14. Reclutas

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Rodrigo


Estaba corriendo tan rápido como mis piernas me lo permitían. Pero por desgracia, las bestias que nos perseguían eran más veloces. Nos ganaban terreno, y pronto nos estarían pisando los talones.

Volteé sobre mi hombro y vi un tlahuipuchtli demasiado cerca de Sandra. Odiaba a esas bestias, o seres, o hechiceros. O lo que sean. Parecen humanos, habla como humanos y actúan como humanos, con la gran diferencia de que pueden escupir fuego a través de la boca y nariz. Como si fueran tragafuegos demoníacos encargados de asesinar semidioses.

Aunque en teoría, eso es lo que eran.

—¡Abajo! —Le grité a Sandra. Ella entendió lo que quería decir y se encogió, mediante un hechizo, mientras corría, quedando de la mitad de su tamaño real.

Yo, por mí parte, saqué mis alas y di un salto hacia atrás para tomar impulso y poder volar. Saqué mi espada hecha con hueso y me dirigí hacia el tragafuegos. El ser exhaló una enorme llamarada, pero al ser hijo de mi padre, el fuego no me hizo más que cosquillas. Moví la espada de lado a lado, atravesando al tlahuipuchtli y partiéndolo en dos partes. Se disolvió en oscuridad, regresando al suelo de donde salió.

Todos nos detuvimos a descansar durante un segundo. Sandra volvió a tomar su estatura normal, haciendo un contrahechizo. Haku y Lucas intentaban recuperar el aliento, mientras que Ángel, el hermano de Sandra hacía presión sobre la herida que tenía en el abdomen.

Mis alas se quemaron, volviendo a entrar a mi espalda. Estaba demasiado cansado, no había dormido nada en las últimas 72 horas. Además de eso, tampoco había comido nada. Gracias a un grupo de xialcóame, unas coloridas serpientes de jícara, Lucas había perdido todos nuestros suministros. Pero viendo el lado positivo de las cosas, habíamos rescatado a Ángel de convertirse en una cena que canta.

A lo lejos, el rugido de un oso nos advirtió que el ejército del gigante ganoko nos volvía a encontrar. Debíamos seguir corriendo, para llegar a la base y poder derrotarlos junto a nuestros aliados que estaban allá. O si no, no duraríamos más de un minuto aquí afuera.

Lucas me dedicó una pequeña sonrisa para tranquilizarme. Yo respiré hondo antes de hablar.

—No falta mucho para que lleguemos con los otros. Tenemos que continuar, y llegar rápido. Ángel ha perdido mucha sangre, no sé cuanto tiempo más resista.

Casi como si lo hubiera profetizado, Ángel cayó al suelo.

—¡Hermano! —Sandra se agachó con él para revisar su herida. Alcancé a ver lo mal que se veía, de color negro y supurante. No creía que él durara mucho más.

—Rodrigo —La voz de Haku me sacó de mis pensamientos—. Ángel está bastante mal. Adelántate con él, llévatelo volando. Nosotros los alcanzaremos, pero Ángel necesita atención médica urgente. Jaime podrá cuidarlo de momento.

Asentí. No dejaría que a Ángel le pasará algo más. Además de que ya no podría caminar más. Sandra me habló desde el suelo.

—He hecho lo que he podido. Hice un hechizo para detener la sangre, pero es una herida mágica. No puedo hacer mucho contra eso, mi magia no es tan poderosa como la de él.

—Iré lo más rápido que pueda —mis alas comenzaron a arder en mi espalda y se formaron. Tomé a Ángel por debajo de los brazos y comencé a volar.

.

Sandra y Ángel eran dos semidioses españoles, hijos de Malinalxóchitl, la diosa de la magia y los animales del desierto. Según lo que me contaron, estaban en un viaje familiar, un crucero. Iban pasando por el Golfo de México cuando Coyolxauhqui los sorprendió.

La Trilogía Azteca 2: Los Nueve InfiernosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora