Era una mañana lluviosa la del día que comencé a buscar un nuevo lugar para vivir. Mis padres me habían dado un ultimátum y yo ya no podía vivir a costa de ellos.
A pesar de siempre haber tenido diferentes trabajos para costear mis gastos personales, quienes pagaban la mayor parte de mis gastos académicos eran mis padres. Pero ahora habían llegado a su límite y los entendía. Claro que me hubiera gustado que me avisaran con un poco más de tiempo.
Tardé tres días en reaccionar de aquella nueva noticia e inmediatamente comencé a marcar avisos de alquileres en el diario. Había recorrido bastantes lugares aquella mañana pero ninguno que estuviera dentro de mis alcances económicos actuales y mucho menos de mi agrado. Sinceramente, a quién se le ocurría poner en alquiler ese tipo de lugares que apenas se mantenían en pie.
Había parado a almorzar algo y continuaría con mi búsqueda luego del medio día, pero esta vez no iría solo. Carla iría conmigo.
Carla era una muchacha dos años menor que yo. La había conocido aproximadamente un año y medio atrás, más o menos, yo era pésimo con las fechas.
Ella solía acercarse seguido a la librería donde yo trabajaba y cada tanto se acercaba a mí para pedirme algún tipo de recomendación. La verdad era que a mí nunca me había gustado leer mucho y nunca sabía que responderle, pero ella conseguía terminar hablando conmigo aunque no tuviera que ver con libros.
Unas semanas después la invité a salir. Era demasiado obvio que ella quería llamar mi atención, pero me rechazó. Dijo que lo tenía que pensar porque le daba la impresión que yo era un muchacho de muchas relaciones... pensar que ella estaba tan equivocada.
Finalmente fue ella quien me invitó a salir y acepté. No es como si ella me gustara o no me gustara pero no estaba viendo a nadie en ese entonces y hablar con Carla siempre me alegraba el día. Ella siempre era muy enérgica, habladora y graciosa. Hacía mucho tiempo que no me sentía tan cómodo con alguien como me sentía con ella. Unas semanas después comenzamos salir formalmente.
Ella conocía a mi familia y yo a la suya. Así de seria era lo que teníamos. Pero cuando me propuso mudarnos juntos la rechacé. Carla era demasiado intensa algunas veces y yo necesitaba tener mi espacio personal, por lo menos por un tiempo más. No se enojó como yo esperaba, pero sí me obligó a prometer que la dejaría ayudarme con la elección de mi nuevo hogar.
Carla llegó llamando la atención de todos los clientes del lugar, siempre era así porque su belleza era desconcertante. Sus ojos eran tan verdes como una esmeralda, su cabello azabache siempre brillaba y su cuerpo tenía lo que cualquier mujer desaría. Claro que los que la conocían sabían que era más que una cara bonita, ella era la mujer perfecta y me había elegido. Eso era algo que aún me costaba entender.
—Te dije que no era necesario que vinieras —sonreí luego de que ella me saludara con un cálido beso en mis labios.
—Lo sé, es sólo que quería acompañarte a ver los lugares que elegiste—se sentó tranquilamente y pidió un café cargado. Nunca entendí cómo podía gustarle esa clase de infusión y menos si ni una gota de azúcar. —Mamá me pasó un dato —continuó sacando un diario y mostrándome el lugar donde la madre había resaltado. —Dijo que llamó y aparentemente aún no han ocupado los lugares. Es un edificio cercano a la universidad, tienen un monoambiente, un departamento para dos que está desocupado pero de todas maneras sólo te cobrarían la mitad y el último departamento vive un muchacho.
—No lo sé... se supone que esto es para los que recién ingresan a estudiar, yo estoy demasiado viejo para vivir en una fraternidad.
—No es una fraternidad y tú no estás viejo —dijo arrimándose a mí para besarme y observarme detalladamente. Carla era muy dulce cuando se lo proponía. —No estaría demás que fueras a ver ¿Sabes? Mamá dijo que eran económicos.
—Claro ¿Por qué no?
