Capítulo 40

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El guarda descubrió que yo llevaba... ¡Una jaula! Porque me olvidé de contarles: como en el famoso desastre de la salita del señor Carozo se había roto la casa de cristal de la pelota, él me la había puesto en una jaula para que durmiera y viajara más cómoda.

Y el guarda, naturalmente, no miró más que la jaula, distraído por el bochinche que hacían todos.

-¿No sabe que no se puede subir al tren con animales aunque estén en jaula?- me dijo.

-Pero yo no llevo ningún animal en esta jaula, señor guarda-

-No me va a hacer creer que usted viaja con una jaula llena de nada, señorita-

-Llena de nada, no, señor. En esta jaula duerme la famosa Pelota-

(Se lo dije con mayúscula para impresionarlo)

-No me diga...- dijo el guarda muy impresionado, rascándose un poquito debajo de la gorra. Y resultó muy entusiasta del fútbol.

Entonces mi hermano Roberto le inventó un montón de historias de partidos famosos, jugadores famosos, goles famosos, etcétera.

Tanto charlaron de fútbol que, por supuesto, el tren no arrancaba y los pasajeros empezaron a protestas aunque no demasiado porque ya están todos acostumbrados, a que los trenes anden como la mona, dicho sea con perdón de la mona Jacinta, que es una persona muy seria.

Y el guarda seguía charla que te charla, mirando y remirando la pelota a través de los barrotes de forados de su jaulita.

En eso siento que el muy meterete de Dailan Kifki se escurre, se desliza, se mueve despacito a mis espaldas. Yo disimuladamente tapándolo con mi pollera y dándole más charla al guarda.

Y al rato veo de reojo que el muy sinvergüenza va a sentarse en un asiento, justito enfrente de la señora protestona.

Se imaginan qué nervios.

Dailan Kifki se acomodó, todo torcido y encogiendo sus patotas, en el asiento. No sé cómo hizo, pero cupo bastante bien, solamente le sobresalían unas cuantas toneladas por la ventanilla y por el pasillo.

Por suerte en ese momento la señora estaba leyendo el diario y no lo vio.

Yo le pedí al guarda que despachara el tren de una vez porque pensé: "Si Dailan Kifki se queda quietito y la señora sigue leyendo el diario, quizás lleguemos tranquilos a Plaza Once"

Pero no.

Resulta que Dailan Kifki se puso a leer atentamente las historietas que estaban en la página de atrás del diario de la señora.

Y como no las veía bien, se inclinada un poquito, y otro poquito, y ya estaba con lo trompa pegada al diario y a punto de perder el equilibrio.

Yo tuve miedo de que se cayera encima de la señora, de modo que traté de apurar al guarda, para que apurar al maquinista, para que apurara al señalero, para que apurara al guardabarreras para que apurara a la vaca que estaba cruzando las vía para que el tren pudiera arrancar de una vez.

Y justo cuando todo el mundo apuró a todos el mundo, y el guarda sopló su silbato y revoleó su pañuelito verde y el tren ya iba a arrancar, ¡Zápate! 

¿Qué creen que sucedió?

¡Dailan Kifki se cayú encima de la señora!

La señora dió un grito horrible.

-¡Socorro, auxilio, asesinos, terremoto, catástrofe!-

Puro aspaviento, porque Dailan Kifki no se había  todo arriba de ella, sino solamente la cabeza.

Claro que la cabeza, incluidas orejas y trompa, pesa unos cuantos kilos, pero de todas maneras, no era para chillar tanto.

Entonces yo traté de sacarle la cabeza de Dailan Kifki de encima de su falda. Hice mucha fuerza. Me ayudó Roberto, me ayudó el guarda, me ayudaron los Embajadores, me ayudó mi tía Clodomira.

Parece mentira, pero entre todos no podíamos alzar la cabezota de Dailan Kifki. Parecía encolada a las rodillas de la señora.

Y en eso llegó el inspector, jugando muy serio con su maquinita de picar boletos.

-¿Qué pasa?- preguntó.

-Nada... nada..., señor inspector...- coreamos todos, cubriendo el accidente con nuestros cuerpos mientras mi papá le tapaba la boca a la señora.

Y todos seguimos haciendo fuerza para levantar la cabeza de Dailan Kifki.

Y nada.

¡Hop! ¡Hop! ¡Hop!

Y nada.

Seguía encolado a las rodillas de la señora.

Fue inútil que lo sacudiéramos, le hiciéramos cosquillas y le diéramos papirotazos en las orejas.

¿Saben que pasaba?

Dailan Kifki se había quedado dormido. Frito, frito, frito.

-Va a tener que tener paciencia, señora- le dije a la escandalosa pasajera -Porque el pobrecito tiene un sueño muy pesado.

Le levanté una orejita a Dailan Kifki y le dije al oído:

-Vamos a tomar la sopita de avena-

Y entonces sí se despertó, bostezó un poquito y entre todos volvimos a acomodarlo en su asiento.

Mi papá había conseguido amordazar a la señora con su pañuelo y su corbata.

El inspector, que había estado conferenciando con el guarda, se acercó y me dijo:

-Señorita, le hemos concedido un permiso especial para viajar con su pelota, pero nos es imposible autorizarla a viajar con un elefante. Lo siento, pero el reglamento es el reglamente-

Así fue como toda la comitiva, que ya había conseguido acomodarse en el vagón y recién terminada de pelearse por las ventanillas, tuvo que bajar del tren, empujando a Dailan Kifki medio sonámbulo.

A medianoche ocupábamos de nuevo todo el andén de la estación de Ituzaingó.

***

¡Espero que les haya gustado esta maratón, que es la primera que hago durante toda la novela! Tenía ganas de hacer esta Maratón, porque estaba muuuuuuuuuuuy atrasada con los capítulos, y por eso les pido perdón, pero ya voy a volver. Faltan 10 capítulos para terminar la novela!

Besos


Dailan KifkiDonde viven las historias. Descúbrelo ahora