Capítulo 10

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La oscuridad era aún más absorbente en ese sitio.

Corrí deprisa, pero con cuidado; en varias ocasiones estuve a punto de tropezar con las vías.

Si me caía y me quebraba un tobillo, podía dar por finalizada la travesía también para mí.

Suponía que todos los del grupo habían muerto. No veía con claridad como alguno pudo haber resuelto la situación en la superficie. Estaba muy difícil.

Los dos amigos me daban igual. Corrieron por su cuenta, nos abandonaron. Sin embargo, el Vecino Huraño...

Deseaba, con las pocas fuerzas que me quedaban, que a él le hubiese tocado el peor final.

Hijo de puta.

Confié en él.

E hizo aquella cobardía.

No podía quitarme de la mente la imagen de Alejandra pidiéndome ayuda. Y yo sin poder hacer nada.

Que inútil fui en tan pocos minutos.

Me sentí mareado mientras corría. Me faltaba el aire, y el estómago se me revolvía.

Seguí de todas formas, hasta que choqué de frente con dos zombies al doblar en una curva.

No me di cuenta de sus presencias hasta que chocamos.

Y así como no los había escuchado, parecía que ellos a mí tampoco. Los alumbré, al tiempo que se volvieron, enojados, a atacarme.

Golpeé a uno con el martillo, débilmente, sin lograr derribarlo. Y embestí al otro, en su vano intento por atraparme.

Los rebasé, pasando entre medio de ellos, dejándolos un paso atrás.

Pude volverme para seguir con el combate, pero la realidad era que no tenía energías, voluntad ni ánimos como para enfrentarlos.

Y seguir corriendo era lo que tenía planeado. Asique seguí.

A los pocos metros dejé de oír sus gemidos.

Pero otros se les sumaban en el trayecto, así como pasos y sombras, salidos de la nada.

Podían ser monstruos realmente, o tan solo mi imaginación, que se regodeaba en la paranoia.

Corrí a lo largo de toda una eternidad. Tenía las piernas prendidas fuego.

Hasta que por fin llegué nuevamente a un andén. Solo que esa vez no tenía ninguna formación esperando estacionada.

De todas formas, iluminé los alrededores, prestándole atención a cualquier sonido o movimiento que delatara enemigos. Pero no hubo ninguno, más allá del violento golpeteo de mi corazón contra el pecho.

Apoyé la linterna y el martillo un segundo en el andén para treparme.

Me costó bastante. Estaba débil; de cuerpo y de mente.

Caminé con cautela. No estaba seguro de qué estación sería, pero si no me equivocaba, debía ser Palermo.

La luz de la linterna me mostró un cartel corroído que me confirmaba que estaba en lo cierto.

Al menos había corrido en la dirección correcta.

No estaba cerca de mi destino, pero seguía en camino.

Cada cierta cantidad de pasos me detenía, expectante de algún indicio sobre zombies cercanos. Esperaba no encontrar ninguno, pero tampoco quería esperanzarme.

Salté el molinete y avancé muy despacio, con la guardia en alto. Razoné que los muertos vivos podían ser muy silenciosos cuando no había nadie que los alteré. Tal vez entraban en un estado de reposo, o similar.

Fui acercándome a las escaleras. El sol alumbraba todo el exterior.

Apagué mi linterna, pero aún no era momento de guardarla. No era mi intención volver a la oscuridad del subterráneo, pero lo mejor era estar preparado.

Subí lentamente, escalón a escalón. Una vez en la superficie, contemplé nuevamente el desastre de la Avenida Santa Fe, aunque esa vez sin la horda de zombies que la cubría en mi última estadía allí.

En la entrada de la estación del Ferrocarril San Martín había unos cuantos cadáveres tirados en el suelo. Me quedé estático, observándolos. Pero no se movieron.

Levanté un poco más la vista, y me encontré con el Puente Pacífico.

Por ahí continuaba mi camino.

Miré a ambos lados de la calle. A la derecha, no alcanzaba a ver nada del terror sufrido en Plaza Italia. No alcanzaba a ver el cuerpo desollado de Alejandra. Y menos todavía el de Mariana, que quedó abandonado para siempre bajo tierra.

Hacia la izquierda, no tenía idea de lo que se me presentaría.

Un total desconcierto.

No quería hacerlo solo, pero no me quedaba otra. Estaba solo.

Y tenía a mi disposición todo Buenos Aires.

Buenos Aires ZombieDonde viven las historias. Descúbrelo ahora