Capítulo 33

101 21 2
                                    

—Hay que llamar a los demás. —dijo el Carnicero.

—El gordo Luis está con Beni en la entrada —informó el Enano—. Pero Mati se fue con Chinchulín y Cogollo a explorar.

—Deben estar por venir en cualquier momento —comentó el líder del grupo—. Igual, ellos no se hacen problema por nada. Anda a buscar al gordo, Enano. Y que venga el Beni también.

Al igual que lo hizo Orli, en su momento, el Enano salió a toda prisa de la oficina, acatando la orden del Carnicero.

Sentía una opresión en el pecho que me estaba dejando sin aire. La cabeza me daba vueltas, y el muñón se agitaba incontrolable.

No quería quedarme con ellos. No quería que decidan si era apto o no para su grupo, porque quería irme. Esta solo de nuevo.

De pronto, aparecieron por la puerta Luis y Benicio, anticipados por el Enano. Todos tomaron un lugar en cada silla, sin decir ni una palabra.

—Muchachos —empezó el Carnicero—. Ya lo conocen. Él es Ezequiel, y, después de escucharlo, pensamos en sumarlo al equipo. ¿Están de acuerdo?

—Y...—dijo Orli— Si así como lo vemos, cruzó el cordón solo, se la banca el manco.

—Yo no —se opuso el gordo Luis—. Otra boca que alimentar. No nos sirve. Habrá sobrevivido de pedo, con una mano no se puede defender.

Hablaban con total libertad sobre mí, como si no me encontrara presente. Miré en cada recoveco, pensando inútilmente como irme de aquella habitación, de aquel depósito; huir de toda aquella situación.

—Con más razón, gordo —replicó el Carnicero—. Si es manco, ¿qué problema nos puede traer?

—Que no sirve para ir a recorrer. —respondió Luis.

—Pero puede limpiar, o hacer guardia. —intercedió Sergio.

—No. A los nuevos les toca ir a recorrer. —mantuvo su posición el gordo, echándome furiosas miradas de soslayo.

—Siempre te oponés a todos los que encontramos, gordo —dijo el Carnicero—. Si fuera por vos, no habría nunca nadie nuevo en el equipo. No seas tan rompe pelotas.

—¿Entonces para qué carajos me preguntan?

—No seas boludo, gordo, no te enojes. —dijo Orli.

—No me enojo —respondió, pero dicho eso, se levantó, y encaró hacia la puerta—. Voy a mi puesto. Ya tienen que estar por llegar Mati y los demás.

Dio tal portazo tras de sí, al cerrar, que hizo temblar el ventanal de la oficina. Entre todos se miraron, pero cuando Luis estuvo a una distancia considerable, comenzaron a reírse.

—¡Que tipo dramático! —dijo el Carnicero.

—Ya se le va a pasar...—remató el Enano.

—En fin —retomó el Carnicero—. No creo que los otros se opongan igual que el tarado del gordo, asique vas a poder unirte al equipo, manquito.

Fijé mi vista en él, mientras hacía lo mismo sobre mí. Su seguridad era arrolladora, y su sonrisa amarillenta, repulsiva.

—Gracias, pero prefiero seguir mi camino —dije, tímidamente—. A Tigre.

Sin embargo, el Carnicero negó con la cabeza, volviéndose a reclinar sobre la silla, con los brazos cruzados.

—No, amigo. Acá, las cosas no funcionan así —dijo el líder del grupo—. O sos parte del equipo, o sos charqui. ¿Entendés?

Buenos Aires ZombieDonde viven las historias. Descúbrelo ahora