45. Lugares Prohibidos.

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Milo me miró fijo unos segundos y rompió en fuertes carcajadas que no tardaron en contagiarme a mí también. Me recosté en el respaldo del sillón y seguí riendo un poco más hasta que fue él quien poco a poco lo dejó. De inmediato todo se hundió en un cómodo pero inquietante silencio.

—¿Puedes besarme? —consultó con cuidado reincorporándose y mirándome con seriedad. Lo observé fijamente, él parecía estar dudoso de su propia pregunta. Humedeció sus labios antes de tragar saliva.—Supongo que no es lo mismo besar a una chica que a un chico ¿No?

—Mírame —me reincorporé y señalé mi rostro. —Por supuesto que no es lo mismo, tengo rastros de barba que te puede molestar. Tampoco soy alguien suave, no me gusta esos besos cuidadosos. Las chicas son más tranquilas. —Sonreí y tiré mi mano para acariciar su mejilla con mi pulgar: él sí tenía una piel suave y levemente cálida. —Puedo hacerlo si quieres. No me molesta. La verdadera pregunta es ¿Puedes tú?

Bajó su mirada y se recostó en mi mano cerrando sus ojos. Era claro que mis manos tampoco eran las de una muchacha, eran grandes y un poco ásperas por las manualidades que solía realizar en los talleres de la facultad. Tampoco es que yo fuera alguien a quien le interesara esas cosas del cuidado, con un crema podría hacer mis manos suaves, pero siempre fui un poco dejado en ese aspecto.

Milo abrió sus ojos para encontrarse con mi mirada paciente y asintió inseguro. Volvió a tragar saliva y su lengua salió tímidamente a sus labios antes de tomar una gran bocanada de aire.

—No te enamores de mí —dijo arrimándose torpemente para buscar mi boca. 

Puede haber sido a causa del alcohol o simplemente porque se encontraba nervioso, pero fue su beso fue brusco. Parecía como si él realmente no sabía lo que estaba haciendo o como si fuera alguna especie de castigo que tenía que hacerlo rápido. Sonreí sobre sus labios y me retiré unos centímetros.

—Relájate —pedí sujetando los costados de su cara y tomando el control. Intercalé su labio inferior entre los míos y lo acaricié con mi lengua; Milo amagó con retirarse, quizás asqueado, pero fue apenas durante una milésima de segundo. De inmediato volvió a arrimarse a mí y sus manos se apresuraron a mi cadera pidiendo por más contacto.

Tiré de su cuerpo para profundizar aún más el gesto. Como le había adelantado, no habría nada de suave en él, y así era:  todo apresurado pero prolijo, sus labios y los míos se entremezclaban casi con urgencia y necesidad de sentir algo, aunque fuera mínimo.

Sin siquiera darse cuenta Milo trepó sobre mí y se puso a horcajadas sin dejar de emitir unos sonidos bastante sensuales. Por supuesto no me resistí y lo dejé continuar, necesitaba dejar de pensar en Ian por unos momentos y qué mejor que hacerlo de esa manera.

—Parece que sí soy gay después de todo —dijo cuando mis labios abandonaron los suyos para ir a su cuello. —Y parece que tengo mal gusto también ¿Por qué tengo que dejarte a ti hacer esto?

—Si quieres me detengo —aseguré con una sonrisa en mis labios porque su respuesta era sabida.

—No, sigue —suspiró frotando su entrepierna contra la mía. Él de verdad estaba muy excitado.

Se separó un poco para quitar mi remera y me observó unos largos segundos. Por supuesto no habían pechos allí, yo era un chico. Se retiró un poco más y también miró mi erección apretada en mis pantalones. Pensé que ese sería el momento en que él se espantaría, en el que saldría huyendo pidiéndome disculpas porque había sido un movimiento arrebatado de su parte. 

Pero muy por el contrario, con cuidado llevó sus manos a mi torso y comenzó a recorrerlo con lentitud. El toque de sus manos era suave y tranquilo, él estaba inspeccionando, reconociéndome. Tocó uno de mis pezones con su pulgar y se sorprendió cuando me moví inquieto largando una estúpida carcajada. Ese era uno de los lugares prohibidos.

Me apresuré a mover mis manos, fue mi turno de quitarle una prenda. Milo no puso resistencia, ni se movió cuando fueron mis manos las que recorrieron su piel, sólo largó un jadeo cuando mis labios fueron por uno de sus pezones. Incluso, cuando quise dejarlo, él mezcló sus manos con mi pelo y me invitó a hacerlo con el otro de ellos.

—Tú si que sabes lo que haces ¿No?

—No, es sólo que tú estas muy borracho y desesperado —me reí empujándolo de mí cuerpo para recostarlo y posicionarme sobre él.

Lo observé con detenimiento. Estaba sonrojado, a pesar de la luz tenue de la habitación, se notaba el rojo sobre su piel pálida; sus ojos estaban más pequeños de lo normal pero brillaban con fuerza, con deseo. Acomodé su cabello alborotado liberando su rostro y volví a sus labios sin resistirme de frotar mi erección contra la suya, a través de nuestras ropas.

—¿Qué se supone que haremos con eso? —consultó con voz entrecortada sin dejar de acercar su cuerpo al mío. —No seré el pasivo.

—¿Sabes lo de activo y pasivo? Eres tan lindo —me burlé recibiendo un mordisco como castigo. Lo observé sorprendido y rompí en carcajadas. Nunca en mi vida me hubiera imaginado estar en ese tipo de situación con Milo y mucho menos que él tuviera ese tipo de reacciones. —Ven, vamos por una ducha.

El chico me siguió sin poner resistencia y terminamos de desnudarnos antes de ingresar bajo la cascada de agua sin dejar de besarnos. Por supuesto no fuimos más allá de unos toqueteos, Milo estaba bastante asustado, lo podía notar, y no era mi estilo acostarme con alguien la primera noche. Eso sin contar que el pequeño no dejó de repetir que no sería el pasivo en ningún momento.

Cuando ambos llegamos al clímax, nos relajamos un poco más y realmente tomamos esa ducha. Salimos en silencio, juntamos el desastre de ropa que habíamos dejado y lo invité a dormir dado que en su estado no podía regresar a casa... o a donde fuera que se estuviera quedando.

—¿Dormiremos juntos? Resultaste un romántico —sonrió sentándose en mi cama. Lo miré alzando las cejas y le indiqué que levantara las piernas para sacar la cama debajo de la mía. —Le quitas la diversión a todo... ¿Al menos puedo dormir desnundo?

—¿Acaso ya no lo estás? —consulté observándolo meticulosamente mientras se movía de mi cama a la suya. Él definitivamente tenía buen cuerpo.

Yo, por el contrario, había buscado un bóxer. Cuando vivía sólo solía dormir sin nada, pero desde que Ian había llegado a vivir conmigo siempre acostumbraba a llevar aunque sea una prenda.

—¿Sería bueno que mantengamos lo que pasó en secreto? —consultó Milo con curiosidad una vez que apagué el velador. —Digo, no es como si me molestara que se sepa, pero digo...

—Mañana hablaremos ¿De acuerdo? —consulté arrimándome a la orilla de la cama para estirar mi brazo y revolver su cabello húmedo. —Tú estás muy tranquilo ahora pero es por el alcohol que traes encima. Mañana será todo muy diferente. Sólo espero que no me odies, yo no te obligué a nada.


Temporal: Pasado Presente.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora