enano, hasta que dejó de moverse, desplomado en el piso.

Me obligué a ver la escena, a pesar de tanta brutalidad. Debía hacerlo, para nunca olvidar la bestialidad de aquellos tipos.

Me obligué a ver la cara irreconocible de Enano, para nunca olvidar quien era el monstruo en aquel mundo post—apocalíptico.

—¡Hoy comemos asado! —gritó el Carnicero, apoyado por una exclamación general—. ¿Te encargás vos, paraguayo?

Orlando asintió, y fue hasta el cadáver del Enano. Lo contempló unos segundos, y lo tomó por los brazos.

El Negro ofreció su ayuda, agarrándolo por los pies.

Entre ambos, con el cuerpo muerto aún caliente y salpicando sangre,encararon en dirección a la cocina.#hXX

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