Aunque debí haber dicho que no. No sabía que un edificio podía ser tan alto, no podía creer que un monoambiente podía ser tan pequeño. No creí que después de tanto tiempo aún le temía tanto a ese tipo de lugares.
Me aferré del brazo de Carla cuando entramos en el ascensor. Tanto el monoambiente como el departamento compartido sin compañero estaban en pisos elevados, eran aproximadamente 3 minutos en ascensor, en aquel pequeño espacio cerrado y suspendido en el aire junto a cuatro personas más: Carla, el hombre encargado de los alquileres y dos adolescentes que al parecer iban a sus departamentos. ¿Por qué permitían a tanta gente en un mismo viaje? ¿Acaso no había un límite de peso?
Los adolescentes se bajaron en el piso 5 pero a pesar de eso no me sentí mejor en aquel lugar. Respiré profundamente cuando me encontré en el pasillo y comencé a seguir a mi novia y al locatario. No se oía música o griteríos como me había imaginado debido a que era un edificio universitario, todo parecía estar en orden. El edificio era nuevo, todo allí parecía bien cuidado, era una buena opción... lo era hasta que ingresamos al monoambiente.
—¿No es muy pequeño? —consulté en un hilo de voz. No me había dado cuenta de que no podía hablar hasta ese momento. El hombre me miró extrañado y explicó que esas eran las dimensiones típicas de las habitaciones individuales que alquilaban en cualquier lado.
Me hizo un pequeño recorrido indicándome que en aquel piso todos eran monoambientes que contaban sólo con un baño y una pequeña heladera-frigobar. Pero que la cocina era compartida: es decir que si yo quería cocinar algo debía dirigirme al final del pasillo donde había una gran habitación que funcionaba de cocina. Eso no era para nada bueno, visto y considerando que yo sería el mayor de todo el edificio.
Me acerqué a la ventana en un momento determinado y miré por ella. Debí sostenerme del marco porque sentí mis piernas temblar levemente y de inmediato regresé al brazo seguro de Carla que me miró extrañada; yo le había comentado, como lo hacía con todo el mundo, el terror que me generaban los espacios cerrados y las alturas, tal vez ella lo había olvidado.
—No me parece conveniente lo de compartir la cocina aunque el precio es justo lo que estoy buscando —dije lo más normal que pude, la voz me estaba temblando y sentía que comenzaba a sudar sin control. —¿Por qué no me enseña el departamento compartido?
—Claro, el precio es el mismo pero no tienes la ventaja de tener tu propio espacio —informó indicándonos que nos dirijamos nuevamente al pasillo. —Una ventaja es que cuentas con cocina-living-comedor en el departamento y la desventaja es que sólo hay una habitación.
—Oh, pero no importa porque de todas maneras no hay nadie en él aún ¿No? —quiso saber Carla y el hombre asintió diciendo que no podía asegurar por cuánto sería eso.
Volvimos a subir al ascensor e inhalé profundamente para prepararme para el descenso. Lo que me sorprendió fue que el hombre no presionó un número menor al piso en el que nos encontrábamos, sino que marcó el número 11, mi número favorito.
—¿Está en el piso 11?
—Sí —respondió extrañado mirándome fijamente. —¿Te sientes bien?
Negué con la cabeza y me dejé caer en el suelo del lugar para poder crear el espacio seguro que mi psicólogo conductista me había enseñado alguna vez atrás, cuando debía enfrentarme a alturas y espacios pequeños todo el tiempo.
—Lo lamento ¿Podemos bajar a un lugar seguro? —consulté entre respiraciones profundas a tiempo que sentía la mano de Carla en mi espalda y la charla preocupada de ambos.
Sentí un tirón en el estómago cuando comenzamos a descender y en cuanto se detuvo me paré sin esperar a nadie y corrí al exterior del lugar donde tomé una gran bocanada de aire antes de sentarme nuevamente en el suelo, esta vez seguro.
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Temporal: Pasado Presente.
RomanceIan tiene muy en claro que hay cosas del pasado que no se pueden cambiar, pero también sabe que él tiene la habilidad de congelar algunos recuerdos y es feliz viviendo de esa manera. ¿Qué pasará cuando uno de esos recuerdos aparezca en el presente...