16. Cumpleaños

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—Cariño, no, ni hablar —dijo mi mamá algo alterada cuando terminamos de contarle nuestro plan—. ¿Te das cuenta de los peligros en los que te expondrás?

—Sí, lo sé.

—¿Y tú, Payne? ¿Cómo puedes permitirlo? Tú, precisamente tú, al ser un dios, deberías evitar esta misión. Me están diciendo que se pondrán en situaciones donde cualquiera podría morir.

Payne se veía sonrojado e incómodo por la pregunta. ¿Cómo no estarlo? Mi mamá podía ser realmente aterradora. Y más cuando se trataba de situaciones donde alguien podría salir lastimado.

—Mary Ann, sé lo que te estamos pidiendo. Pero es lo que debemos hacer. Rodrigo se puso en peligro por nosotros, varias veces. Y él haría lo mismo por nosotros.

—¡Y terminó muerto! —Mi madre estaba perdiendo la cabeza con esto.

—Annie, tranquila —le dijo mi papá, que estaba sentado a su lado derecho. Él parecía más comprensivo con lo que decíamos, pero no por eso estaba menos preocupado.

—William, no puedo tranquilizarme. Casi perdimos a Mich hace menos de seis meses. Y nos está pidiendo que le dejemos arriesgar su vida, de nuevo.

—Es lo que hacemos los semidioses, mamá.

—¡No me vengas con eso! Lo mismo me dijo tu padre. Quince años sin haber tenido ningún incidente. Y justo el día de su cumpleaños, que le permití verlos, ocurrió lo que había deseado que no pasara, ¡lo único que le pedí que hiciera tu padre! Y hace cinco meses de vuelta te escapas de casa para ir a México. Y ahora de me pides permiso para ir al Infierno. No puedo permitir que te pase algo.

Lo que dijo me sacó de onda. ¿Mi cumpleaños 15? ¿Qué tenía que ver eso? ¿Y mi padre qué figuraba en esto? ¿Y dijo nuestro cumpleaños? ¿Por qué hablaba en plural? Volteé a ver a Payne, esperando obtener alguna respuesta, ya que él estuvo conmigo en ese día, pero al verlo se veía pálido, como si hubiera visto un fantasma. No entendía lo que había dicho mi mamá, lo sabía que quería decir.

Lo que había pasado ese día... Era borroso, pero lograba recordar que mi padre, Tepeyóllotl, me había revelado que yo era una semidiosa. Habíamos pasado toda la mañana juntos, mientras él me contaba sobre ese aspecto de mi vida que había estado oculto de mí, contándome sobre el antiguo Imperio Azteca, tradiciones de los dioses y cosas útiles, cómo que mi nahual era un jaguar y podría transformarme en uno, dado que ese era su animal sagrado. Un par de horas después, Payne me dijo que él mismo era un dios, y que a petición de mi padre, me protegería, pero no debía decirles nunca a mis papás sobre eso. También que dijo que protegía a Rodrigo, porque él también era un mestizo y no debía enterarse de ello, pues estaría en gran peligro. No como yo, que soy hija de un dios menor. Rodrigo era hijo de un dios mayor, pero nunca mencionaron nombres.

Fue un cumpleaños memorable, pero no entendía las palabras de mi madre.

—¿Mi decimoquinto cumpleaños? ¿Qué pasó ese día? Sólo me enteré que soy una mestiza. Nada más.

Mi madre soltó un gran suspiro, demasiado cargado de emociones.

—Ann —dijo mi papá mientras le daba un abrazo a mi mamá—. Deberías contárselo. Ella debe saberlo.

—¿Saber qué? —Preguntó Joseph, que había estado callado todo el rato, pero que ahora sentía curiosidad.

—Sí, mamá, ¿saber qué?

Escuché unos sollozos, y mi mamá comenzó a temblar. Ella estaba llorando. Nunca la veía llorar, ella era una mujer fuerte, valiente, que no se dejaba vencer por nada. Sí, algunas veces lloraba con esas tontas películas cursis con finales románticos, pero nunca la había visto así... tan, rota.

La Trilogía Azteca 2: Los Nueve InfiernosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora