30. Luna

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Rodrigo

No podía ser cierto. 

Corría tan rápido como me lo permitían mis piernas, con la mochila al hombro rebotando. Estaba demasiado pesada, no debí haber metido tantas cosas. Y para colmo, mi tobillo estaba hinchado y dolía horrores apoyarme sobre él. Volteé a ver por el rabillo del ojo, esperando que nadie me estuviera siguiendo. Casi me tropiezo al dar la vuelta, esquivando a la mujer de peinado raro.

Abrí las puertas del edificio justo a tiempo, cuando la campana que marcaba el inicio de la clase timbraba. Al final, no llegué tarde a mi entrenamiento después de todo.

Entré a la cancha de voleibol cuando el entrenador estaba pasando lista. Intenté caminar lo más silencioso posible, pero mis tenis nuevos no ayudaban, y chirriaban con cada paso que daba. No había dado ni tres pasos cuando el entrenador se detuvo en el nombre de Mina Gale.

—Señor Garcia —dijo el entrenador con ese tono. Era el tono amable y tranquilo que precedía una gran tormenta. El entrenador James se dio la vuelta, rojo de la furia, y con una vena a punto de estallar en su frente—. ¿¡QUÉ. SIGNIFICA. ESTO!? —Gritó furioso, haciendo que su espeso bigote bailara sobre sus labios.

—Uhmm... ¿que llegué tarde? —Dije tratando de no reírme de su bigote.

—¡Eso es obvio! ¿Y por qué viene cojeando? ¡Así no podrá entrenar!

Je, je, je. Solté una pequeña risa, esa que suele irritar aún más a los profesores. Volteé a ver a Mich y Payne, que estaban sentados en las gradas a un par de metros de mí. La mirada de Mich decía "Te lo dije".

—Anoche fui a tatuarme y decidí hacerlo en el tobillo.

La cara del entrenador no tenía precio, poniéndose morado del enfado, y mis amigos hacían todo lo posible de no reír.

—Muy gracioso, señor Garcia. Siempre el alma de la fiesta.

Mich y Payne se estaban aguantando la risa porque sabían que el tatuaje es real. Los demás también parecían querer reírse. La escena me recordó a la cuarta película de Harry Potter, cuando Ron recibe el traje de gala y no sabe que es para él.

—Es cierto, entrenador James —levanté la pierna de mi pants para que pudiera ver el tatuaje: un glifo azteca que representa al Quinto Sol—. ¿Lo ve?

La vena de la frente del entrenador estaba a punto de reventar. Se veía tan enfadado que juraría que saldría vapor de sus orejas. Mich y Payne debieron haber pensado en lo mismo, porque estallaron en risas.

—¡Suficiente! —Gritó el entrenador James—. ¡Ustedes tres! ¡Debí imaginarlo, siempre haciéndome enojar! ¡Los expulsaría del equipo de no ser porque son los mejores! ¡Así que a detención después de clases!

—Esto... Hoy es sábado, entrenador —dijo Payne, tosiendo para disimular la risa—. Hoy no hay detención.

El resto del equipo comenzó a reírse también. Todos sabíamos que el entrenador James no tenía ni idea de en qué día vivía. En una ocasión intentó hacer que fuéramos al entrenamiento en las vacaciones de Pascua, cuando la gran mayoría del equipo se las pasó fuera de la ciudad.

—¡A la banca, los tres! —Exclamó el entrenador, dándose por vencido. Se veía aún más molesto, si es que eso era posible, porque quería aguantarse la risa—. ¡Y quien vuelva a reír lo pondré a hacer 100 lagartijas!

El entrenador fue a su oficina, rojo hasta las orejas, maldiciendonos, mientras todo el equipo nos reíamos en silencio. Aunque él entrenador James se enojaba con suma facilidad, era una buena persona. Se preocupaba por nosotros, y cuando hacíamos algo mal, nos lo reprochaba en esa forma. Como el se había lesionado un tendón en la preparatoria, no pudo jugar en las finales de ese año, y se molestaba cuando nosotros nos lastimábamos y hacíamos caso omiso a sus advertencias.

La Trilogía Azteca 2: Los Nueve InfiernosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora