13. Urgencia y Desprolijidad.

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Mis ojos se pegaron a sus labios entreabiertos. Estaban temblorosos, quizás porque estaba nervioso o quizás porque quería decir algo que no terminaba de huir de su boca. Yo por mi parte no podía parar de tragar saliva, no debí acercarme tanto, aunque mi intención de ponerle fin a la discusión, nuestra cercanía de ese momento no era prudente.

—Ian —murmuró obligándome a verlo a los ojos.

­—¿Si? —consulté cuando él no dijo nada más.

Una leve sonrisa apareció en sus labios y llevó una de sus manos a mi mejilla donde simplemente la apoyó allí. Mi reacción fue automática, ese gesto era tan familiar que ni siquiera pensé si lo que hacía estaba mal o no: me apoyé en él exigiendo una caricia.

—Estás loco —aseguró arrastrando su trasero para acercar su cuerpo más al mío. Y claro que lo estaba porque yo había empezado con eso.

Volví a tragar saliva y sin más vuelta me acerqué a sus labios.

Al principio sólo los dejé allí, reposando, robando su calidez. Me bastaba con eso.

Pero Nash nunca había sido alguien conformista, por lo que arrimó su rostro aún más al mío e intercaló sus labios en mi boca. Sus manos se afirmaban con fuerza a los costados de mi cara mientras que las mías sujetaban su cintura con la misma intensidad.

Hacía mucho tiempo que no besaba de esa forma. Con Carla siempre todo era delicadeza y cuidado, y con Nash siempre había sido urgencia y desprolijidad.

Tiré de su cuerpo para ponerlo sobre mi regazo pero él simplemente se resistió jadeando un "así no bebé". Me reí contra sus labios y lo dejé quedarse donde estaba, aunque claro, fue Nash quien intentó arrastrarme sobre su cuerpo justo en el momento en que el timbre del portero nos congelaba en nuestro sitio.

Nash fue el primero en poner un espacio entre nosotros. Se retiró hasta la otra punta del sillón y escondió su cabeza entre sus manos.

Yo por mi parte me quedé allí, anonadado, sin poder reaccionar mientras en la lejanía escuchaba una molesta chicharra que no llegaba a entender de dónde provenía.

Suspiré profundamente porque sentía que el aire no había estado transitando bien por mis pulmones durante varios segundos. Sentía adormecido las extremidades, había un cosquilleo en mi estómago y ni hablar de mi corazón que latía con tanta fuerza que parecía que podía oírlo golpeatear en mi pecho.

—¿Lo sentiste? —consultó Nash con cuidado. Lo observé y había terror en su rostro, él estaba completamente asustado.

—¿Qué cosa? —pregunté en un hilo de voz. Quizás preguntaba por el timbre que aún sonaba o quizás su pregunta iba a dirigida al hecho de que por un momento pareció que habíamos retrocedido en el tiempo, que esos 10 años no habían pasado, que nada había cambiado.

—Fue como antes... fue como si nada de lo que pasó hubiera pasado —continuó mirándome con sus ojos entrecerrados. —¿Lo sentiste?

—Yo

¡Ian! ¿Estás ahí? —la voz de Carla se coló por entre la puerta en medio de los golpes a la misma. Miré al lugar y me puse de pie para atender, podía ignorar el timbre, pero no podía dejarla allí, en el pasillo, gritando por mí.

—Ian —se apresuró a decir Nash parándose frente a mí para detenerme. Me miró fijamente invitándome a responder su anterior interrogante.

Cariño... ¿Estás bien?

—Debo atender —susurré mientras la mano que sujetaba mi muñeca aflojaba el agarre para dejarme pasar, pero lo detuve antes de algún otro movimiento. Tomé el cuello de su camisa y apoyé mis labios en los suyos.

Temporal: Pasado Presente.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora