Capítulo 28

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Las mariposas estaban jugando. Saltaban y se hacían cosquillas, corrían por el aire y jugaban a la mancha. No sólo la estrella las alumbraba, sino como 965 bichos de luz invitados a la fiesta.

¿Y saben dónde jugaban y saltaban tantas mariposas y tantos bichos de luz?

¿Sobre un tronco?

No.

¿Arriba de un hongo?

No.

¿A la orilla de un arroyo?

Si, pero no.

¡Jugaban y saltaban sobre el lomo de Dailan Kifki, que se reía loco de contento!

¿Que me cuentan?

Yo le di un buen reto, como correspondía, y el señor Carozo le hizo chas chas debajo de la rodilla, porque más arriba no alcanzaba.

-¿No te da vergüenza, Dailan Kifki, estar jugando tan tranquilo mientras todos te buscamos con desesperación por el bosque?-

-¡Supisiche!- Añadió enérgicamente el señor Carozo.

-Ahora tenemos que volver inmediatamente a la estación de Ituzaingó y tomar el tren de vuelta para Buenos Aires- Le ordené

Pero Dailan Kifki no se movió y las mariposas siguieron jugando como si tal cosa.

-Vamos- Repetí -Basta de recreo-

Y nada.

-Adelante, adelante, meterete de elefante- Dijo el Bombero.

Y nada. Dailan Kifki parecía apegado a la tierra con engrudo.

Yo lo empujé. Lo empujamos los tres.

Y nada.

El señor Carozo lo empezó a tironear de la trompa.

Y nada.

-¿Que hacemos?- Pregunté cansadísima -No vamos a quedarnos aquí toda la noche esperando que este elefante termine de jugar; Bombero, haga algo por favor-

Y entonces el Bombero revoleó su manguera a lunares y le pegó un buen manguerazo en la cola a Dailan Kifki.

Por suerte, como la manguera es de goma y los lunares también, no puede haberle dolido mucho, pero de todos modos sintió el chirlo y dio unos pasos.

Nosotros, temiendo que se nos escapara otra vez por el bosque, nos agarramos los tres de la colita de Dailan Kifki.

Para qué lo habremos hecho.

En la semioscuridad, porque los bichos de luz se habían apagado nada más que para molestarnos, no nos dimos cuenta de que Dailan Kifki se había metido en el barro.

No se imaginan cómo se reían las mariposas haciendo ji ji ji y los bichos de luz haciendo jo jo jo.

Y ahí nos quedamos los tres sentados en el barro, pero eso sí, sin soltar la colita de Dailan Kifki para que no se nos escapara.

Tanto le tiramos de la colita que al fin ¡Zápate! Él también cayó sentado en el barro, y claro, nos salpicó de lo lindo, la cara, el pelo y el cuello.

Nos pusimos a hacer pucheros.

Dailan Kifki seguía sentado en el barro, porque como es tan grandote no se podía sentar solito. Y nosotros también seguíamos sentados en el barro, porque si.

Por fin el Bombero, dando muchas volteretas y resbalando de lo lindo, consiguió levantarse, arreglarse la chaqueta, enderezarse el casco y desenredar su manguera.

Yo también empecé a forcejear y a tratar de levantarme sin perder el equilibrio, pero antes quise limpiarme un poco el barro de la cara, que era tan espeso que no me dejaba ni siquiera guiñar un ojo.

Y al pasarme las manos por la cara, sin querer, saqué un poquito la lengua... y ...

-¿Pero qué es esto?- Me dije, agradablemente sorprendida -Que rico gustito tiene este barro... ¿Estaré soñando?-

Saqué un poquito más la lengua y volví a probarlo.

-Efectivamente, eso no es barro. Es chocolate espeso-

Y entonces los bichos de luz se encendieron todos de golpe y vi que el señor enanito, que por algo había permanecido callado desde hacía un rato, seguía sentado en el barro, relamiéndose de lo lindo.

-¿Entonces es cierto que esto no es barro sino chocolate?- Le pregunté

-Y claro- Me contestó -Miren qué novedad, en el bosque de Gulubú los charcos son de chocolate, o de leche con granadina, o de mermelada, o de arroz con leche con canela, o de gelatina de frambuesa.

-No sabía señor Carozo- Le dije, y seguí probando otro poquito y otro poquito y otro poquito.

Dailan Kifki había conseguido por fin hacerse upa ayudado por el Bombero, y seguía jugando con las mariposas, cuando de pronto reparó en que todo el mundo estaba dedicado a probar el chocolate del charco.

Para qué se habrá fijado...

Primero recogió un poco con la trompa, lo probó bien.

Inmediatamente después clavó la trompa en el chocolate y no la sacó más.

-¡Basta, Dailan Kifki, que te vas a empachar!- Le grité.

Pero siguió chupando sin respirar y sin hacerme caso.

En fin, chupó tanto y a tal velocidad que al ratito el charco estuvo completamente seco y, gracias a Dailan Kifki, nos salvamos del riesgo de morir ahogados o empachados.

El charco quedó seco, con el fondo brillante como un plato de loza, bien lamido y relamido por la trompa de Dailan Kifki.

-Supisiche- Dijo entonces el señor Carozo -Ya es hora de irnos a casa a tomar el chocolate-

-¿Pero a usted se le ocurre?- Le pregunté indignada -¿Cómo cree que podemos seguir tomando chocolate?-

-¿Como que no?- Me replicó el señor Carozo, negro de furia- -¿Como van a hacerme semejante grosería? ¡No pueden marcharse del bosque de Gulubú sin pasar antes por mi casa y tomar chocolate en tacitas de porcelana!

-Señor Carozo, usted es muy atento, pero comprenda que ya llevamos varios días  fuera de casa, que salimos sólo para pescar a Dailan Kifki por el cielo, y ahora que lo hemos conseguido no podemos seguir vagando eternamente por el bosque de Gulubú...-

-¿Usted rechazaría una invitación de la Reina de Inglaterra?- Me preguntó mirandome fijamente.

-No, señor Carozo- Balbuceé

-¿Rechazaría una invitación del Sha de Persia?-

-No, no señor Carozo...-

-¿Les haría un desaire a Blanca Nieves y los siete enanitos?-

-Nnnno, señor Carozo...-

-¿Y entonces por qué a mí, y sólo a mí, me dice que no, eh?- Preguntó furibundo, arrojando su gorra al suelo.

Y entonces comprendí que no tenía más remedio que aceptar su invitación.

Total, una aventura más...

Allá nos fuimos los tres de vuelta a buscar el resto de la comitiva.

Dimos dos o tres pasitos por el bosque a oscuro, sólo alumbrados por los bichos de luz, que estaban medio dormidos.

Sentíamos tal cansancio que los pies no nos caminaban y las piernas no se nos movían.

Entonces... ¿Saben lo que hizo Dailan Kifki?

El solito, sin que nadie se lo pidiera, se arrodilló y nos alzó con la trompa, montándonos a los tres sobre su cabeza.

Y salió al trotecito, mientras nosotros canturreábamos la Marcha de San Lorenzo, pero con tanto sueño que parecía más bien el Arrorró de San Quintín.

Dailan KifkiDonde viven las historias. Descúbrelo ahora