Rodrigo
El ardor de la espada entrando a mi cuerpo no tenía comparación. Dolía y quemaba mis entrañas, como si fuera fuego y no plata, el material del que estaba hecha la espada que me atravesaba. Desgarraba. Cortaba. Sentía que me estaba partiendo en dos.
.
Todo a mi alrededor era oscuridad pura. El estómago me dolía, como si no hubiera estado haciendo abdominales como un loco.
Estaba acostado en un suelo de graba, y escuchaba el agua correr cerca de mí. Me encontraba a algunos metros de un río, un río con un caudal agitado, eso supuse, ya que el suelo debajo de mí vibraba un poco y escuchaba agua correr.
Intenté incorporarme, pero el abdomen me dolía. No lograba ponerme de pie. No sabía donde estaba, ni como había llegado a ese lugar. Apenas y podía recordar cual era mi nombre.
Rodrigo.
Sí, ese era mi nombre.
¿Pero en dónde me encontraba? ¿Cómo había llegado ahí?
-¿Hola? -Me quedé esperando una respuesta.
Nada, no escuchaba nada a parte del agua del río. Tenía la sensación de que algo me faltaba, una voz que debía oír pero no lo hacia.
-¿¡Hola!? -Esta vez lo dije más alto. Me sentía tonto por estar ahí, sólo y tirado en el suelo, gritando y esperando una respuesta, pero esa sensación no se iba.
Escuché un rugido/grito/gorgojeo a lo lejos, y unos pasos apresurados viniendo hacia mí.
-¿Quién es-
Una mano se puso sobre mi boca. Impidiéndome terminar de hablar.
-¡Cállate! -Me reprendió el chico dueño de esa mano, hablando demasiado cerca de mi rostro. Lo primero que pude distinguir de él eran las pecas de su nariz, a pesar se su tez morena-. ¿Acaso quieres que nos trague la iguana?
No sabía si hablaba en serio o no, pero me parecía poco probable que una iguana nos pudiera comer.
-¿Dónde estamos? -Pregunté a este chico extraño mientras intentaba alejarme de él. Su cabello era castaño, y tenía un ojo marrón y otro azul.
-¿Qué no es obvio? Estamos en el Mictlán. Estamos muertos.
Cuando dijo esa última palabra, todos los recuerdos volaron a mi mente. El señor Westchester, mi madre, mi padre, el laboratorio, el vuelo, los tzitzimime, el Camión de los Héroes, la Calzada, Jonas, los semidioses, Azul, el oso y la serpiente gigantes, la diosa de obsidiana, Coyolxauhqui, la batalla, la espada clavada en mi abdomen.
-¡AH! -Me incorporé de golpe.
Observé mi brazo para buscar a Azul, y ella parecía estar completamente dormida, el tatuaje de ella estaba reposando en mi brazo.
Levanté mi playera para poder ver mi abdomen mientras respiraba rápido. No había nada anormal en él, todo estaba como antes. O eso me pareció al principio, pues al ver bien, pude notar una cicatriz de casi diez centímetros de largo que atravesaba la fina línea de vello debajo de mi ombligo.
Una cicatriz blanquecina, ahí donde la diosa desmembrada me había intentando convertir en brocheta.
-¿Así moriste? -Me preguntó el chico, acercándose demasiado a mi estómago para poder tocar la cicatriz-. ¿Te ensartaron?
-Sí -dije mientras daba un paso atrás y volvía a acomodar mi playera en su lugar y trataba de procesar mi muerte-. Fue Coyolxauhqui.
El chico abrió mucho los ojos.
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La Trilogía Azteca 2: Los Nueve Infiernos
AdventureTras lo ocurrido en la batalla de la Calzada de los Muertos, Mich está destrozada. Por no haber podido aclarar sus sentimientos hacia Rodrigo a tiempo, su mundo se puso de cabeza. Y eso, acentuado con la desaparición de Payne, es todavía peor. A...