38. Chiconahualoyán, parte 2

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Me bajé de Momo, sientiendo el agua del río llegar hasta mi ombligo. El agua era limpia, cristalina y cálida, y podía ver mis pies sobre los pequeños guijarros en el leccho del río. El agua se sentía bastante bien en la piel, limpiando las pequeñas que tenía en los brazos. Todas mis preocupaciones eran arrastradas por la corriente, llevándolas lejos de mí. 

La niebla se disipaba en ese río, y pude ver muchos espíritus que también estaban en el río. Estaban regozojándose en el agua, despreocupados de lo que pudiera pasar fuera de este arrollo de suaves corrientes, y sientiendo la misma tranquilidad que yo estaba disfrutando.

Hasta que Mar habló, rompiendo el mágico hechizo que se había posado sobre mí.

—¿Qué crees que estás haciendo? —Preguntó ella con enfado.

—Disfrutando de la belleza del lugar, ¿qué más? —Le respondí poniendo los ojos en blanco.

—Creo que deberías subir, Mich —dijo Alessa un tanto preocupada, sacando un celular de su mochila. El celular de Payne—. Este río tiene algo, no sé qué, pero no se siente como los otros que ya pasamos. Esto es demasiado tranquilo, pero el tiempo aquí avanza muy rápido. Los minutos se están pasando como segundos, mientras más tiempo pasemos aquí, más tiempo estamos perdiendo.

Reflexioné sus palabras por unos segundos.

—Creo que deberíamos descansar un momento. Ya estamos a mitad del camino, hay tiempo suficiente.

—¿Algo te golpeó la cabeza, mujer? —Preguntó Mar viéndome como si me hubiera salido otro brazo u otro ojo en medio de la frente—. El tiempo está avanzando muy rápido, ¿y quieres descansar?

—Sí, eso dije —señalé como si fuera lo más evidente del mundo. Lo cual era cierto—. Además, Momo está herido y cansado, y debe descansar.

Ahora Mar me veía como si quería sacar su lanza y golpearme la cabeza, como ella había dicho. Pero en su lugar, su mano comenzó a brillar con intensidad y apuntó su luz hacia mi rostro, cegándome por el momento.

—¿¡Qué haces!? —Le cuestioné molesta—. ¡Así no puedo mantener mi paz interior!

—Momo, ¡súbela! —Sentí que algo me tomaba de la cintura y me levantaba sacándome del agua. Toqué para saber qué era y descubrí que era una cabeza de Momo cuando sentí las branquias.

¿Me estaba sujetando con el hocico? Era gracioso, pero desagradable. Intenté hacerle cosquillas en el cuello para que me soltara, que no lo hizo hasta que estaba en su lomo, con alguien abrazándome desde atrás.

—¡Sueltame, rufián! —Me quejé tratando que hacer que Mar soltara su agarre, pero está chica abrazaba como un oso—. ¡Estás arruinando mi Feng Shui!

—¡Feng Shui mis hombreras! —Exclamó ella—. No metas a los chinos aquí. ¿Acaso no te das cuenta de que el agua está hechizada para que te quedes aquí atrapada? A veces eres muy perspicaz, pero otras veces eres muy distraída, Michelle.

—¡Hechizada o no, quiero nadar aquí! —Comenzaba a ver de vuelta y vi que Momo reanudaba su marcha, saliendo del río y haciéndome sentir un tanto alterada, como normalmente estaba.

Fue entonces cuando Mar me soltó.

—¿Mejor? —Preguntó ella.

Asentí, tocando el medallón para desaparecer mi casco y masajearme las sienes. Me dolía la cabeza y sentía que me explotaría.

Alessa me pasó su termo de cacao y le di un trago, sientiendome mucho mejor, y despejando mi mente. Cuando había investigado sobre los Nueve Ríos, y había leído de este, había pensando que era el más tranquilo de todos, pero en realidad era el más peligroso, pues te confiabas con el hecho de ir a medio camino, pensando que aún tenías tiempo suficiente para cruzar el resto de los ríos.

La Trilogía Azteca 2: Los Nueve InfiernosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora