Capítulo 20

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Yo siempre pensé que cuando Dailan Kifki y el Bombero aterrizaran sanitos y salvos iba a haber fiesta y alegría general, feriado en todo el país, salva de cañonazos, banda de musica y fuegos artificiales.

Pero no.

Hubo un llanterío espantoso. Tanto lloraron todos que el potrero empezó a inundarse y mi tía Clodomira corría de aquí para allá con su paraguas abierto.

El Bombero lloraba porque no había quedado ni una gota de sopita para el.

Dailan Kifki lloraba porque yo le había quitado las alas y no podía volar mas.

El Capitán de los Bomberos lloraba porque el Bombero no quería bajarse del elefante.

El Abuelo lloraba porque no lo dejaban decir un discurso.

Mi mamá lloraba porque yo no quería casarme con el Bombero.

Pero alguien lloraba más fuerte que todos.

¡El Embajador al que le habíamos robado la galera!

Nosotros pensábamos limpiarla bien y devolvérsela después de haber hecho la sopita.

Pero no.

No pudimos.

Porque resulta que Dailan Kifki tenía tanta hambre que después de tomarse la sopa se comió la galera a mordiscones, haciendo cranch crunch crinch, como si fuera un barquillo o un cucurucho de helado.

Cuando me di cuenta, lo único que quedaba de la galera era el moñito.

Claro que con eso el Embajador no se contentó, y hasta amenazó con declararnos la guerra y todo.

Yo trataba de mantenerme serena, pero veía llorar a tanta gente que terminé haciendo pucheros.

A todo esto ya era tarde, habíamos cumplido nuestra misión de rescate y era hora de pensar en volver  a casita.

Cada vez llegaban más curiososo y más fotógrafos.

No había una sola persona, entre tantas autoridades, que pudiera poner orden.

Hasta que mi tía Clodomira le dio la orden al Comisario. Y el Comisario entonces se ajustó la gorra, se abrochó bien la chaqueta, se lustró los botones con la manga, se calzó los guantes blancos, que ya estaban bastante negros, empuñó el palo, sopló el silbato y con los brazos muy abiertos ordenó a todo el mundo que dejara de llorar.

Inmediatamente reinó un silencio tan grande que el potrero parecía una iglesia.

Los monaguillos juntaron las manos y pusieron los ojos en blanco.

En medio de ese silencio tan impresionante, se escuchó lejos, muy lejos, una musiquita muy afinada.

Todos miramos hacia el horizonte.

Vimos una gran polvareada y escuchamos un galope de muchos caballos.

La musiquita crecía.

Y de pronto, nos quedamos todos con la boca abierta.

Dailan KifkiDonde viven las historias. Descúbrelo ahora