Y así fue cómo llegamos hasta la esquina del bosque, donde el Abuelo seguía dando su clase de botánica.
Sí, no han entendido mal: el Abuelo seguía dando su clase de Botánica. Naturalmente todo el mundo roncaba discretamente.
El Abuelo estaba tan entretenido que ni siquiera se dio cuenta de que habíamos llegado. Por lo tanto, nos bajamos de Dailan Kifki y decidimos dormir un poco nosotros también hasta que amaneciera.
Yo me acosté en el pasto, con un zapallito por almohada, arrullada por el canto de los grillos y las ranas.
Me despertó mucho después una campana que decía tan talán.
Al principio, medio dormida, pensé: "Qué suerte" Creyendo que era el cencerro de una vaca. "Que suerte, así tendremos leche para preparar el desayuno de todo el mundo, sobre todo la sopita de avena de Dailan Kifki"
Pero no.
No era una vaca.
Era el Abuelo que tocaba la campana para que todo el mundo volviera a clase, con guardapolvo, uñas limpias y cara bien lavada.
El Abuelo se paseaba entre los durmientes agitando la campana y gritando:
-¡Alumnos, a clase! ¡Se acabó el recreo! ¡A formar fila!-
Nadie le llevó el apunte.
Todo el mundo se dió vuelta y siguió rezongando entre sueños, menos el Bombero que, acostumbrado a esos trotes, se puso de pie dormido, se lustró los botones con la manga e hizo la venia.
-¡Bravo, alumno Bombero!- Le dijo el Abuelo emocionado.
Yo acabé de despertarme, dispuesta a declararle la guerra al Abuelo.
Cuando me vio, sin darme siquiera los buenos días, me dijo:
-¿Y los útiles?-
-Abuelo- Le contesté -No estamos en la escuela, éste es el bosque de Gulubú, donde los charcos son de chocolate y siempre es recreo-
-¡Todo el mundo es una escuela!- Me contestó furioso.
Y de repente me miró y, saliendo de su distracción, me preguntó:
-¿Cómo? ¿Que dijiste? ¿De qué charcos de chocolate me estás hablando?-
-De los charcos del bosque de Gulubú, Abuelo-
-¿De chocolate?- Repitió, bizco de envidia -¿Y esas manchas que tienes en la cara y en el delantal y las orejas y el pelo son de chocolate?
-Sí, Abuelo-
Y entonces el Abuelo se puso a despertar a todo el mundo para ir a dar clase de chocolate.
Poco a poco, todos abrieron un ojo, después el otro.
Mi tía Clodomira, mi hermano Roberto, mi papá y mi mamá.
El Capitán, el Comisario, los Embajadores, el Chíquitisecretario, los curiosos, los mirones, los heladeros, todos.
En cuanto oyeron la palabra "Chocolate" formaron fila sin pestañear.
El Abuelo se disponía a encabezar la nueva expedición, cuando el señor Carozo lo interceptó:
-¿Y usted adónde diablos va?-
-¿Cómo adónde voy?- Le contestó el Abuelo -Mi nieta acaba de decirme que en su bosque hay lagos de chocolate, por lo tanto vamos todos a bañarnos-
-No señor- Contestó el enanito furioso -No vamos nada a bañarnos en el charco, vamos a tomar chocolate a mi casa, y a tomarlo como se debe, en tacitas de porcelana y sobre la mesa-
-No quiero- Dijo el Abuelo -Estoy aburrido de tomar chocolate en tacitas, yo quiero enchocolatarme todo, igual que usted, mi nieta, el Bombero y Dailan Kifki.
-¡Entonces, supisiche!- Dije ferozmente el enanito, sacando otra vez su espada.
Se pusieron a pelear, como de costumbre, hasta que el Comisario los separó, a fuerza de silbato, palo y guantes blancos.
Pasada esa tormenta, nos pusimos todos en marcha rumbo a la casa del señor Carozo, que por suerte quedaba ahí nomás.

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Dailan Kifki
De TodoDailan Kifki apareció un buen día y cambió la vida de toda la familia. Porque, aunque te parezca mentira, no es fácil criar a un elefante, sobre todo si se queda dormido arriba de una plantita que crece hasta las nubes.