23. Túneles

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(2/?)

Rodrigo

Nuestra base estaba al sur en el Décimo Infierno, en el pico más alto de una cadena montañosa. Era un lugar bastante escarpado, y la única forma de bajar de ahí, sin arriesgarnos a matarnos, crear una avalancha o un deslave, era yendo hacia el norte, hacia el centro de la prisión, cerca del Monolito.

Era una posición ventajosa, desde ahí teníamos vista a todo el Décimo Infierno, y podíamos protegernos en caso de que nos atacaran las bestias, los gigantes o las hijas de Cipactli.

Cuando llegamos a la falda de la montaña, nos dirigimos hacia el este, hacia las tierras de los gigantes. Era muy arriesgado ir caminando por ahí, pero por suerte nuestra, Brenda y Erandy, en un viaje de exploración, encontraron una serie de túneles que recorrían casi todo el lugar. Era más seguro que ir en la superficie, y nos ayudaban a escapar cuando estábamos en apuros. Así también podíamos recorrer todo el Infierno sin tener que enfrentarnos a las bestias.

El único problema eran los mosquitos. La red de túneles estaban infestados de tlemóyome, unos mosquitos de fuego que podían prenderle fuego a cualquier cosa, sólo colocándose encima, lo cual hacia que los túneles fueran bastante calientes.

Apenas entramos a la red de túneles, el golpe de calor nos dio de lleno en la cara. Sentía mi rostro reseco, y los labios los sentía ásperos. La garganta se me secó en segundos y me costó trabajo tragar.

Gracias a los dioses, Caro descubrió que su música calmaba a los mosquitos de fuego, así que no eran un gran problema. Ella comenzó a tocar Sleep, de Royal Blood, y el zumbido de los mosquitos se apagó en cuestión de segundos.

—De nada —dijo ella con una sonrisa en el rostro. Haku y yo nos reímos, pero Lalo no, que se veía concentrado en las paredes de los túneles. Él era bueno buscando caminos, así que en cuanto habíamos entrado a la red de túneles, él se había puedo a buscar alguno que nos llevara a las tierras del este.

Cuando encontró uno, nos avisó.

—Es por este túnel. Síganme.

Los tres caminamos detrás de él por varios minutos, quizá una hora. El calor se volvía insoportable a ratos y teníamos que salir a la superficie para no morir rostizados ahí dentro. Cuando por fin llegamos a las tierras del este, Lalo nos dijo que saliéramos sin hacer ruido. Y justa era la razón: los gigantes parecían estar realizando una especie de ritual.

Los gigantes estaban reunidos alrededor de la colosal pirámide que estaba ahí, aquella misma pirámide donde Ángel había estado cantando. Estos estaban arrodillados, orando, y realizando ligeros movimientos con sus brazos y manos. Debían de ser una docena de ellos.

El rey gigante ganoko estaba en la punta, y estaba recitando algo que no lograba comprender, hablaba en un extraño idioma, demasiado antiguo para que alguien vivo lo conociera. Y, enfrente de él, estaban los dos semidioses apresados. Estaban amordazados y amarrados a enormes estacas de madera.

Uno llevaba el cabello con corte militar; el otro tenía el cabello algo largo, y sus lentes parecían estar estrellados. Ambos tenían cortes en sus caras, y parecían estar inconcientes.

Después de haber analizado la situación, se me ocurrió un plan para salvar a esos dos chicos.

—¿Lalo? —Dije el nombre de mi amigo.

—¿Sí? —Respondió él mientras jugaba con unas ramitas y una soga. En cuestión de segundo armó una catapulta en miniatura. Cuando la terminó, volteó a verme a los ojos.

La Trilogía Azteca 2: Los Nueve InfiernosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora