Había nieve hasta donde alcanzaba la vista. Toneladas de nieve, que se movían de un lado a otro con la incesante tormenta, cuyos vientos dificultaban aún más el paso de lo que la propia nieve lo hacía. Caminábamos lento, tratando de no resbalar y manteniendo el equilibrio, ya que la tormenta nos golpeaba de frente.
—Llegamos al Cehuelóyan, la primera parte del Itzehecáyan —dijo Víctor liderando la marcha. Él iba usando sus poderes de hielo para crear un sendero en la nieve y así lograr avanzar por el Páramo Helado—. No se quiten sus armaduras, o podrían quedar congelados.
El chico señaló con su dedo a unos cuantos metros de donde estábamos y todos vimos a varias personas congeladas, personas que tenían muchos cortes por todo su cuerpo. Eran aquellos que habían logrado cruzar la Montaña de Obsidiana pero habían quedado atrapadas en el Páramo Helado. Se veían azules, cubiertos de nieve y escarcha.
Suerte que las armaduras estaban aisladas y nos calentaban, sino, terminaría tan fría como el helado de vainilla de un sticky toffee pudding. Aunque era tentadora la idea del sabor de la salsa de toffee, estaba bastante segura que no encontraría ningún bizcocho por estos lugares.
—Aquí rige la diosa del viento del norte, como nos advirtió mi padre —continuó Víctor creando una espada de hielo—. Estén alerta, no sabemos de dónde podría aparecer.
Los demás también sacamos nuestras armas, y caminamos detrás de Víctor, en el mismo orden en que escalamos, siempre derecho, y asegurándonos de que la Montaña de Obsidiana se mantuviera detrás nuestro. Era nuestro punto de referencia para no perdernos en la tormenta.
Andábamos sobre el camino de Víctor, el cual ayudaba a que fuéramos mucho más rápido que si estuviéramos caminando entre la nieve. Sólo teníamos que asegurarnos de no pisar algún trozo de hielo o algún muerto congelado, para evitar caernos y hundirnos entre la nieve.
—Tengo un mal presentimiento de este lugar, chicos —dijo Mar rascándose la nuca, nerviosa—. Víctor, estoy empezando a creer que, en realidad, fue mala idea que aceptaras venir con nosotros. Siento que algo va a pasar. Algo malo.
—Yo pienso lo mismo —la secundó Alessa, soltando ¿la mano de Payne? Tuve que parpadear varias veces para asegurarme de no estar alucinando—. Esta diosa sería algo así como tu madrastra, ¿no? Las madrastras nunca son buenas con sus hijastros.
—¡Exacto! —Exclamó Mar—. ¡Alguien que habla mi idioma! ¿Acaso nunca vieron Cenicienta? —terminó mi amiga, la cual se veía algo alterada. Volteaba a todos lados, esperando un inminente ataque.
Víctor dejó de avanzar, deteniendo la marcha y clavando su espada en la nieve. Se dio la vuelta, alzando las manos y luciendo un exasperado. Un ligero tic hacia que el ala derecha de su nariz temblara.
—Chicas, agradezco su preocupación, de verdad, pero ni siquiera conozco a Mictlecayotl en persona. Quién sabe, puede que los dos nos llevemos bien —volvió a girarse para continuar con el camino. Un graznido de águila sonó a lo lejos, provocándome un escalofrío, pero nadie más parecía haberlo escuchado—. Y si llegara a haber algún problema, siempre podemos resolverlo hablando, como la gente civilizada que somos, ¿cierto?
Víctor no dio ni dos pasos más cuando se hundió entre la nieve. Escuché su grito y Mar se lanzó para agarrarlo y que no se desapareciera ahí.
—Sujétate a mí, Víctor —dijo ella con los dientes apretados, mientras yo llegaba con ella para ayudarle—. Vamos, hay que jalar un poco más.
—Algo... —la voz de Víctor de pronto reflejaban miedo. Su respiración comenzó a acelerarse y se movía desesperado, parecía estar teniendo un ataque de pánico—. Algo me está jalando de los pies.
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La Trilogía Azteca 2: Los Nueve Infiernos
AdventureTras lo ocurrido en la batalla de la Calzada de los Muertos, Mich está destrozada. Por no haber podido aclarar sus sentimientos hacia Rodrigo a tiempo, su mundo se puso de cabeza. Y eso, acentuado con la desaparición de Payne, es todavía peor. A...