Capítulo 38

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Caminamos unos metros más, en el más profundo silencio. La quietud de la ciudad acompañaba el momento. El Vecino Huraño había escuchado cada parte de la conversación, pero no se entrometió ni siquiera gestualmente. Solo se limitaba a mover sus pies, uno después del otro, observando a su alrededor, con el ceño fruncido.

—¿Vos no tenías familia? —preguntó de repente el Carnicero.

—Mis viejos y mis hermanos nada más. Pero vivían en Glew. Me vine a la Ciudad hace algunos años, a estudiar y trabajar. Iba siempre a verlos... Pero una vez que se cortaron los medios de comunicación, chau. No supe más nada de ellos, ni de nadie.

—¿No trataste de ir para allá?

—No. No le vi mucho sentido.

—No, tenés razón —concordó el Carnicero—. Tratar de encontrar a alguien vivo en todo este mar de mierda y zombies, es al pedo. Tenés que ser bastante ingenuo...

—¿Por qué te dicen "Chinchulín" a vos? —Le pregunté a mi ex vecino, haciendo el esfuerzo por disimular mi repudio hacia él.

El Carnicero soltó una carcajada, que ruborizó al Vecino Huraño.

—Contále, dale. —Lo instó el líder del equipo.

Me quedé viéndolo unos instantes, hasta que accedió.

—Un día le pregunté al Carnicero porque le decían así. Y se bajó el pantalón, mostrándome el pito: "Por mi tripa gorda", dijo —El Carnicero siguió con su risa, sin culpa—. Entonces los pibes me bajaron el pantalón a mí, y bueno... yo estaba asustado, era muy nuevo...

—Sí, claro —comentó el Carnicero, riéndose sin parar, mientras se secaba las lágrimas de los ojos—. Es vieja esa excusa.

—¡Es cierto! —replicó Chinchulín, forzando una risa, pero colorado aún.

No me pareció gracioso, pero imité al Vecino intentando dibujar una sonrisa en mi cara. Nada de lo que hagan o dijeran me causaría gracia o alguna emoción similar; pero, a pesar de eso, debía seguirles la corriente. Jugar a su juego, hasta que pudiese escapar.

Durante el trayecto, pasamos por una buena cantidad de edificios abandonados, locales y depósitos similares al que usaban los sujetos aquellos de guarida.

Deseaba irme, usar el resto de fuerzas que me quedaban para salir corriendo. Pero no era buena idea.

Todavía me sentía cansado y enfermo como para intentar una maniobra tan peligrosa. Y no contaba con que Chinchulín fuera a servir de aliado.

Tenía que esperar un poco más; y recuperarme. Tenía que confiar en que la comida enlatada que llevaba sería suficiente como para resistir hasta recobrar las energías.

No quería ser traicionado por mi estómago, y caer en la tentación y la necesidad de comer la carne salada con la que se alimentaban esos tipos. No quería transformarme en un monstruo, peor que los zombies.

Era menester recuperarme. Y sanar el muñón.

—¿No vamos a entrar en ningún edificio? —pregunté, luego de pasar por algunos sitios que de seguro hubiesen llamado la atención de Ignacio.

El Carnicero negó rotundamente con la cabeza.

—Suele haber más zombies que otra cosa. Es arriesgarse al pedo.

—Yo encontré bastante comida escondida.

—Sí, y mirá como terminaste. Con un brazo menos, casi muerto. No, Manquito, no voy a jugarme tanto. Aparte somos muchos, tenemos que tener demasiado ojete como para encontrar comida para todos.

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