El señorcito Carozo Minujin me llevo de la mano hasta su carroza. Ya iba a subir cuando escuche un gran escandalo a mis espaldas.
-¡Zapate!- dije -Otro lio mas-
El Secretario del Sindicato de Remontadores de Barriletes chillaba como un demonio.
-¡Nos deben muchas horas de trabajo!- protesto -Hace tres dias que estamos remontando barriletes para pescar a ese mamarracho de elefante, y ahora resulta que se van todos sin pagarnos.
-Tenes razon- le conteste -Lo que sucede es que todos supusimos que ustedes pescaban elefantes gratis-
-De ninguna manera- Me contesto extendiendome un sucio papelito lleno de numeros. Era la cuenta: 65 pesos con 20 centavos.
-O nos pagan o remontamos al elefante de nuevo. Rezongo.
Todo el mundo empezo a revisar sus bolsillos, pero el señor enanito nos gano de mano y extrajo de una bolsita hecha de casa de bicho canasto, dos monedas de oro cuadradas. De paso extrajo tambien de un pañuelo redondo para sonarse la nariz.
El Secretario se quedo muy contento con las monedas y no molesto mas.
Yo subí por fin a la carroza y ahí si que me lleve una buena sorpresa. Porque la carroza era muy grande por fuera, pero muy chiquita por dentro, como que estaba hecha a medida para su dueño. Por dentro era muy lujosa, toda forrada de papel plateado y con algunas fotografias de Carlitos Chaplin y Carlitos Gardel pegadas en el techo, pero me quedaba chiquitisima. Tuve que ir toda arrugada y encogida como una nuez, con el sombrero aplastado contra el techo y sin tener lugar ni para sonreir, porque se me escapaba un pedazo de boca por la ventanilla. Tuve que ponerme un pie arriba de otro y una mano arriba de la otra y las dos manos arriba de la cabeza porque no tenia donde ponerlas.
El señor Carozo se sento a mi lado preguntandome atentamente:
-¿Va comoda?-
Yo le conteste que si, para no ofenderlo pero en el fondo del alma deseaba que el viaje fuera corto.
La gente nos seguía a pie o montados sobre Dailan Kifki. Debo decir que sobre la cabeza y el lomo del pobrecito iban como mil setecientas ochenta y muchas personas.
De vez en cuando el señor enanito me invitaba a que contemplara el paisaje, pero les debo confesar que no lo vi, porque las ventanillas de la carroza eran por dentro tan pero tan chiquitas que me resultaba lo mismo que espiar por el agujero de una cerradura.
Por eso suspiré aliviada cuando los caballos se detuvieron relinchando y el señor enanito dijo satisfecho:
-Aquí empieza mi bosque de Gulubú-
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Dailan Kifki
RandomDailan Kifki apareció un buen día y cambió la vida de toda la familia. Porque, aunque te parezca mentira, no es fácil criar a un elefante, sobre todo si se queda dormido arriba de una plantita que crece hasta las nubes.