Capítulo 38

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Al parecer, se habían acabado los problemas, los líos, los trámites, los patatuses, los derrumbes y el chocolate en tacitas.

Al parecer, por fin íbamos a emprender el viaje de regreso a la estación de Ituzaingó, y de allí a casita.

Todo el mundo hacía preparativos: se lustraban las galeras con la manga, se abrochaban los chalecos, se soplaban el polvo de los zapatos, se peinaban con el dedo, etcétera.

El Abuelo nos hizo desfilar ante el señor Carozo dándole la mano y las muchas gracias por su hospitalidad.

El dueño de casa parecía bastante tristón con nuestra partida y, mientras se peinaba la barba con el meñique, murmuraba pensatido:

-Supisichesupisichesupisiche...-

Era evidente que cuando nos fuéramos se iba a poner a llorar.

Dailan Kifki también estaba muy triste. Le había gustado mucho el bosque de Gulubú, sin duda le recordaba a su casa en África.

Pero en fin, algún día había que volver.

En cuanto nos alejamos unos pasos, mi tía Clodomira gritó:

-¡Alto, vista derecha!-

Y todos miramos hacia su obra, que para entonces estaba llena de moscas y abejas, con una última mirada de admiración.

Y nos encaminamos, mientras el señor Carozo nos decía adiós con un pañuelo mucho más grande que él, bañado en llanto.

Tuve que prometerle que volveríamos.

Se abrazó a mis rodillas, secándose los ojos y las patillas con mi delantal.

Tuve que hacerle cosquillas e la nuca.

Cuando se calmó un poco emprendimos la retirada.

Dailan Kifki encabezada la comitiva, y yo lo seguía abrazada a la pelota dormilona, que roncaba de lo lindo.

Nos seguían: mi familia, el Bombero, el Capitán, los Embajadores, el Chíquitisecretario, el Intendente y todas las otras personalidades que ustedes ya conoces. Y, más atrás, vecinos, curiosos, heladeros, monaguillos y un perro con dos colas.

Empezaba a anochecer, y a mí se me ocurrió una funesta  idea: ¿A dónde íbamos? Porque el bosque de Gulubú es muy grande.

Me acerqué al Abuelo y le pregunté en secreto:

-Abuelo ¿A dónde vamos?-

-Cómo a dónde vamos- me contestó -A la estación de Ituzaingó.

-Sí, ya sé, pero ¿Usted le preguntó al señor Carozo pero dónde queda?

-No porque creí que tú sabías el camino- me contestó el Abuelo

-No tengo la menor idea, Abuelo- el contesté aflijida.

-No te preocupes, en mi bolsillo tengo una brújula-

-¿Y qué hacemos con la brújula si no sabemos si la estación queda al Norte, al Sur, al Este o al costado?- le pregunté alarmada.

Mi hermano Roberto oyó la conversación, y comentó:

-Estamos fritos-

El Abuelo detuvo a la comitiva y dijo que era necesario mandar a un chasqui a la casa del señor Carozo para que le explicara el camino.

Entonces mi hermano Roberto abrió la boca y en lugar de decir estamos fritos, como siempre, dijo:

-Tengo una idea-

Y era cierto, tenía una idea.

-Aquí hay una sola persona- dijo -Capaz de orientarse en la oscuridad: ¡Dailan Kifki!-

-Estás loco- le dije.

-Con una trompa tan larga nadie se pierda- insistió mi hermano.

Yo pensé que no tenía nada que ver una cosa con la otra, pero en fin...

Fuimos los dos a buscar a Dailan Kifki, que dormitaba junto a un eucaliptus.

-Dailan- le dije al oído -¿Para dónde queda la estación?-

Nada.

Le pregunté 16 veces más y nada. Ni mu.

-Ésa no es manera de hacerle una pregunta a Dailan Kifki- dijo Roberto.

-¿Y como hay que hablarle? ¿En africano?-

-Yo sé cómo- dijo Roberto.

Y se acercó a la orejota izquierda de Dailan Kifki y le gritó:

-¡Dailan Kifki, en la estación de Ituzaingó hay 17 barriletes de sopita de avena con leche!-

¡Y allá salió Dailan Kifki como un loco! Apenas tuvimos tiempo de ponernos todos de pie y seguirlo. Algunos perdieron la galera, otros un zapato, otros se dieron un porrazo, a otros se les ladeó la peluca.

Pero allá lo seguimos todos, cantando la Marcha de San Lorenzo y con la mirada puesta en el porvenir.


Dailan KifkiDonde viven las historias. Descúbrelo ahora