Salí del baño ya vestida, con la toalla envolviendo mi cabello. Tenía bastante hambre, ya que unos pequeños chocolates no eran suficientes. Estaba pensando en qué podría pedir mediante el servicio a la habitación, porque no me decidía si una ensalada de pollo con extra aderezo ranch o una pizza individual de pepperoni.
Era una decisión vital.
Estaba caminando hacia el teléfono fijo para realizar la llamada cuando comencé a ver puntitos negros por todo mi campo de visión, me empecé a marear y sentí que perdía el equilibrio. Hice lo más lógico en esta situación: me tiré sobre la cama. Sabía que estaba por desmayarme, y mi último pensamiento antes de caer en la oscuridad fue que la cama era realmente cómoda.
Al menos mi cuerpo descansaría un rato en un colchón suave y cobijas calientes.
Aparecí en medio de una batalla. Tuve que moverme en seguida para no ser aplastada por un gigante. Cerca de mí había un chico que no debía pasar de 16 años, estaba detrás de una catapulta y estaba preparando un proyectil de al menos diez kilogramos, al cual le prendió fuego. Tenía una mirada desquiciada y disparó. Comenzó a reír pero no podía oírlo. De hecho, apenas podía oír nada.
Me sentía debajo del agua, con movimientos lentos y con trabajo podía oír las explosiones que hacían vibrar el suelo.
Pude ver a unos veinte metros a una chica tocando una guitarra y cantando. Ni siquiera me sorprendió ver a una guitarrista dando un concierto en plena batalla.
Reconocí a los dos chicos como Lalo y Caro, de la última vez que tuve una visión en el inframundo.
Lalo volvió a disparar, pero esta vez puso cara de sorpresa. Me giré para ver a dónde había apuntado, y yo también me sorprendí, pero sobre todo me asustó: Rodrigo iba cayendo desde una pirámide. Tenía sus alas abiertas, sin embargo, iba cayendo en picada. Quizá porque llevaba a dos personas con él. De milagro pudo esquivar el misil, pero cayó al suelo con un feo golpe, rodando varios metros.
Aunque no escuchaba nada, pude oír un hueso romperse con bastante claridad. Y vi a Rodrigo retorcerse de dolor. La única otra vez que lo vi así fue cuando se rompió un ala peleando contra la ekuneil, la enorme serpiente negra. Pero aquella vez, Itzpapálotl había arreglado su ala con magia. No sabía qué podría hacer ahora.
Rodrigo y los dos chicos empezaron a moverse. Mi mejor amigo sacó una espada blanca, una macana, una igual a la mía, y lanzó una llamarada azul desde ella. Sonreí al pensar que ambos usábamos nuestras macanas a juego.
A los pocos segundos se le acercó Haku, el chico asiático que también estuvo en mi visión anterior, el que le había cortado las manos al gigante. Después de Haku, también llegaron Caro y Lalo.
Yo iba corriendo lo más rápido que podía, pero no era gran cosa porque algo me ocasionaba resistencia. Vi que se metieron a un agujero en el suelo, para después salir. El ala de Rodrigo parecía haberse arreglado. Los seis chicos se dispersaron, pero todos se detuvieron cuando un gigante sin manos, el más grande de todos, hizo aparecer una jaula dorada, dónde estaba atrapada una chica rubia.
Quería ayudarles, pero no podía hacer nada.
Rodrigo y el gigante parecían estar discutiendo, cuando el gigante dejó caer la jaula, que parecía estarse encogiendo, e hizo aparecer una lanza. Apuntó y la lanzó. Traté de detenerla, porque se dirigía a un Xoloitzcuintle gigante, pero la lanza sólo paso a través de mí, y se clavó en el pecho del perro. Un aullido de dolor perforó mis oídos, y el animal empezó a encogerse hasta adoptar forma humana. Era uno de los dos chicos que iban con Rodrigo. Estaba perdiendo mucha sangre, y muy rápido.
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La Trilogía Azteca 2: Los Nueve Infiernos
AdventureTras lo ocurrido en la batalla de la Calzada de los Muertos, Mich está destrozada. Por no haber podido aclarar sus sentimientos hacia Rodrigo a tiempo, su mundo se puso de cabeza. Y eso, acentuado con la desaparición de Payne, es todavía peor. A...