-¿Y qué pena le daremos, mantantirú lirulá? preguntaba el señor Enanito Carozo.
-Déjeme pensar- decía el Abuelo con el dedo en la frente.
Nadie sabía cómo castigarla.
Hasta que el señor Carozo se le ocurrió una idea genial:
-¡Que vuelva a construir la sala de mi palacio!-
-Pero cómo voy a reconstruir la sala si no soy albañil...- protestaba desesperaba mi tía Clodomira.
-Que la haga de madera, mantantirú lirulá- canturreaba el señor Carozo.
-Pero no soy carpintera...- decía mi tía, en medio de un ataque de hipo.
-Que la haga de cuerito, mantantirú lirulá- insistió el señor Carozo.
-Pero si yo no soy talabartera...- decía mi tía.
-Que la haga de merengue, mantantirú lirulá- insistió el señor Carozo.
Y mi tía se quedó callada.
Porque cocinar, eso sí que sabía. Y sobre todo hacer merengues, bizcochuelos, hojaldres y tortas con firuletes de crema y nueces picaditas.
-Bueno- dijo mi tía, dirigiéndose decidida a la cocina.
Pero como nos dio miedo de la rompiera, le trasladamos varios calentadores y los ingredientes al jardín.
Y así, poco a poco, con mucha paciencia y habilidad, mi tía Clodomira empezó a reconstruir la sala, espantando a paraguazos a los curiosos que querían probarla a cada rato.
Preparó enormes ladrillos de bizcochuelo, y con ellos alzó las paredes.
Unió los ladrillos, de más está decirlo, con dulce de leche espeso.
Las paredes quedaron perfectas, y todo el mundo aplaudió.
-No aplaudan todavía, que falta mucho- dijo mi tía.
Y se puso a preparar las famosas ventanas, con caramelo de todos colores. Quedaron casi igualitas a las anteriores.
Luego colocó el techo. De chocolate naturalmente.
Y allí tuvieron que intervenir las autoridades militares de la expedición para impedir que los presentes se lo comieran.
Cuando acabó de techar, todo el mundo aplaudió.
Mi tía saludó con la pollero y dijo:
-No aplaudan todavía que falta mucho-
Y se puso a pintar las paredes con azúcar blanquísima.
Todos aplaudieron de nuevo, pero mi tía advirtió:
-No aplaudan todavía que faltan detalles de terminación.
Y salpicó artísticamente con grageas las paredes recién blanqueadas.
Entonces sí: mi tía Clodomira, secándose la frente con el delantal y muerta de cansancio, recibió con grandes sonrisas la ovación de la multitud.
El señor Carozo, feliz porque había recobrado su sala, me pidió que lo hiciera upa para darle un besito a mi tía.
Y así terminó, felizmente para todos, el Misteriosos Caso de la Sala Desaparecida y el paraguas Asesino.
Y yo le había ganado la pelota al señor Carozo, porque Dailan Kifki era inocente.
Ja ja.
ESTÁS LEYENDO
Dailan Kifki
De TodoDailan Kifki apareció un buen día y cambió la vida de toda la familia. Porque, aunque te parezca mentira, no es fácil criar a un elefante, sobre todo si se queda dormido arriba de una plantita que crece hasta las nubes.