Capítulo 26

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Estábamos todos aburridísimos oyendo la clase y esperando pacientemente que el Abuelo acabara de recitar nombres rarísimos de plantas y bichos, cuando de pronto yo miré para todos lados preguntándome alarmada:

-¿Donde está Dailan Kifki?-

No lo veía por ningún lado, y eso que es bastante grandote para pasar inadvertido o esconderse debajo de una lechuga.

Yo estaba sentada en el pasto, como todo el mundo, bostezando con la clase del Abuelo, y empecé a correrme despacito... despacito... para poder escapar en busca de Dailan Kifki antes de que le ocurriera algo grave.

Por suerte el Abuelo estaba tan entretenido y ocupado en explicar una flor de sapo que no se dio cuenta de que yo me escapaba de su clase. Me arrastré gateando y fui a buscar al Bombero, que inmediatamente se puso a mis ordenes sin preguntar de que se trataba.

Lo llevé aparte, hasta quedar fuera del alcance de la vista del Abuelo. Nos escondimos detrás de un repollo y le pregunté en secreto:

-¿Donde está Dailan Kifki?-

-Nopo sepe- Me contestó el Bombero con un susurro.

-Seguro que el muy sinvergüenza se ha vuelto a escapar, tenemos que encontrarlo-

Y entonces el Bombero me explicó muy seriamente:

-Para encontrar un elefante, que por el bosque se ha perdido, hay que tener mucha paciencia, buen olfato y buen oído-

-Sí, eso es cierto- Le dije -Pero además hay que conocer muy bien el terreno, y nosotros nos vamos a perder por este dichoso bosque de Gulubú, así que es mejor que busquemos al señor enanito Carozo para que nos guíe a la expedición-

Pero lo grave del asunto era que el señor Carozo estaba sentado en primera fila en la clase del Abuelo, y para llegar hasta él, había que atravesar una multitud de gente que estaba calladita y seria como en la escuela.

-¿Que hacemos?- Le pregunté al Bombero.

Y el Bombero, luego de pensar un buen rato con el dedo en la frente y las cejas arrugadas me contesto:

-Para sacar al enanito, de la clase del Abuelo, necesitamos una caña, con un hilo y un anzuelo-

A mí me pareció muy buena idea: Pescar al señor Carozo sin que el Abuelo se diera cuenta, porque si esperábamos que sonara la campana marcando el fin de la clase, estábamos fritos: las clases del Abuelo jamás duran menos de cinco horas.

Como por ahí no había caña, el Bombero, son su hacha brillante y plateada como la Luna, cortó una rama flexible y fuerte. Como no teníamos hilo de pescar usamos los cordones de sus botas. Y como no teníamos anzuelo, usamos un alfiler de gancho que yo tenía prendido en el delantal.

En los bosques es cuestión de darse maña ¿Verdad?.

Entre los dos sujetamos bien la rama, apuntaos con mucho cuidado y muy buen pulso para pescar justo al enanito y no a otra persona. (Miren si llegábamos a pescar a mi Tía Clodomira) Y... ¡zzummmm! sin que nadie se diera cuenta, el señor enanito Carozo vino por el aire enganchado en el alfiler que estaba atado en los cordones que estaban atados en la rama, y aterrizó sano y salvo junto a nosotros.  

Y allí armó una gritería espantosa, detrás del repollo. Estaba muerto de furia y decía palabras tremendas  como "Sampiolín" "Patatíp" y "Tambapatán"

El Bombero lo amordazó con su pañuelo, para que el Abuelo no se diera cuenta de que le habíamos pescado un alumno sin su permiso, y así amordazado lo hizo upa y entre los dos lo llevamos a un lugar as apartado, esta vez detrás de un zapallo.

El señor Carozo seguía protestando, pataleando y manoteando.

-Disculpe señor enanito- Le dije -Perdone que lo hayamos sacado de clase, donde usted estaba tan entretenido...-

-¡Que entretenido ni que ocho cuartos!- Dijo el enanito -¡Estaba más aburrido que una mosca!-

-¿Y entonces por qué rezonga tanto?- Le pregunté

-No rezongo por que me pescaron- Me explicó -¡Rezongo porque era lindo el paseo por el aire en caña de pescar y me bajaron en seguida!-

-Ah, si es por eso- Le dije amablemente -Lo pescamos otra vez para que se divierta.

Y dicho y hecho, le enganchamos en la camiseta el alfiler de gancho que estaba atado al cordón que estaba atado a la rama y lo revolearamos por el aire de aquí para allá y de aquí para allá durante un buen rato.

Y el señor Minujín se hamacaba contentísimo, muerto de risa y de felicidad, porque el aire le hacía cosquillas.

Hasta que el Bombero se le cansaron los brazos y volvió a depositarlo sobre el zapallo.

-Más, más- Chillaba el señor Carozo, pero yo me arrodillé y le dije muy seriamente:

-No señor. Más tarde, lo hamacaremos todo lo que usted quiera, pero ahora sepa que lo hemos pescado y traído hasta aquí para que nos ayude en una seria y peligrosa expedición, y no para estar de jarana-

-¿Que sucede?- Preguntó muy alarmado.

-Sucede que se nos ha perdido Dailan Kifki, y como usted y nadie más que usted conoce todos los recovecos de este bosque, tiene que guiarnos para encontrarlo-

-¿Y para que lo quieren?- Preguntó peinándose la barba con el meñique -Pude quedarse a vivir en el bosque-

-No, señor- le dije enérgicamente -Dailan Kifki es mío y tengo que llevarlo de vuelta a casa. Por otra parte, si se queda aquí, cualquier día que a usted se le ocurra planchar el bosque, seguro que Dailan Kifki muere aplastado por un árbol-

¿Y saben que me respondió el enanito?

-Cuando termine la clase del Abuelo nos iremos todos a mi casa a tomas chocolate en tacitas de porcelana. Después se verá-

-Pero es tarde- Insistí haciendo pucheros -Y a Dailan Kifki puede ocurrirle alguna desgracia...-

-Supisiche- Dijo al fin.

Y nos internamos en el bosque los tres de la manito: el Bombero, el señor Carozo y yo.

Dailan KifkiDonde viven las historias. Descúbrelo ahora