39. Reencuentro

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Las tres estábamos gritando a todo pulmón mientras practicábamos caída libre. 

Alessa extendió su mano derecha y Momo se encogió en su huevo y voló hacia ella, quedando él a salvo de quedar como chicle al estrellarse contra el suelo. Estaba tratando de pensar algún comentario inteligente, pero mi miedo a morir era más grande. Por una vez, mi sentido común era más grande que mi sentido sarcástico.

Mar sacó el llavero de Paco de su mochila, y en estallido de confeti, el alebrije tomó su tamaño real y ella se montó encima. Paco uso sus garras delanteras para sujetarnos a Alessa y a mí, pero el peso era demasiado y el alebrije sólo pudo ralentizar la caída.

Me puse mi casco a tiempo para golpear contra el suelo, donde las tres y el alebrije terminamos rodando varios metros, levantando una nube de polvo a nuestro alrededor, sintiendo dolor en todo el cuerpo y sin saber dónde era arriba y dónde era abajo. Una punzada de dolor me atravesó como un rayo, desde el tobillo, cuando intenté moverme, arrancando un grito de mis labios.

Puede que la armadura me protegiera de armas punzocortantes, pero no de fuerzas de presión extremas. Estaba segura de haberme dislocado el tobillo, como mínimo.

—¿Estás bien? —Preguntó Mar corriendo hacia mí.

Ni siquiera podía hablar por el dolor que sentía. Señalé mi tobillo, apretando los dientes y viendo puntos amarillos en todo mi campo de visión.

—¡Maldición, mujer! —se quejó ella, mientras Alessa se acercaba sujetando su muñeca—. Debiste haberte trasformado en jaguar, ¿no sabes que los gatos siempre caen de pie?

Intenté reírme, pero eso sólo hizo que me contrajera por el dolor que sentía.

—Deberías acomodarle el tobillo —dijo Alessa poniéndose verde—. Estoy bastante segura que su pie no debería estar en esa posición.

—Bien —Mar tocó mi medallón, desapareciendo mi casco y poniéndome una gasa para morderla—. Esto te dolerá como el infierno —Alessa se rió por la ironía en sus palabras—, así que muerde lo más fuerte que puedas. Trata de no gritar más de lo necesario. ¿Okay?

Asentí, comenzando a sudar frío.

Mar tocó mi pie y comencé a morder la gasa. Ella hizo un movimiento rápido y sentí cómo tronó la articulación, acomodando los huesos en su lugar. El grito que solté fue tan alto que estaba segura que lo escucharon hasta la tierra de los vivos.

Alessa dejó su termo de cacao, del cual estaba bebiendo, y me tapó la boca. Puntos negros aparecieron en mi vista, acompañando a los amarillos, y sentía que perdía el conocimiento. Mar me hizo beber cacao, para aliviar la inflamación del tobillo y me ayudó a ponerme de pie, pero no lograba mantener el equilibrio.

—Te dije que no gritaras, mensa —me reprochó Mar dándome un zape—. Este lugar está infestado de bestias. Aquí es donde se regeneran tras haber sido destruidas, así que aquí podemos encontrarnos literalmente lo que sea.

Un rugido se escuchó a varios cientos de metros.

Mar volteó a verme como diciendo "te lo dije". Ella llamó a Paco, quién parecía no haber sufrido ningún daño, e hizo que me montara encima.

—El cacao sirve mucho, pero no esperes que ese tobillo se cure en segundos.

—¿Ustedes están bien? —Les pregunté preocupada a mis amigas.

Mar asintió con un gesto de pocos amigos.

—Yo sólo me torcí la muñeca, pero ya estoy bien —dijo Alessa moviendo sus dedos.

La Trilogía Azteca 2: Los Nueve InfiernosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora