17. Volver

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Los colores estroboscópicos del portal me produjeron vértigo y pensé que así se sentiría atravesar el Bifrost, el puente arco iris descrito en los mitos nórdicos. Los cuales estaba segura que no eran reales. Creo.

Estaba avanzando, sin saber si caía o subía, si iba a la derecha o a la izquierda. Solté un grito, pero no lograba escuchar mi propia voz. Después de un momento, Vi una luz blanca en el final del túnel de colores. Cada vez se acercaba más y más, hasta que salí al aire libre y caí de bruces en el suelo, tragando pasto y viendo pequeñas estrellas que bailaban frente a mis ojos.

Me senté en el suelo, escupí el pasto y cerré los ojos por toda la luz que había ahí. Cuando mis ojos se acostumbraron a la claridad, los abrí para contemplar el lugar donde estaba, y me quedé sin palabras al ver el lugar.

Estaba en el Campamento Solar.

Estaba a los pies de la Pirámide de la Luna, y tenía una vista perfecta al resto de la Calzada. Decenas de edificios estaban construidos a ambos lados de la calle principal, con muchas pirámides cada tantos metros, resaltando por la majestuosidad de sus altares, ofrendas y decoraciones. El suelo estaba cubierto de pasto, con miles de flores adornando todo el lugar, y un frondoso bosque de encinos rodeaba toda Teotihuacán, transmitiendo una sensación de seguridad y protección. E incluso a tanta distancia, podía escuchar el río correr, seguro lleno de vida, con cientos de pecesillos nadando ahí.

Era el mismo lugar que había dejado atrás, pero muchísimo más hermoso. Cómo había sido en la edad de oro.

Había muchas personas que caminaban de un lado a otro. La mayoría eran adolescentes, semidioses, supuse. Pero también había adultos, que seguro eran sacerdotes en su mayoría. Incluso había niños, que jugaban en el pasto a los pies de la escalera que conducía al templo de Quetzalpapalótl.

Estaba maravillada por los cambios que había tenido el Campamento en estos cinco meses de ausencia, que no me di cuenta de que alguien me estaba hablando hasta que me atraparon unos brazos y comenzaron a aplastarme en un enorme abrazo de oso.

—¡En serio eres tú! —Exclamó una chica de voz aguda, emocionada al verme—. Cuando Payne apareció y fue con Jonas, y dijo que habías vuelto, no me lo podía creer.

—¡Me estoy quedando sin aire! —Intenté gritar, pero apenas y me salía la voz.

—Oh, cierto. Perdona, Mich.

Me agaché para recuperar el aliento, y cuando levanté la cabeza para ver a quién casi me estrangula en un abrazo mortal, vi a Alessa con una enorme sonrisa en el rostro. No entendía porque estaba tan emocionada de verme, si apenas nos conocíamos del poco tiempo que estuve en el Campamento.

De todos modos, le devolví la sonrisa.

—A mí también me alegra verte, Alessa.

Cuando me incorporé, vi que detrás de ella venían otras personas acompañándola. Jonas llevaba una especie de penacho de plumas verdes sobre su cabeza, y  sobre sus hombros había una capa de algodón bastante decorada con hilos verdes y dorados; a su lado estaba Ana, la chica española de gafas y cabello con chimichurri. También estaban Gabe y Fernando, tomados de las manos, como siempre que estaban juntos. Karina estaba detrás de ellos, y venía colgada de David, sin soltar su brazo derecho.

Pero no veía a Payne, Jimi, o los otros dos chicos por ningún lugar.

—Me alegra volver a verte, Mich —me dijo Jonas con una gran sonrisa, mientras se adelantaba y me daba un abrazo. Por suerte para mí, no intentó estrujarme.

—Lo mismo digo, Jonas. Hola, chicos —saludé a los demás semidioses que venían con él.

Gabe, Fernando, Ana y David me devolvieron el saludo, menos Karina, que se veía algo molesta cuando se acercó a mí. Caminaba golpeando los talones en el suelo y moviendo los brazos a sus costados.

La Trilogía Azteca 2: Los Nueve InfiernosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora