41. Escape

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Rodrigo

Apenas podía mantenerme de pie. 

El suelo seguía sacudiéndose, y un haz de luz verde salió proyectada desde las ruinas del Monolito, perdiéndose entre las nubes negras que aparecieron en el techo de nuestra prisión. Una tormenta se estaba formando, y un relámpago, seguido de un trueno, sacudió el aire, impregnándolo con un aroma a ozono.

Muchas cosas se cayeron y rompieron. Escuché varios gritos, unos de miedo y otros de dolor, y el temblor cesó unos segundos después.

—Creo que alguien le dijo a Doña Iguana que vamos a salir y se acaba de invitar a sí misma —dijo Mar ayudándole a Sophia a ponerse de pie, que se había hecho un corte en el brazo derecho y estaba sangrando.

Yo me apoyé en Haku, quién me extendió la mano para ayudarme, y luego hice lo mismo con Mich. Cuando los chicos estaban recuperándose, unos con cortes y otros con golpes, Haku juntó sus manos para hacer una bocina y dio la alarma de evacuación.

—¡Tal y cómo lo ensayamos antes! —Gritó él, sujetando a Ryuu por el mango, para desenvainarlo en cualquier momento—. ¡Sólo tomen lo que puedan cargar, dándole prioridad a sus armas! Nos vamos ya.

—Espera —le dijo Mich deteniendo a Haku por los hombros—, ¿qué está pasando?

—El tiempo se está acabando —Alessa corrió hacia nosotros y nos enseñó la pantalla del celular de Payne. Estaba dentro del temporizador y el reloj marcaba 59 minutos restantes, y el contador disminuía con cada segundo.

Mich abrió los ojos como platos y le arrebató el teléfono, tallando sus ojos para asegurarse de estar viendo bien. Bloqueó el notski y lo volvió a encender. Ahora la pantalla marcaba 58 minutos.

¿Sólo teníamos ese tiempo para poder escapar? De verdad esperaba que todo saliera bien. Todos los chicos corrían a sus habitaciones para recoger sus cosas, y poder irnos lo más pronto posible.

—¿Por qué no me dijiste que quedaba tan poco tiempo? —Preguntó Mich devolviéndole el teléfono, frotándose las sienes—. Pudimos habernos preparado.

—Hace unos minutos el reloj marcaba 19 horas, y en cuestión de segundos bajó hasta una hora. Estaba por ir a buscarte para avisarte cuando el temblor inició. No tuve tiempo de hacerlo, y Haku estaba por dar la orden de evacuación cuando aparecieron ustedes dos.

—Entonces debemos irnos lo más pronto posible. Qué Cuauhtic ayude en lo que pueda —dije antes de correr a mi habitación.

En el camino vi a Yetlanezi, quién estaba asustada por el temblor y un moretón estaba apareciendo en su frente, debió haberse golpeado al caer. Le expliqué la situación, para que ella y su hermano se prepararan y salieran con nosotros y no se quedaran atrás. Todos saldríamos de aquí.

Llegué a mi habitación y ahí estaba Lucas, colocando su espada sobre su cama y guardando un poco de chocolate (creado con magia por Sandra) en una pequeña mochila que llevaba a todos lados estos últimos días. Se dio la vuelta cuando entré y vi preocupación en sus ojos. Su respiración era irregular y estaba acelerada, tenía la frente perlada en sudor y juraría ver la lágrima resbalando por su mejilla izquierda.

Él corrió hacia mí y me dio un abrazo. Se sentía húmedo por el sudor. Lo abracé de vuelta, intentando calmarlo y que él también sintiera ese sentimiento de calidad me atravesaba desde el pecho hasta las puntas de mis dedos cada vez que estaba con él.

—Todo estará bien —le dije pasando mis dedos por su cabello castaño, el cual estaba un poco enredado y sucio, por las constantes peleas contra las bestias—. Saldremos de aquí muy pronto.

La Trilogía Azteca 2: Los Nueve InfiernosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora