(4/5)
Rodrigo
Mis alas se abrieron de golpe, intentando mantenerse rectas para planear mientras caíamos a una muerte casi segura. Sólo se escuchaban gritos poco masculinos de los tres.
Faltando menos de cien metros para estrellarnos y quedar como una mancha de grasa, pude estabilizar mis alas y expandirlas. Planeamos bien unos segundos, hasta que un proyectil de Lalo casi nos alcanza. Al momento de esquivarlo, perdí el equilibrio y los tres caímos sobre el duro suelo, rodando varios metros y golpeándonos por todo el cuerpo. Un horrible sonido de hueso rompiéndose llegó a mis oídos, seguido de un horrible dolor en una de mis alas.
Estaba intentando contener los sollozos. Dolía como mil demonios. Las lágrimas se me escaparon aunque intenté detenerlas.
¡Lo que faltaba! Una de mis alas se había roto, de nuevo, y esta vez no tenía a una diosa mariposa que me ayudara.
Pavel se me acercó corriendo.
—¿Estás bien? Escuché un hueso roto.
—Una de mis alas —dije con los dientes apretados.
—Puedo ayudar, tomé cursos de primeros auxilios el verano pasado en un viaje escolar en Atenas. Sé entablillar brazos y piernas, pero un ala no debería ser un problema.
Lo aparté con el brazo y me puse de pie con bastante esfuerzo. Mi ala colgaba, y sentía como si me la estuvieran tratando de arrancar con cada respiración que daba.
—Después. Este no es el momento. Debemos irnos.
Aprovechamos el caos y pánico generados por Caro, que debía haber repetido la canción al menos unas cinco veces, y Lalo, que seguro había disparado más de cien proyectiles, para alcanzar a llegar a la red de túneles. Ya sólo quedaba media docena de gigantes. Caminaba cojeando por el dolor. Al parecer también me había lastimado un tobillo. Gabriel parecía haberse lastimado una muñeca, y Pavel tenía un corte feo en la frente, pero además eso, parecían estar bien.
A diez metros de la entrada, tomé mi espada y, usándola como conductor, disparé una llamarada de fuego azul, que se alzó a casi quince metros de altura. Era la señal de huida.
Haku nos alcanzó en unos pocos segundos, después de Caro y Lalo, que le dio una botella de agua (en serio, ¿de dónde sacan estas cosas?) y ella se la tomó en tres segundos. Cantar por más de diez minutos debía de provocarte bastante sed.
Estábamos entrando a los túneles cuando el grito de terror de una chica nos detuvo en seco.
—¡NO CREO QUE QUIERAS IRTE TAN PRONTO, SEMIDIÓS! —Rugió el rey gigante mientras caminaba desde la enorme pirámide. Tenía a una chica, de unos quince años, apresada en una jaula que parecía ser de oro de 24 quilates, que estaba flotando a un lado de su cabeza. —. ¡DEBERÍAS SALVAR A LA DAMISELA EN PELIGRO PRIMERO!
—¡Amanda! —Gritó Pavel desde detrás de mí. Lalo lo alcanzó a detener antes de que fuera corriendo hacia el gigante—. ¡Sueltame, niño, ella es mi novia!
—No —dije con los dientes apretados. El dolor de mi ala se volvía cada vez más insoportable, pero debía mantenerme en pie mientras siguiéramos en las tierras de los gigantes—. La salvaremos, pero no nos servirá de nada que vayas allá corriendo para hacerte el héroe.
Busqué en mi mochila una barra de chocolate para comermela y esperar a que mi ala se cure, o al menos que deje de doler.
—Tú tampoco sirves de mucho, Rodrigo, tienes un ala rota. Es mejor que quedarse aquí sin hacer nada. Gabriel y yo llevamos buscándola desde hace semanas. Los tres llegamos juntos, pero un día ella desapareció sin más. Sólo dejó esto —Pavel me mostró un collar de oro con un dije de elefante en el centro—. Ella nunca se separa del collar de su abuela. Sabía que algo había pasado. Por eso vinimos aquí. Al fin la he encontrado. No sé quien seas, pero ni tú ni nadie me impedirá que rescate a Amanda.
ESTÁS LEYENDO
La Trilogía Azteca 2: Los Nueve Infiernos
AdventureTras lo ocurrido en la batalla de la Calzada de los Muertos, Mich está destrozada. Por no haber podido aclarar sus sentimientos hacia Rodrigo a tiempo, su mundo se puso de cabeza. Y eso, acentuado con la desaparición de Payne, es todavía peor. A...