En cuanto entré a la cueva, tropecé con una piedra, cayendo al suelo, metiendo las manos para no golpearme en la cabeza.
Tenía los ojos llenos de lágrimas, y no podía ver con claridad. Sorbí mi nariz y levanté el rostro, topándome con una pequeña nariz rosada que olfateaba mi casco. Toqué mi medallón, haciendo desaparecer el casco y me limpie los ojos.
En frente de mí estaba un pequeño cachorro de jaguar, el cual me estaba viendo de forma curiosa. Detrás de él, estaba una jaguar más grande, de casi dos metros de largo.
—¿Quién es ella, mami? —Preguntó el cachorro—. ¿Por qué huele a jaguar, mami? ¿Por qué se ve como yo?
La mamá jaguar dio unos pasos más hacia mí e hizo una reverencia, estirando una pata delantera y flexionando la otra, doblando sus orejas y bajando la cola.
—Ella es la princesa, Ozzy —dijo la jaguar—, y debes inclinarte hacia ella. Es un placer conocerla, su alteza.
Me puse de pie, intentando limpiar mi nariz y haciendo una reverencia también. Mar carraspeó detrás de mí, señalando a Payne con la cabeza, el cual colgaba entre sus hombros y los de Alessa. Sacudí la cabeza, tratando de enfocarme en lo más urgente.
—¿Y por qué me debo inclinar ante ella, mami? —Preguntó el pequeño Ozzy
—Para mostrarle respeto. Espero que no se moleste, princesa.
—No, no, para nada —le respondí tratando de sonreír—. Pero necesitamos ayuda. Debo ver a mi padre lo más pronto posible.
No dudaba que la madre de Jimmi, la tzitzimitl, hubiera hecho un buen trabajo curando a Payne, pero aún así, quería que mi padre lo revisara y nos diera una segunda opinión. Quizá él tuviera algún antídoto especial para tratar venenos mágicos, algún medicamento para dioses o lo que sea que pudiera ayudarle.
Además, quería hablar con él sobre Michael, y el encuentro que había tenido con mi hermano en el Quinto Infierno.
—Desde luego —dijo la jaguar enderezandose y dando media vuelta, caminando hacia el otro extremo del túnel—. Detrás de mí, su alteza. Los llevaré a la residencia de su padre.
Cambié de posición con Mar, y entré Alessa y yo llevamos a Payne hasta la salida del túnel. Ahí nos estaban esperando cuatro jaguares más, los cuales llevaban una camilla. Entre las tres recostamos a Payne y los jaguares comenzaron a caminar hacia un chalet que estaba en la base de una gran montaña, cerca de tres metros sobre la altura del suelo.
Las tres caminamos en silencio detrás de los felinos, hasta llegar a las escaleras para subir a la cabaña de madera y techo triangular.
Al entrar por la puerta, mi padre me recibió con un abrazo. Pasé mis brazos por su espalda, descansando mi cara en su pecho. Varias lágrimas salieron, un sollozo se me escapó y tuve que luchar para no escurrir mocos sobre su traje.
—Papá —dije tratando de que mi voz no sonara distorsionada por el llanto que estaba evitando—. Necesito hablar contigo.
—Lo sé hija, lo sé —mi papá pasó una de sus manos por mi cabello, tratando de reconfortarme, diciéndolo en un susurro para que sólo yo pudiera escucharlo—, pero ahora mismo no hay tiempo.
Mi padre me dio un beso en la coronilla antes de separarse de mí y hablarnos a las tres.
—Deben descansar ustedes, antes de continuar con su misión. Traten de relajarse lo más que puedan, pues los últimos dos Infiernos serán todo un reto, tanto física como mentalmente. Requerirán de toda su fuerza de voluntad para no sucumbir ante el poder del Mictlán y, más aún, de su poder como semidiosas para lograrlo.
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La Trilogía Azteca 2: Los Nueve Infiernos
AdventureTras lo ocurrido en la batalla de la Calzada de los Muertos, Mich está destrozada. Por no haber podido aclarar sus sentimientos hacia Rodrigo a tiempo, su mundo se puso de cabeza. Y eso, acentuado con la desaparición de Payne, es todavía peor. A...