Era fascinante la vista.
Los cuatro nos encontrábamos entre ambas colinas congeladas, pisando todavía la nieve, y a sólo tres metros se hallaba un desierto de suave arena amarilla. La nieve y la arena se mezclaban en una pequeña franja de unos cuantos centímetros, y daba un aspecto surrealista: ver una tundra helada y un desierto, uno frente al otro.
Lo único que parecía constante, y que unía las dos secciones del Itzehecáyan eran los vientos, que arrastraban nieve y heladez pero, al pasar entre las colinas, se calentaban y tomaban velocidad, llevando arena ahora y formando una gran tormenta de arena.
Esperaba que los trajes de mantuvieran frescos en el desierto, o terminaríamos cocidos al vapor. ¡Yumi! Semidioses en su propio jugo.
Tras un momento de descanso en el límite del Cuarto Infierno, donde pudimos quitarnos los cascos y comer unos sándwiches que se congelaron, nos pusimos en camino para cruzar el Quinto Infierno.
Ni mal pise la arena, sentí como todo mi peso disminuía de golpe, separándome del piso y empezando a flotar.
—¿Qué está pasando? —Pegué un grito, confundida y asustada.
Mar dio un salto para alcanzarme, agarrándome con una mano, pero por desgracia, ella también pisó la arena y sus pies se despegaron del suelo. Payne y Alessa la sujetaron, asegurándose de no dejar de pisar la nieve.
—Esto no debería estar pasando —dije intentando no soltar a Mar. Estaba empezando a sudar y sentía cómo se me resbalaban los guantes—. El chico asiático de mis visiones iba caminando por aquí, no flotando como los demás muertos.
—¿En serio, Michelle? —Preguntó Mar regañándome con la mirada—. ¿Basaste todos tus planes en visiones? Esas no son pruebas tangibles que se puedan comprobar. En un tribunal te destruirían en un parpadeo.
—Chicas, no discutan —dijo Payne tratando de jalarnos hacia la nieve—, que se mueven demasiado y nos arrastran con ustedes.
Y como si alguien estuviera conspirando contra nosotros, un ventarrón salió de entre las colinas y golpeó a Payne y Alessa, lanzándolos también hacia la arena y provocando que flotaran. Ahora los cuatro estábamos en problemas.
—Rápido —dijo Mar, mientras cada vez nos elevábamos más del suelo y nos alejábamos más y más de las colinas congeladas del Cuarto Infierno—. Suejetense de las manos para no separarnos.
Yo no me había separado de Mar, a quien sujeté más fuerte aún, deseando que mis manos no me sudaran tanto. Payne y Alessa también estaban sujetos, y ella y Mar intentaban alcanzarse, pero el viento nos llevaba en direcciones opuestas.
—Tu lanza, Mar —le recordé a mi amiga, y ella se quitó su pulsera y la agitó, estirándose hasta que la vara tuviera sus más de dos metros de largo. Con eso, Alessa logró tomarla.
Ya cuando por fin nos habíamos podido unir, y que estábamos los cuatro dando vueltas por el aire, la gravedad volvió y todos caímos hacia el suelo. Yo caí de cara, así que cuando me levanté, tuve que escupir la arena que entró a mi boca. Por suerte, la caída había sido menor a dos metros y la arena era bastante suave, pero se sentía muy caliente. Volteé al cielo y no pude ver ningún sol, sólo un cielo azul y despejado, pero que aún así se sentía cercano a 40° C.
Y una tormenta de arena. No olvidemos la tormenta de arena.
Nos atrapó en cuestión de segundos, y alguien gritó que nos pusiéramos los cascos. Toqué mi medallón y este apareció sobre mi cabeza, protegiendo mis ojos, y boca, de más arena.
—¿¡Qué acaba de suceder!? —Preguntó Alessa en un grito, para hacerse oír sobre el viento, abrazada de Payne, mientras los dos caminaban hacia Mar y yo.
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La Trilogía Azteca 2: Los Nueve Infiernos
AdventureTras lo ocurrido en la batalla de la Calzada de los Muertos, Mich está destrozada. Por no haber podido aclarar sus sentimientos hacia Rodrigo a tiempo, su mundo se puso de cabeza. Y eso, acentuado con la desaparición de Payne, es todavía peor. A...