40. Amigos

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Rodrigo

Mi habitación se encontraba en total silencio, y este sólo era interrumpido por el sonido de nuestras respiraciones. 

Estaba sentado sobre mi cama, recargado en el pecho de Lucas, que se encontraba detrás de mí, abrazándome por la cintura. Ninguno estaba hablando, sólo estábamos ahí, juntos y en decir ni una palabra. Principalmente porque estaba pensando en las visiones que me había causado la chica que el gigante oxkokoltezc nos trajo dos días atrás.

Después de haber despertado, había organizado distintos grupos de búsqueda y rescate, para tratar de encontrar la prisión de roca donde estaba aprisionada mi madre, pero no habíamos obtenido resultados. Apenas unos minutos atrás habíamos regresado Lucas y yo, y nos encontrábamos exhaustos, no soportaba mis pies y mi espalda me estaba matando. Aún así, no quería detenerme todavía, pero como me dijo Haku antes de partir, "Puede que ella ni siquiera esté aquí. Puede que esas visiones no sean reales".

Sin embargo, estaba convencido de que sí lo eran, porque al chico de ojos azules lo conocía. Estaba seguro de que conocía su rostro, pero por más que lo intentaba, no lograba recordar dónde lo había visto. Era como esas ideas, que justo cuando quieres decirlas en voz alta, se te escapan y olvidan. Lo tenía en la punta de la lengua.

Me solté del abrazo de Lucas y me di la vuelta. Quería preguntarle sobre esta situación. Él no había opinado nada, no se había opuesto a las misiones de búsqueda, pero tampoco se veía muy optimista por recorrer todo el Décimo Infierno.

Cuando estaba por hablar, la cortina de mi habitación se abrió súbitamente, y ahí apareció Marcos, agitado y con una mancha de comida alrededor de su boca. Al ver lo cerca que estaba de Lucas, se tapó los ojos y se dio la vuelta.

—¿Por qué no tocas antes de pasar? —Pregunté molesto.

—Garcia, señor, comandante, disculpe la intromisión, pero esto es algo de suma importancia que le atañe.

Marcos se veía bastante apenado. Froté mis sienes, tratando de calmarme. Todo esto me estaba causando demasiado estrés. Él no tenía la culpa de lo que sucedía. Suavicé mi tono cuando volví a hablar.

—Está bien, Marcos. Ya pasó. ¿Qué ocurre?

—Es la señorita Walker. Está aquí.

El estrés y el cansancio debían estarme haciendo alucinar. Apenas había dormido, y mucho menos comido. Mi cerebro debía estarme jugando una mala broma.

—¿Cómo dijiste?

—Su amiga, la señorita Michelle Walker. Ella está aquí, afuera de la base, junto a Brenda y Erandy.

Eso significaba que...

Volteé a ver a Lucas, quien tenía una enorme sonrisa de oreja a oreja. Me tomó del cuello y me acercó a él para besarme. Un pequeño y rápido beso en los labios.

—Ve —dijo él, y no tuvo que hacerlo dos veces.

Me puse de pie de un brinco, corriendo detrás de Marcos. En la entrada de la base estaban los chicos que habían regresado de sus misiones de búsqueda y los que estaban por partir. Todos volteaba a ver hacia abajo, susurrando entre ellos sin saber bien que estaba pasando. Ellos me abrieron paso y llegué a la boca de la cueva.

En el momento en que volteé a ver hacia abajo, sentí que se me detenía el corazón.

Ahí, de pie, con una especie de armadura de jaguar, estaba Mich. Su larga cabellera pelirroja estaba sujeta en una trenza y una sonrisa se dibujaba en su rostro. No pude evitar empezar a lagrimear de la emoción.

La Trilogía Azteca 2: Los Nueve InfiernosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora