Al día siguiente -el glorioso día de los homenajes populares a Dailan Kifki- nos despertó una salva de cañonazos.
Me levanté y fui corriendo al jardín a bañar a mi elefante. El Rey Pochoclo me había mandado de regalo, unas lujosas vestiduras para ponerle en tan grandiosa ocasión.
Una monturita de terciopelo dorado, cordones llenos de borlas para la cabeza y las orejas, y un casco de astronautas honorario.
Roberto me ayudó a bañar a Dailan Kifki antes de ensillarlo tan lujosamente.
Después nos vestimos todos con nuestras mejores galas y salimos a la puerta, donde ya nos esperaba la comitiva de días anteriores. Estaban todos tan emperifollados que costaba reconocerlos.
El Abuelo se había puesto -la verdad es que no sé de qué museo lo habrá sacado- un precioso uniforme de soldado patricio.
Mi tía Clodomira estaba vestida de organdí celeste.
Mi tía con un ponchito nuevo.
No necesito decirles que los camarógrafos de la televisión, los periodistas, los fotógrafos, los curiosos y los heladeros se habían multiplicado por un millón.
Como el Zoológico queda cerca de mi casa, fuimos todos a pie. Dailan Kifki encabezaba la comitiva.
Caminábamos todos lentamente, al compás de la banda de los boy scouts, que tocaba una marcha lenta y majestuosa.
En el Zoológico nos esperaban las altas autoridades oficiales y el Rey Pochoclo con toda su comitiva.
Pero había una cosa que me intrigaba y emocionaba por anticipado: ¿cómo sería el encuentro de Dailan Kifki y su mamá?
Porque no le habíamos dicho nada.
¿Y si el Rey Pochoclo estaba equivocado y resulta que su elefanta no era la mamá de Dailan Kifki?
Pero yo supuse que no habría hecho un viaje largo sin tener la absoluta seguridad de que sí lo era.
Entramos por fin al Zoológico, que estaba decorado con banderas de todos los países.
Hubo otra salva de cañonazos, aplausos, vivas, gritos, desmayos, lluvia de papel picado y serpentinas.
Siempre al compás de la banda de los boy scouts nos acercamos solemnemente al palco oficial, junto al cual estaba, muy seria y emperifollada con una monturita de oro, la mamá de Dailan Kifki.
En cuando Dailan Kifki la vio, al diablo se fue la comitiva, la fiesta, la solemnidad, y el orden que habíamos guardado hasta entonces.
Como si lo hubieran pinchado con una aguja de tejer, salió disparado hacia el palco, y allí se abrazó a su mamá resoplando de emoción.
Estuvieron los dos abrazados por la trompita durante casi una hora. Se hablaban al oído con sopliditos y alzaban las orejas como demostración de felicidad.
Después empezaron los discursos, que naturalmente no transcribo para no cansarlos, y al final se sirvió un chocolate con medialunas para todos, frente a la jaula de los monitos.
No necesito decirles que ese fía fue feriado nacional.
Una vez terminada la ceremonia, decidimos volver todos a nuestras respectivas casitas, pero allí si que se nos planteó un rompecabezas.
Nadie lo había pensado, nadie tenía una solución inteligente y práctica para tan tremebundo problema.
Ya no podríamos separar a Dailan Kifki de su mamá ¿verdad?
Tampoco era posible que yo me separara de Dailan Kifki, porque estaba muy encariñada con él, ¿verdad?
Pues bien, el problema era éste: ¿dónde diablos iban a vivir los dos elefantes?
En el jardín de mi casa a duras penas cabía uno.
Nos pusimos a conferenciar.
El Director del Zoológico, muy atento, se ofreció a albergarlos en su prestigiosa institución.
El Rey Pochoclo se ofreció a llevárselos de vuelta a Ugambalanda.
El Abuelo se ofreció a cuidarlos en su quinta de Ituzaingó.
Pero yo no quería separarme de ellos.
Cuando ya me iba a poner a llorar de desesperación, alguien me puso la manito en el hombro y me dijo dulcemente que no me preocupara, que íbamos a vivir todos juntos y felices, comiendo perdices y sonándonos las narices.
Era el Bombero.
Allí nomás, de sopetón, me pidió que me casara con él y que nos fuéramos a vivir a la chacrita de sus tíos, donde había lugar de sobra para dos elefantes bien educados.
Yo volví a quedarme patidifusa, y miré lentamente a todo el mundo, uno por uno, como pidiéndoles consejo.
Todos habían hecho un silencio impresionante y se miraban los zapatos recién lustrados.
Entonces, indecisa y abatatada, miré al Bombero y me di cuenta una vez más de que era muy buen mozo, valiente, bueno, cariñoso, perfumado, atengo y, sobre todo, amante de los elefantes.
Le dije que lo iba a pensar.
Todos suspiraron aliviados.
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Dailan Kifki
RandomDailan Kifki apareció un buen día y cambió la vida de toda la familia. Porque, aunque te parezca mentira, no es fácil criar a un elefante, sobre todo si se queda dormido arriba de una plantita que crece hasta las nubes.