21. Entrada

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Sabía a qué nos enfrentaríamos. Payne y yo habíamos estudiado el camino: sabíamos con cuáles obstáculos nos toparíamos, que dioses debíamos encarar, y que peligros nos acecharían. Íbamos armados con conocimiento, pero temía que eso no fuera suficiente. Y ahora, sabiendo que algunos dioses habían traicionado a la Corte, debíamos ir aún más preparados.

—¿Señor?

—¿Sí?

—¿Podría decirnos cuales dioses se han unido a la Serpiente del Caos?

—Eso es algo que ustedes deben descubrir —respondió Quetzalcóatl con una sonrisa.

Fruncí mis labios con molestia. ¿Acaso los dioses nunca nos darían una respuesta clara? Solté sin suspiro con impotencia.

—¿Cuál es el ritual para revivirlos, padre? —Preguntó Mar.

—Un sacrificio de sangre divina —dijo Quetzalcóatl con cansancio.

No me había fijado hasta ese momento, pero podía ver pequeñas arrugas en la frente del dios, arrugas de cansancio y preocupación. Si así se encontraba uno de los Cuatro Señores, entonces las cosas debían estar peor de cómo me lo había imaginado. Quizá esa era la razón por la cual habían decidido ayudarnos.

Recordaba en los mitos que solía contarme Rodrigo. Los dioses se preocupaban por los humanos, pero rara vez interferir en el destino del hombre. Preferían dejar indicios del camino que debían seguir los héroes, pero nunca actuaban directamente.

Si ahora los dioses decidían hacerlo... significaba que la amenaza del resurgimiento de Cipactli era inminente. Si fallabamos en esta misión, lo más seguro era que los dioses no pudieran preparar al Campamento para la guerra que se desataría durante los últimos cinco días del año, los días baldíos. Pero si logramos hacerlo, conseguiríamos un año para prepararnos y salir victoriosos.

—Estos chicos no están completamente muertos —continuó Quetzalcóatl, sacándome de mis pensamientos—, pero tampoco están vivos. Se encuentran en una especie de limbo.

El dios tomó uno de los códices que llevaba, y lo hizo levitar a su derecha, como si fuera una presentación escolar. En el códice, estaba el dibujo de cuatro figuras, una negra ubicada arriba, una blanca a la izquierda, una roja a la derecha y una azul en la parte más baja, y en el centro se hallaba una máscara verde, que tenía un pico de ave y un penacho de plumas. Las cuatro figuras estaba unidas a la máscara con líneas rojas.

—Usando mi Máscara Emplumada, la sangre de los cuatro Tezcatlipocas y de Coyolxauhqui, y el poder de los señores del Mictlán, ellos podrán volver a caminar entre los vivos. Debería ser un proceso simple, pero...

—No debemos buscar esa Máscara, ¿o sí? —Preguntó Alessa interrumpiendo a Quetzalcóatl. Quería darle un zape por semejante atrevimiento. Comencé a rezar internamente para que no la pulverizaran.

—¡No, por supuesto que no! —Exclamó Jonas, en un intento por evitar que Quetzalcóatl redujera en polvo a mi amiga—. Esa parte está resuelta, ¿no es así, Víctor?

El chico asintió efusivamente y levantó su brazo derecho, mostrando una pulsera trenzada, la cual parecía estar hecha con plumas. Jonas también llevaba una pulsera igual. No sabía qué significaban, pero parecían ser importantes.

—Por favor, señor, continúe —pidió Jonas mientras le lanzaba una mirada amenazante a Alessa.

Quetzalcóatl parecía estar considerando la opción de fulminar a mi amiga, incluso vi unas pequeñas llamas verdes danzar en sus dedos. Por suerte, no lo hizo y, en su lugar, tomó el otro códice y lo hizo levitar a su lado izquierdo. En este códice estaba representado un ejército de esqueletos, guerreros muertos, que parecían estar destruyendo una ciudad.

La Trilogía Azteca 2: Los Nueve InfiernosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora