Volvimos al corredor, y un zombie cayó rodando desde el piso superior.
Se incorporó gimiendo y mostrando sus corroídos dientes...
—Mierda... —gruñó Ignacio— ¿De dónde mierda salieron tantos?
De la desesperación, no pude ni siquiera contestar un "no sé".
—¿Cómo no nos dimos cuenta que estaban ahí? —volvió a balbucear el muchacho, mientras hundió su machete en el muerto que se nos acercaba.
—Son muchos...
Comenzaban a llegar más por las escaleras. Pronto el pasillo se llenaría de muertos vivos.
La adrenalina invadía mi cuerpo. El corazón a mil, golpeaba violentamente mi pecho, y la transpiración recorría mi frente.
Pensamos un instante en seguir bajando, pero el solo vistazo de la planta baja plagada de zombies nos hizo arrepentir.
—Vení. —dijo Ignacio, volviendo al departamento.
Fui tras él, y señaló la calle.
—Podemos saltar hasta el bondi. No está tan alto.
—Si...—Le dije— ¿Y después? Nos vamos a quedar atrapados en el techo. Está muy llena la calle.
—Hay que hacer una distracción.
—¿Cómo?
Alternó la vista entre la calle y mis ojos, pensativo, con el gesto contraído.
Frunció los labios.
—No es nada personal, pero mi familia me necesita.
Sin llegar a procesar lo que decía, estrelló su puño en mi cara, haciéndome perder el equilibrio.
Un calor me recorrió la mejilla, mientras una ira inconsciente me recorría todo el cuerpo.
Pero, antes de poder reaccionar, otro golpe me dio de lleno en la oreja izquierda. Caí recostado sobre la baranda del balcón.
Quise darme vuelta, abrirle la cabeza al medio con el martillo, como si fuera una nuez, sin embargo, arremetió contra mí, con una brutalidad y una fuerza de la que no lo creía capaz.
Un puñetazo al riñón me dejó sin aire y me aflojó las piernas. Sentí el abrazo de Ignacio, tratando de levantarme.
—Perdoná, perro. —Me dijo al oído, a pesar de mi inútil resistencia, debido al aturdimiento de los golpes.
Sin darme la posibilidad de defenderme, me levantó como un trapo, y me lanzó desde el balcón a la manada de zombies que me esperaban ansiosos en la vereda, con los brazos en alto, gimiendo.
En el impacto debí haber aplastado a aquellos que amortizaron mi caída.
Aún tenía el martillo conmigo, pero varias manos y fauces hambrientas me rodearon.
Querían atraparme; devorarme. Y me encontraba casi indefenso, en el suelo, sobre unos cuerpos inertes, cubierto de vísceras y miembros, podridos y quemados.
La confusión se volvió todavía mayor. El dolor de los golpes y la caída pasaron inadvertidos debido al vértigo y la adrenalina.
Me levanté de un salto, como pude, y comencé a descargar golpes y patadas a diestra y siniestra.
No quería que me toquen.
Pero estaban ahí. Al lado. Al frente. Arriba, abajo. Por todas partes.
Empujé, y golpeé, con el martillo y con el puño libre. Pero en medio de tanta desesperación no pude derribar a ninguno. Solo alejarlos algunos centímetros.
Sentí rasguños en la espalda.
Giraba constantemente sobre mí mismo, dando más golpes aún.
No podía avanzar. No tenía donde. Cada empujón que daba, generaba un hueco que volvía a cubrirse con otro muerto.
No escuchaba nada. Ni siquiera olía toda aquella carne podrida y carbonizada a mi alrededor.
Solo podía golpear. Intentar avanzar.
El terror se sobreponía a cualquier esperanza que pudiera tener.
Era el fin.
Me cubría el rostro con el brazo izquierdo, mientras con el derecho daba la mayor cantidad de martillazos posible.
Hasta que mi corazón decidió pararse en seco después de tanta aceleración, al sentir unos dientes cerrarse en mi antebrazo.
Clavando con fuerza unos dientes puntiagudos en mi antebrazo.
Intentando arrancar la carne de mi antebrazo.
Descargué un golpe tremendo sobre la criatura, lleno de dolor y de furia, y le exploté la cabeza, en un carnaval de huesos, sangre y pedazos de cerebro.
Me desesperé. Los ojos se me llenaron de lágrimas.
Definitivamente, era el fin. No había nada para hacer.
Volví a empujar con el brazo lastimado, frenético, y seguí golpeando con el otro.
Llegué hasta el colectivo, y apoyé mi espalda contra él.
Así me aseguraba de tener los zombies solo de frente.
Los muertos se estrellaban contra mi brazo; seguían mordiéndolo, mientras yo les abría la cabeza de un martillazo.
Iba a pelear hasta el final. Iba a llevarme conmigo todos los muertos que pudiera.
No iba a rendirme a la muerte, como hizo Mariana.
Me pregunté por un momento que habría de cierto en lo que decían sobre la otra vida.
¿Vería a Mariana de nuevo? ¿Y a mis padres y hermanos? ¿A Alejandra, y los demás del edificio?
Pronto tendría una respuesta.
Quedé fuera de mis cabales, preso de una furia siniestra, arremetiendo contra los zombies sin importarme nada. Ya no quedaba nada que importara.
Tras cada golpe asestado el martillo aumentaba exponencialmente su peso. Pero tras cada golpe asestado una de las criaturas caía, con el cráneo partido al medio, bañándome con sus fluidos.
Los cadáveres se apilaban a mis pies. Frenaba los mordiscos de putrefactas mandíbulas con el brazo izquierdo, cada vez más despojado de carne, a modo de escudo.
No profanarían más nada de mi cuerpo mientras tuviera un resto de energía.
Más y más muertos a mis pies. Más y más muertos aparecían, gimiendo, deseosos de mi ser.
Más tejido cubría mi martillo y mi brazo, luego de hundirlos en las cabezas demoníacas.
Me empezó a faltar el aire.
Y las piernas me flaquearon.
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Buenos Aires Zombie
FantasyLa plaga zombie se desató en el mundo, y Argentina no fue la excepción. Todo el territorio fue desolado, las comunicaciones se cortaron, y los pocos sobrevivientes quedaron aislados, intentando mantenerse con vida como les fuera posible. ...