El señor Carozo Minjujín saltó de la carroza y me ofreció gentilmente su mano para ayudarme a bajar.
Yo me desenrollé como pude y salté a tierra. Miré bien a mi alrededor y pregunté desilusionada:
-¿Este es su famoso bosque de Gulubú?-
-Este mismo- Contestó muy orondo.
-Pero yo no veo ningún bosque- Dije.
Y todos mis acompañantes y mi familia y los curiosos hicieron coro:
-Nosotros no vemos ningún bosque. ¿Porque nos han hecho venir hasta aquí?-
-Supisiche- Respondió el enanito, cosa que nos tranquilizó bastante.
Cuando todos estaban a punto de hacer pucheros, el enanito dio unos pasos y dijo varias palabras mágicas que creo eran mas o menos así:
-Chimpití, chámpele, bámbili, búmbele-
Y se fue a tironear de unos alambres. Nosotros creíamos que estaba loca, al verlo prendido de unos simples alambres de un alambrado común y silvestre.
Pero no.
No sólo no estaba loco sino que los alambres eran mágicos, y en cuanto los tiró ¡Zápate!
¿Ustedes vieron esos libros sorpresas que cuando uno los abre aparecen las figuras de pie?
Bueno, igualito es el bosque de Gulubú. Como las marionetas dormidas. Uno le tira de los hilos y ellas se ponen de pie, bailan y se mueven.
El bosque de Gulubú está planchado en el suelo, y cuando su dueño tira de los alambres, los árboles y los yuyos y las casitas y los bichos aparecen todos diciendo:
-Aquí estamos. Estábamos jugando a la escondida-
Se imaginan la sorpresa que nos llevamos todos. Mi tía Clodomira se desmayó, esta vez con buena puntería porque fue a caer en brazos del Comisario.
No todos los días uno ve levantarse un bosque, así, de golpe y porrazo, en un lugar que no era más que un potrero un minuto antes y que, al parecer, no quedaba demasiado lejos de Ituzaingó.
Nadie lo podía creer. Se restregaban los ojos y no podían cerrar la boca.
Dailan Kifki se puso loco de contento. Se arrodilló para que la gente bajara de su cabeza y de su lomo, utilizando la trompa de tobogán. Y en cuanto se sintió libre de ese enorme peso se internó al trote por el bosque de Gulubú, sin duda con la esperanza de encontrar un bananero, o un peral, o un árbol de sopita de avena.
Entramos en el bosque con el señor enanito, que no me soltaba la mano. Me explicó que cuando salía de paseo, planchaba del bosque y lo dejaba acostado e invisible para que no se lo robaran ni estropearan. Yo le comenté que tenía razón, que valía la pena cuidar bien un bosque tan hermoso. Porque debo decirles que el bosque de Gulubú no es un bosquecito cualquiera, no es un bosquecito de morondanga como dijo el Abuelo.
No. Es bien grande y bien de veras, como esos bosques que sólo existen en los cuentos. Con árboles llenos de sabios pajaritos que no están pintados, sino vivos. Con un graciosos arroyo donde las ranas aprender a nadar con tajes de baño a lunares, y donde Dailan Kifki fue muy apurado a refrescar su trompa hasta que el señor Carozo lo ahuyentó, porque bebía tanto que se lo iba a secar.
En el bosque había sapos fumando en pipa y grandes hongos con heladera y televisor.
Pasaban conejos en bicicleta y, lo que mas me llamó la atención, canarios con jaula. Pero no estaban dentro de la jaula sino que la llevaban como una valija, llena de pequeños útiles de colegio.
Estábamos todos muy felices paseando por el bosque de Gulubú, respirando cuidadosamente un delicioso olor a pastilla de menta, descansando por fin de tanto trajín y tanto patatús, cuando el Abuelo, como siempre, se le ocurrió aguarnos la fiesta.
Se puso de pie sobre un tronco y gritó:
-¡Silencio alumnos!-
Todos nos quedamos callados.
Cuando el Abuelo comprobó que reinaba el silencio tan absoluto que hasta los canarios se habían detenido en la esquina del aire para escucharlo, dijo solemnemente:
-Ya que hemos llegado a este bosque, luego de un largo y penoso viaje por peligrosas y desconocidas comarcas, inmediatamente voy a darles a todos una clase ilustrada de zoología y botánica-
Se imaginan las ganas que teníamos de ir a clase ¿No?
Mi hermano Roberto dijo:
-Estamos Fritos-
Una vez más tuve que darle la razón.
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Dailan Kifki
RandomDailan Kifki apareció un buen día y cambió la vida de toda la familia. Porque, aunque te parezca mentira, no es fácil criar a un elefante, sobre todo si se queda dormido arriba de una plantita que crece hasta las nubes.