22. Problemas

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(1/?)

Rodrigo

En serio comenzaba a detestar a ese rey gigante ganoko. De verdad. Cada vez que teníamos algún problema, él era el culpable. Como cuando Caro y Eduardo estuvieron a punto de ser la cena de los gigantes, o cuando Ángel fue secuestrado por esa águila calavérica.

Ahora, nuestro problema era este: el día de ayer habíamos encontrado a dos nuevos semidioses, los cuales estaban en las tierras del este, los territorios de los gigantes.

¡Genial! ¿No? Simplemente genial. La última vez que estuvimos en el territorio de los gigantes apenas habíamos salido con vida. Y ahora debíamos volver.

¿Acaso Cipactli nos odiaba tanto? Seguro que sí.

—¿Puedo pasar? —Preguntó Lucas desde la entrada de nuestra habitación.

—¿Siempre preguntarás lo mismo? —Dije mientras me daba la vuelta para verlo a la cara. Al parecer, Lucas tenía la costumbre de preguntar eso, aunque la habitación  también era de él, y no parecía que dejaría de hacerlo.

—Siempre —respondió Lucas. Tenía una sonrisa en el rostro, y un par de oyuelos aparecieron en sus mejillas.

Solté un pequeño suspiro.

—Ven, pasa. Estaba organizando mi mochila. No quiero quedarme sin comer un par de días como la última vez.

Lucas soltó una risa, recordando aquella vez con las serpientes de la jícara. Yo estaba metiendo varios trozos de chocolate en la bolsa delantera de mi mochila. Hace una semana, Erandy había encontrado una máquina expendedora, y Marcos se encargó de traemos todo el chocolate posible. Al parecer, cualquier tipo de chocolate, mientras contuviera cacao, podría curarnos las heridas.

Tomé mi espada, una huitzauhqui (un arma consagrada a mi padre), una macana grande, hecha del colmillo del telcalipoca que derrotamos de camino a la Calzada, con navajas de obsidiana que parecían nunca perder su filo, y con una pluma de colibrí amarrado al mango. Michelle debía pensar que la espada era elegante, sólo por estar en una caja de piel y tener una pluma exótica en la punta. Sonreí al pensar en ella.

Le ofrecí un trozo de Hershey's a Lucas antes de cerrar la mochila. El lo tomó y se sentó en mi cama.

—Rodrigo —dijo él después de comerse el chocolate—, tenemos que hablar.

—Seguro que sí —le respondí colocando mi mochila al hombro—, pero deberá ser regresando. Haku me está esperando.

Me encaminé hacia la entrada de la habitación, pero Lucas me detuvo sujetando mi mano. Nuestros dedos se quedaron entrelazados unos segundos.

—De esto es de lo que quiero hablar —volteé a ver al suelo antes de darme la vuelta para mirarlo a los ojos—. Desde ese beso, hace dos semanas, las cosas entre nosotros se pusieron incómodas.

—Lucas, yo...

—Me gustas, Rodrigo, en serio —Lucas se puso de pie y quedó a unos pocos centímetros de mí. Se veía nervioso, y una pequeña gota de sudor corría por su frente.

Intenté apartar la mirada, voltear a ver otra cosa que no fueran sus ojos, uno azul y otro marrón, pero él tomó mi barbilla y me obligó a verle a los ojos.

La Trilogía Azteca 2: Los Nueve InfiernosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora