Me encontraba de vuelta en la Calzada de los Muertos. La batalla contra Coyolxauhqui estaba terminando. Los tzitzimime se habían retirado, Payne estaba enfrente de mí, y Rodrigo bajo la diosa de la luna.
No quería volver a ver esto. No podría hacerlo.
Intenté despertar, me pellizqué el brazo, pero no podía hacerlo. Me giré, para no verlo, pero pareció ser un error. Escuché gritar a Coyolxauhqui, después a Rodrigo, y al segundo siguiente me encontraba enfrente de él. Estaba desangrándose con una velocidad alarmante.
Un gran charco color rojo se formó debajo de mí. Era mucha sangre, demasiada.
Mi cuerpo se movió solo, aunque yo intenté evitarlo. Mis labios se unieron a los suyos, y el sabor metálico de la sangre se hizo presente. Contuve una arcada por eso. Me alejé del cuerpo inerte de Rodrigo, pero terminé resbalando en su sangre. Cada vez había más y más sangre.
Me empezaba a hundir en el líquido caliente, mi cuerpo se sentía pesado y no lograba mantenerme a flote.
Una idea cruzó mi mente. Quizá si me dejaba arrastrar, y no oponía resistencia, despertaría. Dejé que la sangre me hundiera, y comencé a caer por un agujero, gritando y pataleando, intentando ralentizar lo inevitable.
Me sentía Alicia cayendo por la madriguera del Conejo Blanco, yendo hacia el País de las Maravillas. Sólo que yo estaba cayendo hacia lo que parecía una caverna. Había estalagmitas que nacían del techo, y hacia abajo podía ver muchísimas hormigas, caminando hacia ningún lado y peleándose entre sí.
Mientras más caía, pude observar la inmensidad de esa caverna, una pirámide egipcia podría caber con facilidad. Vi que había un río negro atravesando el lugar, al igual que muchas cuevas pequeñas, salpicando las paredes. Al estar a tan sólo unos cientos de metros, vi que las hormigas no eran hormigas, sino bestias. Había ahuízome, tzitzimime, serpientes de muchas formas y colores, fantasmas, animales gigantes y otras criaturas sacadas de los mitos.
Estando a unos metros, cerré los ojos para esperar el golpe, el cual nunca llegó. Abrí mis ojos, y me sorprendí estando de pie, en medio de la multitud de bestias, y ninguna reparaba en mi presencia. Aún así, me puse alerta.
Por puro instinto, llevé mi mano hacia mi bolsa trasera para sacar la daga ceremonial de obsidiana y, como las últimas veces que la necesitaba, no estaba ahí.
¡Maldición!
Tomé un hueso largo que encontré en el suelo. No sabía a que bestia habría pertenecido, o si había pertenecido a una bestia, y no me interesaba saberlo, pero me serviría de algo en caso de que alguna bestia decidiera atacarme.
Empecé a caminar sin ningún rumbo en particular por lo que me parecieron horas, aunque estaba segura que sólo fueron unos minutos. Esquivaba las bestias que veía, y me escondía detrás de las estalactitas, esperando que ninguna decidiera atacarme.
Tras un rato más, escuché el sonido de una pelea. Choques de metal, rugidos y gritos de dolor.
Corrí hacia esa dirección, aún sabiendo que me ponía en peligro. No pude salvar a Rodrigo, así que si existía la más remota posibilidad de salvar a alguien, aunque no le conociera, la aprovecharía.
Me abrí paso entre las bestias, esquivándolos para que no me aplastaran, y golpeando a los que se acercaban demasiado. Llegué a un grupo de bestias formadas en círculo, como si estuvieran rodeando a alguien que intenta escapar. Logré atravesar a la multitud para llegar al centro, y vi a dos chicos, humanos, peleando contra varios seres hechos de huesos, sin llegar a ser esqueletos. Uno de ellos tenía el cabello negro y algo largo; la otra era una chica con el cabello bastante chino y largo, lo que me recordaba a la princesa Mérida, sólo que era castaña en lugar de pelirroja. Ninguno de los dos debía pasar de los 16 años.
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La Trilogía Azteca 2: Los Nueve Infiernos
AdventureTras lo ocurrido en la batalla de la Calzada de los Muertos, Mich está destrozada. Por no haber podido aclarar sus sentimientos hacia Rodrigo a tiempo, su mundo se puso de cabeza. Y eso, acentuado con la desaparición de Payne, es todavía peor. A...