Roberto pasó a ser el centro de la atención de todos. A los poco segundos había perdido su modestia, hablaba como un político viejo, firmaba autógrafos y nos miraba por encima del hombro. Dijo una especie de discurso en el que afirmó dos cosas, a saber:
Primero: para que el elefante no fuera visto por el guarda ni los pasajeros había que disfrazarlo de pasajero de tren.
Segundo: no me acuerdo qué pavada añadió.
-¿Y cómo lo disfrazamos mantantirú lirulá?- insistí yo.
-Eso es lo que hay que pensar- dijeron todos y volvieron a arrugar las cejas, a ponerse el dedo en la frente y a caminar en calesita.
Parece que a todos les entusiasmaba la idea de jugar a pensar, pero a mí me tenía un poco aburrida, de modo que golpeé las manos y los hice romper filas.
-Basta de pensar- ordené -ahora hay que actuar: hay que disfrazar a Dailan Kifki de pasajero de tren.
-¿Y cómo es un traje de pasajero de tren?- preguntó mi mamá, dormida como una mesa.
-Es un traje con solapas y botones... y mangas mamá.
-¡Pero a Dailan Kifki no le va a entrar nuestra ropa!- protestaron todos de puro amarretes para no prestárselas al pobrecito.
-Vamos, no sean egoístas- les dije -vayan donando las prendas que no les sean imprescindibles, que aunque sean chiquitas las añadimos, les agregamos botones y las cosemos una por una.
¿Saben qué hicieron todos?
Se abrazaron como locos a sus sobretodos, a sus trajes, a sus galeras y a sus carteras.
Entonces yo me quité el delantal.
Entonces a todos les dio vergüenza.
Entonces, de a poquito, uno donó el sombrero, otro un botón, el de más allá un calcetín, otro una corbata, un amarrete una tapita de botella, mi tía Clodomira un pañuelito.
Todos desfilaban y, en silencio, arrojaban sus donaciones a las patas de Dailan Kifki.
De pronto me encontré ante una respetable montaña de prendas de vestir, pero ¿cómo acomodarlas para que le sirvieran de disfraz a Dailan Kifki?
Entre mamá y mi tía Clodomira trataron de unir varios sobretodos con alfileres de gancho y ponérselos como una gran capa, pero Dailan Kifki parecía una montaña disfrazada y no un pasajero de tren.
También le pusimos unos cuentos sombreros arriba de otro: inútil.
Opté por tirarle todas las prendas encima del lomo y las orejas, así sin ton ni son... y me alejé un poco para ver que tal quedaba.
Un verdadero mamarracho.
Lo más descorazonador de todo era que seguía tan elefante como antes.
Entonces, casi llorando, le devolví la ropa a todo el mundo dándoles las gracias.
Naturalmente, todos se pelearon, se empujaron y se disputaron las prendas.
Para colmo de males, el señor Carozo, que parecía la única persona seria de la comitiva, había desaparecido.
Y para rematar todo, apareció el jefe del correo para protestar porque el bochinche debido al tironeo de la ropa, se le habían despegado todas las estampillas otra vez.
¡Paciencia!
Ya estábamos todos dispuestos a viajar a pie cuando aparecieron unos pintores.
Todos con mamelucos pintarrajeados, escaleras, brochas y baldes de pintura.
Se pusieron a embadurnar las paredes de la estación con grandes letras que decían VIVA VIVA y MUERA MUERA.
Los mirábamos distraídos, ya que no teníamos nada que hacer más que bostezar y desesperarnos.
Así, mirando y remirando, se me prendió la lamparita.
Se me ocurrió una IDEA.
¿Porqué no pintarle a Dailan Kifki su traje de pasajero de tren?
¿Acaso en algunos circos no pintarrajean a los elefantes?
¿Por qué no?
¿Eh?
Yo no sé pintar muy bien, pero en caso de necesidad...
No dije nada a nadie, segura de que mi hermano Roberto me iba a contestar:
-Estamos fritos.
Y me acerqué a los pintores en puntas de pie
-Buenas noches- les dije.
Todos se quitaron los gorritos de papel de diario.
-¿Serían tan amables de prestarme un poquito de pintura y un poquito de brocha gorda?
-Cómo no- dijeron -¿Pero qué va a pintar a estas horas?
No les dije que lo que pensaba pintar era un elefante, porque me iban a creer loca.
Uno de los pintores me miró de arriba abajo rascándose el gorro de papel y al fin me preguntó:
-¿Usted está con toda esa gente rara?
-Es gente muy importante- le contesté.
Como estaba bastante oscuro y lleno de gente, no distinguía bien a Dailan Kifki, pero le parecía ver una cosa grande.
-Y esa especie de montaña que está ahí ¿qué es?
-¿Qué montaña?- le contestaba yo haciéndome la distraída.
-Esa montaña- insistía el pintor.
-¿Una montaña?- contestaba yo haciéndome la bizca -No sé, creo que Ituzaingó está lleno de montañas... o quizás es una de las sierras de Córdoba que decidió salir a dar una vueltita...
Y en seguida volví a pedirle la pintura y la brocha, pero él volvió a cambiar de tema y a hacerme preguntas.
Por fin, media hora después, me los prestó.
Yo salí corriendo hacia donde estaba Dailan Kifki.
Todos se quedaron patidifusos cuando me vieron pasar porque no se explicaban qué diablos iba yo a pintar a esas altas horas.
A que ustedes tampoco se lo imaginan...
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Dailan Kifki
RandomDailan Kifki apareció un buen día y cambió la vida de toda la familia. Porque, aunque te parezca mentira, no es fácil criar a un elefante, sobre todo si se queda dormido arriba de una plantita que crece hasta las nubes.