Capítulo 34

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El Abuelo se trepó sobre una piedra, tocó la campana talán talán, y chistó varias veces enérgicamente hasta que consiguió imponer un silencio impresionante.

Entonces dijo:

-¡Alumnos!-

-Presentes...- contestaron todos, muertos de miedo, de chucho, de cuicui y de julepe.

-Luego de largas investigaciones- dijo el Abuelo -Y gracias a mi lupa y a mi pipa, he descubierto que el culpable o cómplice principal de esta espantosa catástrofe tiene una sola pata y por lo tanto es un paraguas-

De la multitud se desprendió un murmullo asombroso.

-Ruego a los presentes- continuó el Abuelo -Que el que sea poseedor de un paraguas se presente de inmediato en esta seccional-

Y allí se quedó, escrutando con ojos de prócer y esperando que el paraguas culpable apareciese.

Pero nada.

Nadie se movía.

-Último aviso- previno el Abuelo severamente -Advierto a cualquier paraguas, vivo o muerto, seco o mojado, que se encuentre entre ustedes, que se presente de inmediato-

Y entonces se oyó una voz muy chillona que protestó de esta manera:

-¿Para qué quiere un pobre e indefenso paraguas, si todo el mundo sabe que el único culpable es ese meterete de elefante?-

Yo me puse furiosa al oír semejante calumnia, y Dailan Kifki no les dijo nada: revoleó las orejas y la trompa como para comerse a mi tía Clodomira.

Porque era ella la que había hablado, muy indignada, señalandolo con su paraguas.

En seguida se puso a discutir con el Abuelo, y todo el mundo empezó a comentar, discutir, tomar partido y apostar por uno o por otro.

Fue tan grande el bochinche que nadie se dio cuenta de que mi tía revoleaba el objeto buscado: su paraguas, ese famoso paraguas que no abandona en el paragüero ni para dormir.

En mitad de la pelea, el Abuelo se dio cuenta y gritó:

-¡Pero cómo se atreve a acusar a ese pobre elefante inocente cuando usted tiene en su propia mano y a la vista de todo el mundo al verdadero culpable: Su paraguas!-

-¿Qué? ¿Cómo?... ¿De parte de quién?... ¿Qué dice?...- tartamudeó mi tía Clodomira, mirando fijamente su paraguas, bizca de asombro, ya que con tanta discusión ni ella se había dado cuenta de que lo tenía en la mano.

-¿Que quiere hacerle a mi pobrecito paraguas que nunca le hizo mal a nadie?- lloriqueo por fin mi tía.

-¡Comprobar si sus huellas coinciden con las que tengo anotadas en mi libretita!- rugió el Abuelo, arrebatándole el paraguas.

No necesito decir que mi tía se desmayó.

Mientras los Embajadores trataban de extraerla del macetón donde había caído, el Abuelo medía y remedia la pata del paraguas, que como todo el mundo sabe se llama contera, y la comparaba, lupa en mano, con las huellas.

Al ratito mi tía Clodomira volvió en sí, pero volvió a desmayarse cuando el Abuelo dijo solemnemente:

-Declaro que este paraguas es, si no culpable, altamente sospechoso-

La multitud, mirando de reojo a mi tía Clodomira, dijo:

-¡Oooooooooooh!-

Yo me acerqué al Abuelo y le dije:

-Abuelo, ¿Dónde ha visto un paraguas que camine solo y que pueda, él solito, romper una sala?

-Es que no fue solo- chilló el Abuelo -Fue de la mano de tu tía, como va siempre-

-No puede ser- dije yo -¿Qué interés tenía en romper la sala del señor Carozo?-

-La someteremos a un interrogatorio- dijo el Abuelo.

Y allá se fue a interrogar a mi tía Clodomira.

Cuando lo vio acercarse tan decidido, mi tía se atajó diciendo:

-Yonofuí, yonofuí, yonofuí, yonofuí...-

Pero al ratito, acosada por el remordimiento, lo confesó todo.

Yo, obedeciendo las órdenes del Abuelo, tomé apuntes taquigráficos de la confesión de mi tía.

La confesión de Mi Tía es tan importante que merece un capítulo aparte.

Leyéndola, ustedes sabrán toda la verdad verdadera por boca del auténtico culpable.

Yo no le he tocado ni una coma a la confesión, pero es posible que faltan algunas palabras porque un gorrión me picoteaba el papel mientras yo tomaba nota y, según pude notar, me parece que le gustaban algunas palabras, aunque estuviesen escritas en taquigrafía.

Y las que le gustaban, las picaba y se las llevaba.

Así fue como al día siguiente, vi un nido lleno de garabatos escritos en lápiz.

Pero no tiene nada que ver con la escalofriante historia policial que les estaba contando.

Disculpen.


Dailan KifkiDonde viven las historias. Descúbrelo ahora